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Desde hace mucho tiempo y como sociedad, tenemos por aprendido que gran parte de nuestro futuro está ligado a lo que hagamos para el mejoramiento de la educación.
La gran inversión social es fundamentalmente en educación. Entendido eso, podremos generar el capital humano para afrontar los enormes cambios que requiere Colombia, pues es un imperativo poder cumplir nuestro anhelo de convertirnos en un país desarrollado. La educación hace personas libres, pero, fundamentalmente, capaces de transformar el difícil presente en un mejor futuro.
¿En qué países hay mejores niveles de educación? ¿Dónde están las mejores universidades? Sencillo, en los países más desarrollados del mundo. Por algo será.
Colombia históricamente ha descuidado su educación, aunque cada vez mejorando los indicadores. Hemos avanzado, pero no lo suficiente. Falta mucho y ello requiere del esfuerzo de todos.
Por esa razón son de gran importancia los aumentos presupuestales que desde el gobierno Santos se hicieron en materia de educación. Este Gobierno, con la intervención muy tardía pero efectiva del presidente Iván Duque, concretó un aumento presupuestal importante, éxito del movimiento estudiantil.
Ahora bien, requerimos para su implementación el compromiso de toda la comunidad educativa (universidades, profesores y estudiantes). Las universidades deben modernizarse y aumentar su posicionamiento internacional, en donde brillan por su ausencia las universidades colombianas. Se requiere que los profesores le impriman el más alto sentido de ética, pundonor y mística a su función de docentes pues, hay que decirlo, existe un importante nivel de mediocridad tanto en la universidad privada como en la pública. Y, obviamente, los estudiantes, sobre todo los de las universidades públicas, tienen que entender que allí se va es a estudiar, a prepararse para la vida, a devolver con su conocimiento y futuro trabajo lo que el Estado les dio con los recursos de todos. En otras palabras, a las universidades se va es a aprovechar la oportunidad de poder estudiar y si alguien la desperdicia, esa opción hay que dársela a otro ciudadano. Es inaudito que haya estudiantes que no se gradúan, sino que se “jubilan”.
Ahora que hay recursos para la educación, según dicen históricos, debemos establecer mecanismos de control y auditoría para determinar que están siendo invertidos con eficiencia y que la cifra de educación no se convierta solo en una cifra. No puede ser que al Estado le valga lo mismo educar, con menos calidad, a un estudiante en la universidad pública que lo que cuesta una matrícula en la más encopetada universidad privada.
Más recursos implican mejor educación siempre y cuando tengamos la forma de evaluar su eficiencia e impacto social. De lo contrario, no haremos nada importante, reitero, de cara a que ella —la educación— se convierta en pilar fundamental del salto de garrocha que debemos dar para alcanzar el pleno desarrollo político, económico y social.