Los liberales piensan que la figura del rey en países como Gran Bretaña y España es decorativa. Ello es cierto, hasta cuando intervienen. En las últimas semanas ha ocurrido en dos ocasiones, y el resultado nos enseña mucho acerca de la realidad que suele esconderse tras la retórica de “nuestras democracias liberales”.
El recién fallecido pensador catalán Toni Domènech observó a propósito de la crisis político-constitucional española, que las llamadas “tensiones territoriales” son uno de los elementos de la crisis de la monarquía del 78. “Creo que la terrible depresión económica en que han hundido al país unas suicidas políticas económicas procíclicas impuestas por la Troika y galana e irresponsablemente aceptadas de consuno por el bipartidismo dinástico ha hecho calar en la opinión pública la idea de que el sistema político actual es incapaz de defender intereses nacionales elementales”.
Piensa que, como en la larga crisis de la I Restauración, el descrédito público de la capacidad de la monarquía Borbónica y de las fuerzas mansamente dinásticas para ubicar con decencia a España en un mundo cada vez más incierto, incluyendo la Unión Europea, “ejemplo ahora mismo de que la otra cara de la globalización es la balcanización, ha vuelto a poner sobre el tapete el inveterado problema de la articulación plurinacional de los pueblos de España”.
Su punto es que todas las fuerzas de la izquierda antifranquista eran partidarias del derecho de autodeterminación de Cataluña, el País Vasco y Galicia, por lo pronto, también el hoy desdibujado PSOE. Pero la restauración de la monarquía arrebató a todos los pueblos de España el derecho a decidir sobre la forma del estado. La II Restauración de 1978 comenzó negando a todos los pueblos de España el derecho de autodeterminación. He allí el meollo del asunto que los comentaristas de El País y La Razón nos ha pintado como mero nacionalismo arcaico con “tufillo venezolano” (¿?).
Juan Carlos Monedero, en sendos artículos a los que esta columna debe su título confirma que el Rey ha optado, “tomando la primera decisión de su reinado, también la más equivocada, apostar por una restauración de la mano del corrupto PP”. En vez de arbitrar con Cataluña, “le ha salido esa apuesta de los Borbones por las oligarquías en vez de por los pueblos”.
Al tiempo, en Gran Bretaña causó revuelo la revelación de que la reina habría usado a Bermuda como paraíso fiscal en el cual ocultar su fortuna. El líder laborista Jeremy Corbyn sugirió que la monarquía británica debería no sólo excusarse si dicho uso le ha permitido evadir impuestos en el Reino Unido. Cualquiera que ello hace, “debería también reconocer el daño causado a la sociedad”, dijo.
Quizás la lección sea que quien en verdad manda no son los monarcas ni los presidentes, sino el Rey Dinero.
Los liberales piensan que la figura del rey en países como Gran Bretaña y España es decorativa. Ello es cierto, hasta cuando intervienen. En las últimas semanas ha ocurrido en dos ocasiones, y el resultado nos enseña mucho acerca de la realidad que suele esconderse tras la retórica de “nuestras democracias liberales”.
El recién fallecido pensador catalán Toni Domènech observó a propósito de la crisis político-constitucional española, que las llamadas “tensiones territoriales” son uno de los elementos de la crisis de la monarquía del 78. “Creo que la terrible depresión económica en que han hundido al país unas suicidas políticas económicas procíclicas impuestas por la Troika y galana e irresponsablemente aceptadas de consuno por el bipartidismo dinástico ha hecho calar en la opinión pública la idea de que el sistema político actual es incapaz de defender intereses nacionales elementales”.
Piensa que, como en la larga crisis de la I Restauración, el descrédito público de la capacidad de la monarquía Borbónica y de las fuerzas mansamente dinásticas para ubicar con decencia a España en un mundo cada vez más incierto, incluyendo la Unión Europea, “ejemplo ahora mismo de que la otra cara de la globalización es la balcanización, ha vuelto a poner sobre el tapete el inveterado problema de la articulación plurinacional de los pueblos de España”.
Su punto es que todas las fuerzas de la izquierda antifranquista eran partidarias del derecho de autodeterminación de Cataluña, el País Vasco y Galicia, por lo pronto, también el hoy desdibujado PSOE. Pero la restauración de la monarquía arrebató a todos los pueblos de España el derecho a decidir sobre la forma del estado. La II Restauración de 1978 comenzó negando a todos los pueblos de España el derecho de autodeterminación. He allí el meollo del asunto que los comentaristas de El País y La Razón nos ha pintado como mero nacionalismo arcaico con “tufillo venezolano” (¿?).
Juan Carlos Monedero, en sendos artículos a los que esta columna debe su título confirma que el Rey ha optado, “tomando la primera decisión de su reinado, también la más equivocada, apostar por una restauración de la mano del corrupto PP”. En vez de arbitrar con Cataluña, “le ha salido esa apuesta de los Borbones por las oligarquías en vez de por los pueblos”.
Al tiempo, en Gran Bretaña causó revuelo la revelación de que la reina habría usado a Bermuda como paraíso fiscal en el cual ocultar su fortuna. El líder laborista Jeremy Corbyn sugirió que la monarquía británica debería no sólo excusarse si dicho uso le ha permitido evadir impuestos en el Reino Unido. Cualquiera que ello hace, “debería también reconocer el daño causado a la sociedad”, dijo.
Quizás la lección sea que quien en verdad manda no son los monarcas ni los presidentes, sino el Rey Dinero.