Todo nuevo año está precedido de un periodo de descanso en el que muchos logramos salir de la rutina y tener días especiales en compañía de familiares y amigos. Y bueno, todos, sin excepción, hacemos planes y promesas; unas se vuelven realidad y otras no.
Sin embargo, lo único cierto es que esto empezó. Y, como sociedad, tenemos que ser serios y emprender todo lo que consideramos importante e inaplazable. Hay retos vitales para el futuro del país. Dependiendo de cómo los afrontemos, iremos hacia el desarrollo o nos perpetuaremos en el subdesarrollo.
Algo importante e inaplazable es que el presidente Duque trabaje duro en mejorar su imagen y que no la dilapide haciendo cosas no propias de un estadista y evitables. A veces, el peor enemigo del presidente Duque es él. Ojalá en diciembre haya tenido tiempo para prometérselo a sí mismo.
Es muy grave que, como lo dicen las encuestas, tres de cada cuatro colombianos ya piensan que el presidente no va bien. Y no va bien, porque no solo se nota su falta de experiencia y liderazgo sino también la inmadurez general de su equipo de gobierno. Aquí, aún, nadie sabe qué esperar de su mandato, y cuando la gente empieza a tenerle fe por algún acierto (que también los hay), el presidente Duque nos desilusiona con un absurdo nombramiento; con una pésima terna; con el pago enmermelado de un favor a un gremio; con una desafortunada descontextualización de la historia; con un guiño diplomático a algún político prófugo de la justicia colombiana; con una frase que polariza; o, sencillamente, con alguna inacción que muestra que pasan y pasan los días y que el Gobierno no arranca.
Otro aspecto importante e inaplazable es emprender la lucha frontal contra la corrupción. La excarcelación del bandido Guido Nule, irónicamente el mismo “día de los inocentes”, nos indignó en estas vacaciones. No es posible que semejante delincuente de cuello blanco ya esté como si nada hubiera ocurrido, disfrutando de una libertad que no merece y que el pueblo colombiano repudia. A este país se lo está devorando la corrupción y quienes hemos dedicado muchos años de nuestra vida a combatirla sentimos una puñalada en el alma cada vez que sale una noticia sobre un nuevo caso de corrupción o cuando sale de la cárcel un delincuente que ha robado los dineros de todos los colombianos.
Por eso el presidente, si quiere restablecer su credibilidad y dar un vuelco a su imagen con algo trascendental, debe abandonar el discurso y concretar hechos incontrovertibles de estar combatiendo sin cuartel la corrupción, pues ya nadie quiere ni cree en palabras bonitas ni frases para enmarcar, y mucho menos en mentiras sobre “el que la hace la paga”.
Presidente Duque, salvo fanáticos e insensatos, todos en Navidad pedimos como deseo que a Colombia le vaya bien, y por ende a usted. Y aunque los deseos no se revelan, quiero compartirle uno de los míos que es colectivo: deseo que lidere una guerra. Sí, la guerra contra la corrupción, que es la única guerra a la que quiero que usted nos conduzca, pues un país bajo el imperio de la corrupción está condenado al subdesarrollo perpetuo.
Todo nuevo año está precedido de un periodo de descanso en el que muchos logramos salir de la rutina y tener días especiales en compañía de familiares y amigos. Y bueno, todos, sin excepción, hacemos planes y promesas; unas se vuelven realidad y otras no.
Sin embargo, lo único cierto es que esto empezó. Y, como sociedad, tenemos que ser serios y emprender todo lo que consideramos importante e inaplazable. Hay retos vitales para el futuro del país. Dependiendo de cómo los afrontemos, iremos hacia el desarrollo o nos perpetuaremos en el subdesarrollo.
Algo importante e inaplazable es que el presidente Duque trabaje duro en mejorar su imagen y que no la dilapide haciendo cosas no propias de un estadista y evitables. A veces, el peor enemigo del presidente Duque es él. Ojalá en diciembre haya tenido tiempo para prometérselo a sí mismo.
Es muy grave que, como lo dicen las encuestas, tres de cada cuatro colombianos ya piensan que el presidente no va bien. Y no va bien, porque no solo se nota su falta de experiencia y liderazgo sino también la inmadurez general de su equipo de gobierno. Aquí, aún, nadie sabe qué esperar de su mandato, y cuando la gente empieza a tenerle fe por algún acierto (que también los hay), el presidente Duque nos desilusiona con un absurdo nombramiento; con una pésima terna; con el pago enmermelado de un favor a un gremio; con una desafortunada descontextualización de la historia; con un guiño diplomático a algún político prófugo de la justicia colombiana; con una frase que polariza; o, sencillamente, con alguna inacción que muestra que pasan y pasan los días y que el Gobierno no arranca.
Otro aspecto importante e inaplazable es emprender la lucha frontal contra la corrupción. La excarcelación del bandido Guido Nule, irónicamente el mismo “día de los inocentes”, nos indignó en estas vacaciones. No es posible que semejante delincuente de cuello blanco ya esté como si nada hubiera ocurrido, disfrutando de una libertad que no merece y que el pueblo colombiano repudia. A este país se lo está devorando la corrupción y quienes hemos dedicado muchos años de nuestra vida a combatirla sentimos una puñalada en el alma cada vez que sale una noticia sobre un nuevo caso de corrupción o cuando sale de la cárcel un delincuente que ha robado los dineros de todos los colombianos.
Por eso el presidente, si quiere restablecer su credibilidad y dar un vuelco a su imagen con algo trascendental, debe abandonar el discurso y concretar hechos incontrovertibles de estar combatiendo sin cuartel la corrupción, pues ya nadie quiere ni cree en palabras bonitas ni frases para enmarcar, y mucho menos en mentiras sobre “el que la hace la paga”.
Presidente Duque, salvo fanáticos e insensatos, todos en Navidad pedimos como deseo que a Colombia le vaya bien, y por ende a usted. Y aunque los deseos no se revelan, quiero compartirle uno de los míos que es colectivo: deseo que lidere una guerra. Sí, la guerra contra la corrupción, que es la única guerra a la que quiero que usted nos conduzca, pues un país bajo el imperio de la corrupción está condenado al subdesarrollo perpetuo.