No he cambiado de opinión acerca de cambiar de opinión

Oscar Guardiola-Rivera
13 de diciembre de 2023 - 05:10 a. m.

Nuestras sociedades atraviesan una profunda crisis de evaluación. En el origen de esa crisis no se encuentran esta o aquella ideología, si se usa el término para referirnos a algún sistema de ideas que las organice de forma arquitectónica. Al contrario: sin arte de los sistemas, algún tipo de unidad sistemática que convierta a nuestros intercambios corrientes —vulgares o dirigidos en pro de la popularidad— en verdad —ciencia, arte, y arte filosófica, incluido lo popular—, le damos a esos intercambios corrientes todo o igual valor.

A dichos intercambios corrientes es a lo que desde hace mucho tiempo se denomina opinión. Y desde hace mucho tiempo la opinión se considera opuesta a la verdad. ¿Por qué? Para responder a esa pregunta hay que hacerse otra pregunta: ¿puede el intercambio reunirnos y construir sociedad? ¿Y si ello es así, puede todo intercambio reducirse a los intercambios corrientes que tienen lugar en el mercado? Estas dos preguntas nos llevan a una tercera: ¿qué relación existe entre la verdad —propósito de las ciencias, el arte y las artes filosóficas— y el dinero? O de manera más simple: ¿La verdad tiene precio?

Al contrario de los sofistas y demagogos, quienes demandaban dinero a cambio de sus experticias acerca de las maneras de persuadir para alcanzar la popularidad, Sócrates lo rechazaba. Apreciaba, en cambio, los regalos. Siempre que fuesen inapreciables, públicos o comunes, y ceremoniales. Como la amistad, la hospitalidad, o reunirse con amigas y amigos para compartir una cena, charlar, y bailar como hacemos al finalizar el año.

Nótese que estos últimos ni son lujos ni constituyen la propiedad o privilegio de unos pocos. Por el contrario, la amistad y la hospitalidad son comunes por definición o tienen lugar en el espacio común, y son tan populares como la fiesta y el baile. Además, este es el punto, no pueden comprarse. No puedo comprar un ágape con amigos, ni el amor, como dicen Los Beatles. De la misma manera que mi mano derecha no puede hacerle un regalo a la mano izquierda. Pues ambos requieren precisamente lo que el mercado rechaza: la alteridad. Involucrarme con el otro, a través de la palabra dada o del anillo cuyo valor no mide ni es igual al tiempo de mi vida, que es lo que ofrezco a la otra persona sin reservas y sin garantías. Pues nada garantiza de antemano el éxito de esa relación. Puede que al final las cosas no salgan como queríamos, pero esa es la propiedad del tiempo que viene.

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No importa cuánto dinero o poder computacional tengamos, el tiempo que va del pasado interrumpido al futuro que aún no llega pertenece a lo impredecible y permanece abierto. Lo que existe puede transformarse, y es por ello por lo que la verdad habita el mismo vecindario que la crítica. Actos como estos, darse sin reservas, vivir de cara al futuro moviéndose en el pasado sin nostalgia y sin reservas, reunirse con los amigos para compartir amores perdidos, que apenas nacen, o renacen, parecen ser actos inconsecuentes y sin importancia. Sin embargo, son fundamentales para la vida social. Inapreciables. Verdaderos. Lo sabemos, si no desde el punto de vista que lo aplana todo entonces, con el corazón y la cabeza, el resto del cuerpo, y más allá, en los espacios y movimientos de verticalidad, de salto y libertad. Como bailar. Pero en nuestro tiempo, el de la financialización de todos los aspectos de la vida y el exceso mimético mediado por tecnologías de popularidad (marketing, ratings, likes, etc.) hablar de lo corriente quiere decir someterlo todo al dominio de la moneda corriente. Incluso la verdad. 

Cierto, la sociedad en red de nuestra época nos ofrece posibilidades fantásticas de movilidad y flexibilidad. Inclusive la flexibilidad de ser más dispersos o cambiar de opinión con mayor facilidad o ser un rizoma, como dicen los pseudo filósofos del ‘post.’ Pero un rizoma no es lo mismo que una raíz, así que mal podría hacer raíz, elevarse como un tronco, florecer y dar fruto de maneras diversas elevándose hacia el sol. Al llamar a alguien amigo o amante damos a ese otro un estatuto diferente. Es un movimiento vertical, como el tronco y las hojas del árbol, en diálogo con las estrellas. Pero nuestra sociedad en red tiene un problema con la verticalidad. Aplana todo, convierte toda cualidad diferente en cantidad homogénea. Hace toda opinión intercambiable, tiene valor y debe ser protegida.

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Detrás de esa aparente democratización que no admite critica ni jerarquía, se impone como única jerarquía el capital que fluye a través de las venas de nuestra red global. Con más derechos que cualquier ambiente o persona, como lo prueban esta semana los hechos en curso en Palestina, el ‘Plan Ruanda’ presentado al Parlamento Británico para hacer a un lado las leyes internacionales de la hospitalidad y condenar al inmigrante en el limbo, y la falta de audacia en la COP28 que condena a las generaciones jóvenes y venideras a pagar el precio de nuestra época irresponsable. 

La periodista Rachel Maddow lo ha dicho con razón y mayor simpleza: “El mensaje es el mismo. Enfrentarnos unos contra otros y creer que la democracia no funciona. Que no existe la verdad... Nos dicen: ‘no hay que creer a los periodistas; no hay que creer la ciencia; no crean a los expertos; no crean en la historia’. Todo es mera imitación o moneda falsa… La única verdad conocible es la que usted posee en sus vísceras… y déjeme decirle que siente en sus vísceras. Separarnos de la idea de que existe la verdad y podemos conocerla significa no poder distinguir problemas reales ni soluciones prácticas a esos problemas. Lo que nos hace susceptibles a teorías conspiratorias o al líder que le dice hacer lo que usted probablemente no haría si estuviese alerta o presto actuar en situaciones sin precedentes.” Llámenme conservador o dogmático, pero no he cambiado de opinión acerca de la opinión y su intercambio.

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Edgar(40706)13 de diciembre de 2023 - 02:23 p. m.
Lo comparto totalmente.
UJUD(9371)13 de diciembre de 2023 - 01:45 p. m.
Me gustan sus razonamientos, muy certeros y acordes con los míos. Gracias.
Atenas(06773)13 de diciembre de 2023 - 11:53 a. m.
Guardio….la razón se vino con todo un minitratado conceptual, o embuchado llamo yo, pa atender la cordial invitación del señor director a sus columnistas sobre un hecho tan humano como es admitir y reconocer cuándo se nos fue la mano en pasada apreciación. O largo exordio pa ufanarse de su sapientísima sabiduría, pues resulta claro q’ en él no hay lugar pa tan siquiera reconocer q’ se hubo equivocado algún día.¡Qué epifanía tenerlo aquí de opinador! Bye,Atenas.
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