Este período presidencial pasará a la historia por haber sido el que le correspondió a un loco. Sí, a un loco de la tergiversación; del odio; de la desinformación; de la falsedad; de la calumnia; de la exageración; de la persecución; del repudio por lo nuestro; del amor por el crimen, los criminales y lo vagos; del desprecio de lo público; de la mentira sobre la historia; de la repulsión de los empresarios; y del menosprecio por lo técnico. Ojalá esta pesadilla termine pronto.
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Este período presidencial pasará a la historia por haber sido el que le correspondió a un loco. Sí, a un loco de la tergiversación; del odio; de la desinformación; de la falsedad; de la calumnia; de la exageración; de la persecución; del repudio por lo nuestro; del amor por el crimen, los criminales y lo vagos; del desprecio de lo público; de la mentira sobre la historia; de la repulsión de los empresarios; y del menosprecio por lo técnico. Ojalá esta pesadilla termine pronto.
Ver al loco que ejerce como presidente se ha convertido para millones de colombianos en algo verdaderamente desagradable. Oírlo, es algo aterradoramente tormentoso. Y saber que está y que de pronto le da por quedarse en el poder, se ha convertido en algo ciertamente desesperanzador.
No hay día en que el presidente acierte. Esto es disparate tras disparate. Nadie se lo aguanta, nadie lo entiende, nadie lo justifica. Ni los intelectuales, ni los periodistas, ni la derecha, ni el centro, ni la izquierda moderada, lo soportan. Al presidente solo se lo soporta un grupo de enfermizos y fanáticos de izquierda que lo aplauden como focas, seguidores incondicionales y beneficiarios que han sabido acomodarse sin importar la insensatez presidencial.
Basta con seguir al presidente en lo que dice y en lo que escribe, aquí y allá, en el país o por fuera, de día o de noche, sobrio o ebrio, en foros amigables u hostiles, para darse cuenta de que el gran problema del presidente es que, ahora más que nunca, se le corrió la teja y, literalmente, se enloqueció.
Simplemente con revisar su cuenta en X (antes Twitter) un par de semanas basta. Allí está, en su caso, la prueba reina, la incontrovertible, la que exime de dar mayores explicaciones. Cosa distinta, es que ya nos hayamos acostumbrado a tener un presidente que cada día se manda tres o cuatro disparates monumentales como terapia anestésica para desviar la atención sobre su incapacidad de gobernar.
El presidente en las últimas semanas calificó de clérigo líder e inteligente a Hassan Nasrallah cuando, en realidad, se trata de un líder de Hezbolá responsable de todo tipo de crímenes; acusó a Duque de cerrar miles de empresas por su política en el Covid y se atribuyó la creación de medio millón de empresas, como si lo uno fuese comparable con lo otro; justificó la violencia en los estadios como una defensa de los jóvenes que han fracasado en sus vidas y barrios; amenazó con recortar el presupuesto ante el mal ambiente para tramitar la ley de financiamiento (reforma tributaria) y dice que empezará por quitarle los subsidios a los sectores ricos, sin ni siquiera decir cuáles; insistió con declararle la guerra al petróleo y demás hidrocarburos como salvador del mundo, pero al mismo tiempo se quejó de que el presupuesto requiere de fuentes de financiación; habló de la necesidad de tener una bonanza ferrocarrilera, cuando en realidad nada de lo que prometió en transporte ferrovial tiene luz al final del túnel; dijo algo que ni los abogados entienden que es la construcción de una nueva juridicidad que permita sobrevivir a la crisis climática; se fue lanza en ristre contra las encuestas que revelan que la calificación del gobierno y sus funcionarios está, o mejor dicho, sigue, por el piso; y dice que “la democracia es un proyecto moribundo si no somos capaces de solucionar el problema de la extinción humana”, cuando lo cierto es que si la humanidad se extingue, no solo la democracia sino todos los proyectos estarían moribundos.
Así las cosas, resulta entendible por qué gran parte de los ciudadanos están añorando que el tiempo vuele, que llegue el 2026 ya, y que el actual presidente se vaya con su locura bien lejos, ojalá al autoexilio. Espero que se hayan dado cuenta de que me he referido a Gustavo Petro, el actual presidente de Colombia, lo cual nos sumerge a todos en una gran dificultad, pues su locura y su odio por esta nación es un asunto que, tristemente, tenemos que resolver nosotros y no él. El presidente loco se irá y quedaremos nosotros. Ese será el reto por afrontar.