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¿Por qué continuamos hablando de guerras justas, apelando a la necesidad de conjurar la amenaza que esos otros inhumanos representarían para nuestra seguridad o capacidad de conducir negocios de manera usual, si ya no se dan las condiciones que justificarían dicha apelación?
Esta no es una cuestión teórica, aunque afecta nuestra concepción de la teoría como observación, testimonio, cuestionamiento y evidencia –el acto de pensar. Es una cuestión práctica. Véase si no la reacción a tres noticias de la semana: la masacre en una escuela estadounidense, la nueva “guerra fría” declarada en las Américas tras la gira del Secretario de Estado de los EE.UU. Rex Tillerson y la des-invitación de Venezuela a la Cumbre de las Américas, y las declaraciones de Angela Merkel acerca de los retos que enfrentaría Europa en el campo internacional (Rusia y China), para no hablar de Siria o la descomposición de la Unión Europea entre la deriva ultra-derechista de una parte de sus miembros (Austria, Hungría y Polonia, Italia quizá sea la próxima) y Brexit.
Lo común a dichas narrativas es que la reacción, un reflejo, es en todos los casos justificar una respuesta más o menos violenta en términos de la amenaza que representarían esos “otros” inhumanos si no hacemos nada.
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En el caso de la masacre escolar, una repetición insoportable, la reacción del Presidente Trump y la poderosa Asociación Nacional del Rifle que financia a congresistas como el Senador de Florida Marco Rubio con unos tres millones de dólares, consiste en afirmar que el problema no son las armas sino los individuos cuyo comportamiento es anormal o inhumano. La solución: armar a los maestros en las escuelas para que puedan conjurar la amenaza que tales inhumanos representan y que podría o no tener lugar.
En el de Venezuela, ya sabemos, se nos dice, que el vecino “revolucionario” y por extensión todo izquierdista (¿incluyendo a Petro?) constituyen una amenaza que debe ser conjurada. Otro tanto respecto de China, Rusia y Siria.
Si reemplazamos la palabra “conjurar” por “aniquilar”, comenzamos a entender que no hay tal cosa como guerras “justas”. Mas bien se trata del triunfo en condiciones nuevas (dadas tecnologías de la distancia que hacen visibles a los otros tanto como a nosotros) del viejo mecanismo que consiste en deshumanizar al otro y llamar guerra a lo que ya no lo es.
La guerra es entre humanos y otros humanos. Entre humanos e inhumanos, cualquier relación es imposible por definición –incluyendo la guerra y su fin. Por ello entre nosotros hay quienes dudan que la paz sea posible: secretamente consideran a esos otros (inhumanos) indignos de reconocimiento y menos de relación.
El problema no es que exista un nuevo arte de la guerra, sino la paradoja de su continuación cuando su relevancia ha desparecido.