A republicanos y demócratas les posee el pánico ante la posible injerencia de una potencia extranjera en los asuntos de los Estados Unidos y el hemisferio.
A pocos parece preocuparles, sin embargo, la intervención del presidente Donald Trump en los asuntos de otros países. No me refiero a Venezuela, Brasil o Colombia. En lo que hace a estos dos últimos, como se sabe sus gobernantes prefieren seguir el pésimo ejemplo de sus predecesores entre las élites conservadoras siempre dispuestas a sacrificar cualquier remedo de dignidad y la independencia de sus países con tal de proteger intereses propios.
Son clientelas con mentalidades por completo colonizadas, y se comportan como tales. ¿Venezuela? Su sola mención produce pánico entre dichas clases, lo que dificulta en extremo cualquier diálogo razonable. Mejor referirse entonces a los casos más recientes de México y Gran Bretaña. Esta semana el presidente Trump amenazó con imponer severas sanciones económicas al gobierno de AMLO si este no “detiene” la inmigración Latina hacia el pais del Norte.
Carece de razón alguna, por supuesto. Sabemos que se trata de castigar a AMLO por su postura frente al caso venezolano, su orientación política, y al tiempo cosechar dividendos en época preelectoral mediante un gesto más de machito guerrerista. Sabemos que el gabinete de Trump ya había apelado a esa reliquia decimonónica conocida como Doctrina Monroe.
Tras el aventurismo de Walker y Teddy Roosevelt, la que parecía emerger en el contexto de la lucha revolucionaria antiimperial frente a las potencias europeas, fue transformada en un pretexto para el expansionismo estadounidense en el hemisferio occidental. Si ello es problemático, el gesto de Trump durante su visita al Reino Unido supera aún los supuestos límites que establecía dicha doctrina.
Durante una entrevista con el muy popular tabloide de terceras The Sun, llamó a parlamentarios y ciudadanos a apoyar la candidatura del conservador Boris Johnson al liderazgo de su partido, lo que le llevaría a ocupar el cargo de Primer Ministro sin que hubiesen tenido lugar elecciones generales.
Johnson es un “hard Brexiteer” que ha demostrado ser no solo incompetente sino también cercano a Steve Bannon, antiguo consejero de Trump y representante de la ultra-derecha racista estadinense. De esta manera, el ascenso de la ultraderecha que los votantes europeos habían condenado en las urnas ahora tiene el apoyo en Gran Bretaña del propio presidente de los EE. UU. Con todo lo que ello implica.
Y ya que hablamos de dobles estándares y arbitrariedad: ¡¿Cómo explicar el despido injustificado de una filósofa en un país en el que la razón brilla por su ausencia? ¿No es preferible dar razón que dar pie a toda clase de rumores?
A republicanos y demócratas les posee el pánico ante la posible injerencia de una potencia extranjera en los asuntos de los Estados Unidos y el hemisferio.
A pocos parece preocuparles, sin embargo, la intervención del presidente Donald Trump en los asuntos de otros países. No me refiero a Venezuela, Brasil o Colombia. En lo que hace a estos dos últimos, como se sabe sus gobernantes prefieren seguir el pésimo ejemplo de sus predecesores entre las élites conservadoras siempre dispuestas a sacrificar cualquier remedo de dignidad y la independencia de sus países con tal de proteger intereses propios.
Son clientelas con mentalidades por completo colonizadas, y se comportan como tales. ¿Venezuela? Su sola mención produce pánico entre dichas clases, lo que dificulta en extremo cualquier diálogo razonable. Mejor referirse entonces a los casos más recientes de México y Gran Bretaña. Esta semana el presidente Trump amenazó con imponer severas sanciones económicas al gobierno de AMLO si este no “detiene” la inmigración Latina hacia el pais del Norte.
Carece de razón alguna, por supuesto. Sabemos que se trata de castigar a AMLO por su postura frente al caso venezolano, su orientación política, y al tiempo cosechar dividendos en época preelectoral mediante un gesto más de machito guerrerista. Sabemos que el gabinete de Trump ya había apelado a esa reliquia decimonónica conocida como Doctrina Monroe.
Tras el aventurismo de Walker y Teddy Roosevelt, la que parecía emerger en el contexto de la lucha revolucionaria antiimperial frente a las potencias europeas, fue transformada en un pretexto para el expansionismo estadounidense en el hemisferio occidental. Si ello es problemático, el gesto de Trump durante su visita al Reino Unido supera aún los supuestos límites que establecía dicha doctrina.
Durante una entrevista con el muy popular tabloide de terceras The Sun, llamó a parlamentarios y ciudadanos a apoyar la candidatura del conservador Boris Johnson al liderazgo de su partido, lo que le llevaría a ocupar el cargo de Primer Ministro sin que hubiesen tenido lugar elecciones generales.
Johnson es un “hard Brexiteer” que ha demostrado ser no solo incompetente sino también cercano a Steve Bannon, antiguo consejero de Trump y representante de la ultra-derecha racista estadinense. De esta manera, el ascenso de la ultraderecha que los votantes europeos habían condenado en las urnas ahora tiene el apoyo en Gran Bretaña del propio presidente de los EE. UU. Con todo lo que ello implica.
Y ya que hablamos de dobles estándares y arbitrariedad: ¡¿Cómo explicar el despido injustificado de una filósofa en un país en el que la razón brilla por su ausencia? ¿No es preferible dar razón que dar pie a toda clase de rumores?