En mi anterior columna, “Una guerra por liderar”, me referí a la necesidad de que el presidente Duque, al costo que sea y como política de Estado, lidere una lucha sin cuartel contra la corrupción.
Esa columna la escribí en medio de una noticia que les amargó la Navidad a los colombianos de bien y, en especial, a quienes hemos dedicado gran parte de nuestras vidas a combatir, no con discursos sino con sanciones ejemplarizantes, a aquellos que han violado en forma grave la ley, sobre todo cuando se trata de delincuentes de “cuello blanco” que en vez de robar deberían estar construyendo un mejor país. Me referí a la excarcelación de hampones como G. Nule, E. Tapias y M. Galofre, capos del “Carrusel de Bogotá” y muchas otras contrataciones fraudulentas.
Al margen de si los jueces de ejecución de penas les concedieron a ellos los beneficios y subrogados a que tenían derecho de conformidad con la ley (eso lo investiga la Fiscalía), lo cierto es que de esos casos y de otros igual de aberrantes tenemos que aprender y tomar correctivos.
Hay que recordar que los Nule fueron personas a quienes algunos medios endiosaron, varios políticos rodearon y muchos ciudadanos admiraron, sin importar las alertas de unos pocos pero bien informados contradictores, que se olieron quiénes eran en verdad y qué tan extraño es figurar en todo de un día para otro. Contradictores que entienden lo que en Buga se advierte: “de eso tan bueno no dan tanto”.
Así las cosas, la primera gran lección del caso Nule es para toda la sociedad. Tener cuidado en no endiosar a falsos empresarios, no guiarse por apariencias y oír las alarmas de contradictores con credibilidad, para no terminar patrocinando a futuros delincuentes. El caso de los Nule no ha sido el único, pues en una sociedad decadente, hasta gente culta y con algún liderazgo se hace la ciega, sorda y muda frente a extraños personajes con actuar sospechoso o frente a quienes, incluso, han estado vinculados con actividades ilegales y que han pretendido posar de empresarios admirables.
La otra gran lección que nos deja el caso Nule es que tenemos un sistema penal mal concebido; pensado para proteger al delincuente de la sociedad y no a la sociedad del delincuente. Ese injusto sistema prevé penas bajas, rebajas, beneficios y subrogados acumulables que conducen a que, al final, quienes dañaron a la sociedad terminen pagando penas irrisorias de cárcel efectiva y, lo que es más aterrador, sin indemnizar a sus víctimas ni pagar las multas impuestas por las autoridades. Eso sí, muertos de la risa disfrutando ellos y sus familias de los miles de millones de pesos robados y vociferando con orgullo que es el Estado el que les debe.
Por esta razón, he dicho que es urgente que en Colombia haya por lo menos un presidente en la historia que abandone los discursos vacíos y se dedique a algo más efectivo: liderar como jefe de Estado una lucha sin cuartel contra la corrupción. Quizá llegue el momento en que, como sociedad, les demos lecciones a los hampones en vez de que sean los hampones quienes le den lecciones a la sociedad.
En mi anterior columna, “Una guerra por liderar”, me referí a la necesidad de que el presidente Duque, al costo que sea y como política de Estado, lidere una lucha sin cuartel contra la corrupción.
Esa columna la escribí en medio de una noticia que les amargó la Navidad a los colombianos de bien y, en especial, a quienes hemos dedicado gran parte de nuestras vidas a combatir, no con discursos sino con sanciones ejemplarizantes, a aquellos que han violado en forma grave la ley, sobre todo cuando se trata de delincuentes de “cuello blanco” que en vez de robar deberían estar construyendo un mejor país. Me referí a la excarcelación de hampones como G. Nule, E. Tapias y M. Galofre, capos del “Carrusel de Bogotá” y muchas otras contrataciones fraudulentas.
Al margen de si los jueces de ejecución de penas les concedieron a ellos los beneficios y subrogados a que tenían derecho de conformidad con la ley (eso lo investiga la Fiscalía), lo cierto es que de esos casos y de otros igual de aberrantes tenemos que aprender y tomar correctivos.
Hay que recordar que los Nule fueron personas a quienes algunos medios endiosaron, varios políticos rodearon y muchos ciudadanos admiraron, sin importar las alertas de unos pocos pero bien informados contradictores, que se olieron quiénes eran en verdad y qué tan extraño es figurar en todo de un día para otro. Contradictores que entienden lo que en Buga se advierte: “de eso tan bueno no dan tanto”.
Así las cosas, la primera gran lección del caso Nule es para toda la sociedad. Tener cuidado en no endiosar a falsos empresarios, no guiarse por apariencias y oír las alarmas de contradictores con credibilidad, para no terminar patrocinando a futuros delincuentes. El caso de los Nule no ha sido el único, pues en una sociedad decadente, hasta gente culta y con algún liderazgo se hace la ciega, sorda y muda frente a extraños personajes con actuar sospechoso o frente a quienes, incluso, han estado vinculados con actividades ilegales y que han pretendido posar de empresarios admirables.
La otra gran lección que nos deja el caso Nule es que tenemos un sistema penal mal concebido; pensado para proteger al delincuente de la sociedad y no a la sociedad del delincuente. Ese injusto sistema prevé penas bajas, rebajas, beneficios y subrogados acumulables que conducen a que, al final, quienes dañaron a la sociedad terminen pagando penas irrisorias de cárcel efectiva y, lo que es más aterrador, sin indemnizar a sus víctimas ni pagar las multas impuestas por las autoridades. Eso sí, muertos de la risa disfrutando ellos y sus familias de los miles de millones de pesos robados y vociferando con orgullo que es el Estado el que les debe.
Por esta razón, he dicho que es urgente que en Colombia haya por lo menos un presidente en la historia que abandone los discursos vacíos y se dedique a algo más efectivo: liderar como jefe de Estado una lucha sin cuartel contra la corrupción. Quizá llegue el momento en que, como sociedad, les demos lecciones a los hampones en vez de que sean los hampones quienes le den lecciones a la sociedad.