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La semana pasada escribí una columna titulada “Boogie, el aceitoso” en “honor” a Ricardo Bonilla, deshonesto ministro de Hacienda, hoy por fortuna ya exministro. Esa columna la escribí a propósito de las millonarias coimas dadas por el Gobierno nacional a varios congresistas con el objetivo, de hecho concretado, de conseguir la aprobación de la Comisión Interparlamentaria de Crédito Público a siete créditos internacionales por más de US$1.000 millones ($4 billones) en diciembre de 2023, operación relatada al detalle por la exasesora María Alejandra Benavides y contada casi que cinematográficamente por Noticias Caracol.
En esa columna, al igual que lo hicieron millones de colombianos, manifesté mi indignación por los hechos ocurridos, como mínimo delictivos, en los que el exjefe de las finanzas públicas no solo quedó inmerso sino atrapado, siendo líder de ese entramado grotesco de corrupción y, claro está, ejecutor de la parte más importante del plan, como lo fue el traslado presupuestal para poder empeñar más de $92.000 millones en contrato dirigidos a parlamentarios a través de la cada vez más delincuencial UNGRD.
No obstante, las sorpresas no terminan en el escándalo ni en la renuncia. Lo que más sorprende, a mi modo de ver, fue la reacción de justificación y complicidad del capo de capos de la actual corrupción oficial; es decir, la reacción del presidente Petro.
Por un lado, Petro defendió a su ministro restándoles credibilidad a las pruebas, pero, sobre todo, trató de aguantarlo en el cargo lo que más pudo, y solo le pidió la renuncia por medio de un trino escrito en caliente como reacción al hecho de que se hizo público que Bonilla había corrido traslado a la Fiscalía de hechos que daban cuenta de gestiones posiblemente delictivas de Nicolás Alcocer Petro —el otro Nicolás de Petro—, con ocasión de multimillonarios contratos en la estatal Hidroeléctrica de Urrá. Esa coincidencia deja un tufillo en contra de los verdaderos motivos del presidente.
De otra parte, se advierte en la reacción de Petro el no estar muy convencido de que comprar los votos de los congresistas a cambio de direccionarles contratos esté mal, y mucho menos que sea un delito. Acude Petro, otra vez, a sus viejas estrategias de llamar errores a los delitos, pero también a la absurda tesis de que como en otros gobiernos eso se hizo (sin importar que hay gente presa por ello), ahora también se puede seguir haciendo. Increíble, pero así “trabaja” la mente de este desorbitado presidente que en mala hora la mitad más uno de los colombianos decidieron elegir.
Así las cosas, no es de extrañar que si la justicia se demora en encarcelar al exministro Bonilla y el tema se enfría —lo cual ocurre con frecuencia— lo tengamos de vuelta en el gobierno, pues ha pasado con varios, entre ellos con Laura Sarabia y Armando Benedetti, actuales compañeros del presidente en el tercer piso de la casa estudio en que convirtieron la Casa de Nariño, que salen dizque a defenderse por fuera del gobierno, pero a los pocos días regresan a él sin que obviamente se cierren las puertas.
No pueden los colombianos olvidarse de que ya está más que probado que todo aquel que le “agarra las pelotas” al presidente Petro y se lo hace saber a través de los medios de comunicación se vuelve su amo. Ya lo hizo Benedetti y ahora lo hizo Bonilla. No olviden que Bonilla gritó a los cuatro vientos que “el presidente Petro siempre estuvo enterado de mis acciones”, con lo cual le dijo al presidente lo mismo que aquel famoso paciente le dijo a su odontólogo: “Nos hacemos pasito”.