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Como ya es costumbre, no pasa un día en que no estalle un nuevo escándalo de corrupción que involucre a inescrupulosos servidores que utilizan su cargo para beneficiarse y favorecer a la peor criminalidad.
La revista Semana destapó una nueva olla de corrupción y, literalmente, de alto vuelo: se trata de lo que está ocurriendo en la Aerocivil. De forma alarmante, la corrupción es el pan de cada día en dicha entidad e involucra algunos trámites, permisos o contratos que solo se gestionan si hay coima de por medio.
Las denuncias dan cuenta de irregularidades en la contratación a precios exorbitantes, por no decir absurdos, como es el caso de costosas sillas ergonómicas dizque para cumplir con los requerimientos de la ARL. Parece poco creíble que una ARL ordene la compra de sillas a precios estratosféricos. Eso más bien muestra la indolencia, sí, la maldita indolencia con que se malgastan los recursos públicos.
Al parecer, las autoridades también están descubriendo un entramado de corrupción para la expedición de licencias de vuelo a favor de los pilotos, en cabeza de una oficina paralela a la Aerocivil en la que “legalizan” horas de vuelo de pilotos que, presuntamente, no lograron demostrar sus competencias y aptitudes.
Lo peor del asunto es que esto ocurrió con la participación de los funcionarios de la entidad, quienes remitían a los pilotos a dicha oficina. Lamentable que los servidores públicos se dediquen a enriquecerse ellos y a sus amigotes, con el agravante de que se trata de la autoridad que supuestamente se encarga de velar por la seguridad en las operaciones aeronáuticas.
Como si no fuera suficientemente grave y detestable lo que se reveló en dicha investigación periodística, a esto se le deben sumar los nexos entre funcionarios de la Aerocivil y redes del narcotráfico para permitir el transporte de cocaína en los aeropuertos del país, donde los encargados de verificar el tráfico aéreo se amangualan con los bandidos para que los aviones repletos de droga pasen desapercibidos por los controles de los terminales. Incluso, funcionarios de la entidad se prestan para adelantar la logística del transporte de la cocaína en los aeropuertos, apagar los radares o hacerse los de la vista gorda mientras los aviones vuelan avisados.
Corrupción y narcotráfico, una bomba explosiva que contiene dos de las malditas cosas con que Dios castigó a este país.
En los últimos años, el relato anticorrupción se ha convertido en un discurso vacío, plano, sin propuestas claras. Es la bandera de casi todos, por no decir todos, los partidos políticos para mantenerse vigentes en el panorama nacional, al paso que las autoridades anuncian “exhaustivas” investigaciones, cuyo lacónico final consiste en archivos, absoluciones, caducidades, prescripciones y vencimiento de términos, es decir, no terminan en nada. Cuando, excepcionalmente, llegan “hasta las últimas consecuencias”, sus principales sentenciados terminan en mansión por cárcel o en pabellones dispuestos única y exclusivamente para ellos.
Quienes hemos luchado contra la corrupción y hemos sido perseguidos por los corruptos somos conscientes de que el aparato estatal permite combatirla, aunque se requieren mayores esfuerzos, pero por encima de todas las cosas se necesita voluntad y determinación de los servidores públicos para entender que deben honrar su cargo. No incurrir en prácticas deshonestas y criminales, y emplear todos los esfuerzos y recursos para erradicar las detestables prácticas corruptas en las instituciones es lo que corresponde.
Duele mucho ver casos como el de estos aviones de la Aerocivil, quienes al parecer convirtieron la entidad en una cueva de bandidos, como en aquella época oscura cuando Álvaro Uribe Vélez era su director.