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Leí con detenimiento la larga entrevista que la Revista Semana le hizo a la diputada española Cayetana Álvarez en la que esta valiente líder de la derecha, sin pelos en la lengua y con una claridad envidiable, hizo fuertes críticas a los líderes de izquierda de Hispanoamérica, a quienes sin diplomacia ni titubeos denominó con acierto como “los burros de Troya”, lo cual, suena duro, pero al final es, incluso, hasta benevolente con ellos.
Burros de Troya es, en mi opinión, un apropiado calificativo para algunos líderes de izquierda de Hispanoamérica como Evo Morales, Pedro Castillo, Gustavo Petro, Andrés Manuel López Obrador, Pedro Sánchez, Nicolás Maduro y Daniel Ortega, por solo citar a algunos, a quienes, francamente, les quedó grande la silla presidencial por cuenta de los disparates que día tras día no solo dicen, sino que pretenden ejecutar.
La verdad es que esta izquierda decadente y degradante, llena de líderes que, como lo dice Cayetana, “gobiernan por odio y por división”, no solo ha llevado a sus países en retroceso, sino que ha aniquilado o pretendido aniquilar la democracia y a la oposición. Dicho de otra manera, no solo no se han contentado con acabar y combatir todo aquello que funciona con relativo éxito —pues reconocerlo siempre está por debajo de sus expectativas refundacionistas—, sino que han procurado perpetuarse en el poder a toda costa.
Estos burros de Troya encuentran enemigos públicos en donde otrora hemos encontrado aliados incondicionales para el desarrollo económico y social de nuestros países. Me refiero a los empresarios. Intentan estos burros de Troya irse lanza en ristre en contra de la clase empresarial, estigmatizarlos, acabarlos moralmente y hacerles creer que su actividad y éxito es vergonzante.
Se van en contra de todo aquello que genera riqueza. Nunca entendieron que la riqueza reparte riqueza y que la pobreza reparte pobreza. Se van en contra de todas las formas de generación de riqueza, pues al parecer, ellos y sus programas políticos se mueven mejor en medio de la desolación, la anarquía, la desesperanza, el caos, la pobreza, y claro está, en medio de subsidios que en el mediano y largo plazo nadie sabe de dónde saldrán los recursos, aunque eso poco importa, pues estos nefastos gobernantes reinan bajo el principio de que “cada día trae su propio afán”, lo cual es contario a los más elementales principios de planeación y de buenas políticas públicas, pero consecuente con sus incoherentes discursos.
Con acierto total, Cayetana indica que estos “burros de Troya” en realidad “son figuras que se disfrazan de demócratas para entrar en las instituciones y empiezan a erosionarlas desde el Interior”. Es decir, usan la democracia para ganar, pero no les interesa usarla para correr el riesgo de perder. Por eso, buscan perpetuarse.
Un burro de Troya no critica a otro burro de Troya, pues parecieran vivir bajo el lema de que todo lo que hagan nuestros contradictores está mal, pero si lo hacemos nosotros está bien. No tienen el mismo rasero, no miden a todos con la misma vara. Nadie puede calumniar, salvo ellos; nadie se puede robar unas elecciones, salvo ellos; nadie puede robar el erario, salvo ellos; nadie puede discriminar, salvo ellos. Es como si tuvieran el pacto de que “entre burros no se miran las orejas”.
En fin, apropiado título este de burros de Troya para referirse a todo aquel líder de izquierda, y también de derecha que, a punta de mentiras, populismos, falta de rigor y alto nivel de improvisación se atreve a dirigir el destino de un país y, por ende, el de millones de vidas a quienes solo les alimentan el odio y la división.