Semana a semana muchas personas, al igual que yo, sondean la realidad nacional y escriben columnas de opinión inspiradas en el deseo de contribuir en la construcción de un mejor país. Para esto, es un imperativo ético decir lo que se piensa y criticar lo que se cree está mal. No hay pretensión diferente a la de ayudar a que el presidente gobierne pensando siempre en el bienestar de la sociedad, que es, al final de cuentas, a quien juró representar.
Sin embargo, lo escrito por los opinadores muchas veces es ignorado por quienes detentan el poder, pues algunos, equivocadamente, reservan el oído a quienes los rodean. Ese círculo palaciego está conformado, en no pocas ocasiones, por gente aduladora y parcializada, que hasta agenda propia tiene. Duque no es ajeno a esto, hasta el punto de que su hombre de confianza, Jorge Mario Eastman (el mismo que al saludar al sumo pontífice le dijo “tocayo”), se atrevió a compararlo con Churchill. ¡Háganme el … favor!
Esos mensajes al estilo Eastman casi siempre llevan a que los presidentes terminen comiéndose el cuento de que son la reencarnación de Churchill, Bolívar, Lincoln u otro inmortal. Pero, más allá de esas vanidosas comparaciones, lo grave es que al convencerse de que son seres del otro mundo, reservan su sentido auditivo, únicamente, a oír lo que suena a música celestial. Se niegan a la crítica y renuncian a enderezar el rumbo. En ese proceso insular, terminan creyendo que los únicos que pueden opinar son quienes están en el Palacio de Nariño y que cualquier crítico es un contradictor al que hay que declarar persona no grata o a quien hay que ignorar por ser un viudo del poder lleno de envidia.
No oír sino a los radicales del CD está llevando al presidente Duque a gobernar asfixiado, sin aire. A tan poco tiempo de haber empezado a gobernar, la situación le es bastante compleja. Salvo su círculo palaciego, todos le dijimos que no cometiera la torpeza histórica de objetar la JEP, le pronosticamos que se iba a quedar solo en ese inconveniente atentado contra la paz y que, adicionalmente, fracturaría la institucionalidad y cohesionaría a los independientes y opositores en contra de su débil gobierno.
Duque tiene al Congreso en su contra por cuenta de las objeciones a la JEP, al Cauca y al sur incendiados por ignorar a la minga indígena, despertó y revivió a pesados opositores políticos por buscar fracturarlos a punta de mermelada en la aprobación del Plan Nacional de Desarrollo, tiene disparado el desempleo y enredados los alambres de púa del tal cerco diplomático, y, como si lo anterior fuera poco, tiene un país polarizado gracias a sus actuaciones y al odio que transpiran muchos de sus viscerales aliados.
El uribismo basó su campaña en destrozar al anterior gobierno, el día de la posesión de Duque miraron por el retrovisor, a los 100 días se aferraron a él, y hoy, ocho meses después, no lo sueltan. Si Duque sigue así, sin duda pasará a la historia, pero como un “hombre bueno” que no hizo nada por nosotros, como ya se lo dijo Donald Trump, su otro jefe.
Semana a semana muchas personas, al igual que yo, sondean la realidad nacional y escriben columnas de opinión inspiradas en el deseo de contribuir en la construcción de un mejor país. Para esto, es un imperativo ético decir lo que se piensa y criticar lo que se cree está mal. No hay pretensión diferente a la de ayudar a que el presidente gobierne pensando siempre en el bienestar de la sociedad, que es, al final de cuentas, a quien juró representar.
Sin embargo, lo escrito por los opinadores muchas veces es ignorado por quienes detentan el poder, pues algunos, equivocadamente, reservan el oído a quienes los rodean. Ese círculo palaciego está conformado, en no pocas ocasiones, por gente aduladora y parcializada, que hasta agenda propia tiene. Duque no es ajeno a esto, hasta el punto de que su hombre de confianza, Jorge Mario Eastman (el mismo que al saludar al sumo pontífice le dijo “tocayo”), se atrevió a compararlo con Churchill. ¡Háganme el … favor!
Esos mensajes al estilo Eastman casi siempre llevan a que los presidentes terminen comiéndose el cuento de que son la reencarnación de Churchill, Bolívar, Lincoln u otro inmortal. Pero, más allá de esas vanidosas comparaciones, lo grave es que al convencerse de que son seres del otro mundo, reservan su sentido auditivo, únicamente, a oír lo que suena a música celestial. Se niegan a la crítica y renuncian a enderezar el rumbo. En ese proceso insular, terminan creyendo que los únicos que pueden opinar son quienes están en el Palacio de Nariño y que cualquier crítico es un contradictor al que hay que declarar persona no grata o a quien hay que ignorar por ser un viudo del poder lleno de envidia.
No oír sino a los radicales del CD está llevando al presidente Duque a gobernar asfixiado, sin aire. A tan poco tiempo de haber empezado a gobernar, la situación le es bastante compleja. Salvo su círculo palaciego, todos le dijimos que no cometiera la torpeza histórica de objetar la JEP, le pronosticamos que se iba a quedar solo en ese inconveniente atentado contra la paz y que, adicionalmente, fracturaría la institucionalidad y cohesionaría a los independientes y opositores en contra de su débil gobierno.
Duque tiene al Congreso en su contra por cuenta de las objeciones a la JEP, al Cauca y al sur incendiados por ignorar a la minga indígena, despertó y revivió a pesados opositores políticos por buscar fracturarlos a punta de mermelada en la aprobación del Plan Nacional de Desarrollo, tiene disparado el desempleo y enredados los alambres de púa del tal cerco diplomático, y, como si lo anterior fuera poco, tiene un país polarizado gracias a sus actuaciones y al odio que transpiran muchos de sus viscerales aliados.
El uribismo basó su campaña en destrozar al anterior gobierno, el día de la posesión de Duque miraron por el retrovisor, a los 100 días se aferraron a él, y hoy, ocho meses después, no lo sueltan. Si Duque sigue así, sin duda pasará a la historia, pero como un “hombre bueno” que no hizo nada por nosotros, como ya se lo dijo Donald Trump, su otro jefe.