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Las malas noticias no nos dejan ni respirar. Día tras día tenemos un episodio dramático del cual avergonzarnos como colombianos por cuenta de las impúdicas actuaciones de una tracamanada de hampones expertos en corromper a funcionarios públicos cortos de valores, a la sociedad y a las propias instituciones.
Esos hechos revelan la existencia de una sociedad decadente y cada vez más corrupta, pero al mismo tiempo nos da un fresquito ver que las autoridades, especialmente la Fiscalía General de la Nación, se han tomado en serio aquello de luchar contra gran parte de la corrupción. Sin embargo, como lo hemos dicho, las limitaciones de esa entidad, que las tiene, y el pésimo sistema penal que impera en Colombia, llamado burlescamente “sistema penal aplazatorio”, también hacen que la lucha contra la corrupción esté algo perdida o, por lo menos, muy desbalanceada. Ese sistema penal parece concebido para proteger a los delincuentes de la sociedad y no a la sociedad de los delincuentes.
La semana pasada ocurrió otro caso de mayúscula corrupción. Parece una película y no propiamente porque de ello existan varios videos en los que los capturados Luis Alberto Gil (exsenador y exconvicto propietario de una antigua y eterna mala reputación), Carlos Julián Bermeo (fiscal de la JEP), Ana Cristina Solarte, Luis Orlando Villamizar y Yamit Prieto aparezcan con las manos en la masa (USD 500.000) que como coima estarían transando para favorecer la no extradición de otro criminal como Santrich, sino porque eso lo que confirma es que lastimosamente y por cuenta de unos pocos (o muchos, ya uno ni sabe) es que estamos rotulados desde hace mucho tiempo como “país de cafres”, en palabras del maestro Darío Echandía, ilustre filósofo y político liberal.
Debo confesar que a veces me agobia la desesperanza. ¿Todo está perdido? ¿Será posible ganarle a la corrupción? Ya no sé, pero como lo hemos venido diciendo desde hace varios años, Colombia necesita implementar una seria e integral política pública contra la corrupción y ello requiere de un Gobierno que no solo le muestre los dientes a Venezuela y le frunza el ceño al régimen de Maduro, sino que también se envalentone y sea furioso con quienes pretenden someternos al reinado de la corrupción y las componendas, sin importar quiénes ni qué tan perfumados e importantes sean los involucrados.
Me da tristeza acordarme de que gente importante se haya codeado con criminales como el exsenador Luis Alberto Gil, hayan hecho política a su lado y le hayan recibido y agradecido avales o adhesiones en momentos en que la ética debería estar por encima de la necesidad de sumar votos y ganar elecciones. También me da tristeza ver como muchos colombianos andan de comida en comida, de bautizo en bautizo, de matrimonio en matrimonio y de negocio en negocio, con personajes de mala reputación o costumbres mafiosas pues, reitero, lo que ello revela es que el verdadero problema de Colombia es que sufre la existencia de una tracamanada de hampones, tanto del desprestigiado lado de los malos como del soterrado lado de los “buenos”.