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Aproxímese usted a un miembro cualquiera del Partido del Brexit. Antes de que la conversación comience le dirá: ¡yo no soy racista! ¡Tengo amigos negros! Y ahí termina el diálogo, antes de comenzar. Menudos “amigos” estos que instrumentalizan a sus amigos “otros”, de color. Menuda expresión esta, que asume para sí el privilegio de autovictimizarse. En sentido contrario, se da a sí mismo el privilegio de soberano de definir a cualquier otro y a todos ellos como “opresor” y enemigo.
Se trata de una formación de autodefensa, como dirían los entendidos. Se trata de un juicio negativo generalizado, abstracto: todos aquellos que no están conmigo están en mi contra. Se trata de un juicio negativo generalizado y “eterno” en el sentido de no tomar en cuenta las condiciones concretas de la historia. Al contrario, se levanta contra toda ella y la niega: “Toda acción concreta, y en particular aquellas acciones que combaten la relación que pueda existir en la historia real y concreta entre imperio, racismo e inequidad está destinada a culminar en totalitarismo”. De esta manera, en uno solo y el mismo movimiento se niega la historia real y concreta que ha establecido una relación profunda entre imperio, raza e inequidad, y se invierten los términos de la historia real para apelar a un mundo abstracto e inexistente en el cual los opresores se autopresentan como víctimas y a todos los demás como enemigos. Se trata también de una afirmación del sí mismo, del origen autóctono, de “nuestros valores” (cristianos, civilizados, predestinados al progreso y el triunfo). Entonces no hay toma de posición sino afirmación absoluta de uno mismo, de “lo que somos”, nuestra nación o cultura.
Esta autoafirmación identitaria, abstracta y absoluta emerge en el otro extremo de la negación absoluta y pesimista de la historia concreta, pero no son opuestas. Implican que no hay lugar al diálogo, que es lo que quiere evitarse de antemano, pues toda interlocución concreta implica que el otro se haga parte profundísima de nosotros. Eso que los escritores del Caribe suelen llamar “creolización” y las vanguardias brasileñas y García Márquez, “antropofagia”. Ningún diálogo entonces, nada de apertura. Nada de nada: tan solo el cierre preventivo de cualquier interlocución y cualquier futuro juntos. Solo enemigos en este mundo. En esta historia pervertida en teleología, la única resolución posible es la guerra sin fin y el exterminio del otro. Pesimismo histórico y negación absoluta. A eso se reduce la no posición del miembro del Partido del Brexit en Gran Bretaña, que acaba de irrumpir en la escena política europea junto a la Liga Norte de Matteo Salvini en Italia, la tripleta Vox-Populares-Ciudadanos (el “trifachito” dicen en España), en los Estados Unidos de Trump, el Brasil de Bolsonaro y la Colombia de ustedes ya saben quién. Son creyentes fervientes en una versión apocalíptica de la historia. Bienvenidos a la guerra del fin del mundo.