La Constitución de 1991 tuvo génesis diversas y saludables para el nivel promedio de nuestra política. Primero, el acuerdo de paz con el M-19, que dejaba nuevas circunstancias en medio de un escenario marcado más por las esperanzas comunes que por la discordia y la desconfianza. Segundo, un bloqueo institucional dado por una Constitución que había envejecido mal luego de más de un siglo de trajines y desencantos. Y, por último, un espontáneo entusiasmo ciudadano, sin un poder que lo guiara desde arriba en su convocatoria y lo manipulara desde abajo en sus sesiones. Su conformación plural como nunca en la historia de nuestros cuerpos colegiados y sus discusiones lejanas a las garroteras fueron la prueba del clima benéfico del momento.
Hoy en día el ambiente es algo distinto. Tenemos un Estado más fuerte, unos indicadores de violencia bastante menores a los de entonces, unas indiscutibles mejorías sociales y unas amenazas armadas que no encarnan el inmenso poder de los carteles mafiosos de la época. Y sin embargo vivimos un clima de crispación política, de frustraciones ciudadanas, de sectarismos y miedos que han convertido el ejercicio electoral en un juego agresivo y riesgoso. El desarme de las Farc dejó grandes divisiones en la sociedad que alguna vez rechazó sus acciones de forma casi unánime. Las diferencias sobre los métodos posibles para acabar un conflicto anacrónico e inútil fueron suficientes para desatar un peligroso combate político. Por hoy se le presta igual atención a las rechiflas y los saboteos de plaza pública que a la voz de los candidatos.
En medio de esa campaña sorprende que dos candidatos presidenciales que fueron protagonistas de la Constitución del 91 propongan una constituyente para reformarla. Gustavo Petro dice que el primer día de gobierno convocará un plebiscito para preguntarle al pueblo si quiere convocar a una asamblea constituyente. Sabe de nuestro fetichismo legal y del entusiasmo que genera un cambio de reglas entre quienes están aburridos en el juego. Petro sufre lo que se podría llamar el síndrome del legislador. Y dice además que su constituyente sería limitada. Solo quiere cambiar la educación, la salud, la justicia, el sistema pensional, la política y el sistema productivo. Hasta el clima quiere cambiar para salvar el mundo del calentamiento global, pero al menos promete dejar intacto el Ideam. Las garantías constitucionales funcionaron contra las arbitrariedades que intentaron sacarlo de la Alcaldía de Bogotá, pero hoy insiste en los cambios. Es llamativo que un antiguo militante del M-19 desprecie de algún modo el pacto social del 91, y más llamativo que en medio de sus llamados a crear una nueva constitución invoque sobre todo el fracaso del Frente Nacional. Petro se salta un periodo de la historia en el que participó activamente. Su idea entonces es meternos en una elección inmediata si gana, un nuevo pulso de Sí o No, luego en una nueva elección de constituyentes y al final en una larga deliberación sobre las nuevas reglas de juego. Será un gobierno electoral y legislativo de cuatro años, en caso de que no se decida algo sobre los periodos presidenciales.
Humberto de la Calle también sorprende con un llamado a una constituyente. Quiere repetir su ejercicio 27 años después. Corregir lo que quedó incompleto o mal redactado. Sus ambiciones son menores, dice que solo quiere reformar la justicia. Coincide con Petro en que el Congreso es incapaz de reformas efectivas, para ellos fallan los hombres elegidos en el Congreso pero los más votados en la constituyente serán visionarios y virtuosos.
De otro lado también Piedad Córdoba e Iván Duque proponen acudir a una asamblea constituyente. Entre nosotros la posibilidad de un cambio en las letras más pomposas puede alinear a los contradictores acérrimos. Les aseguro que si se impone la idea no lograremos un justo medio y una mejor letra.
La Constitución de 1991 tuvo génesis diversas y saludables para el nivel promedio de nuestra política. Primero, el acuerdo de paz con el M-19, que dejaba nuevas circunstancias en medio de un escenario marcado más por las esperanzas comunes que por la discordia y la desconfianza. Segundo, un bloqueo institucional dado por una Constitución que había envejecido mal luego de más de un siglo de trajines y desencantos. Y, por último, un espontáneo entusiasmo ciudadano, sin un poder que lo guiara desde arriba en su convocatoria y lo manipulara desde abajo en sus sesiones. Su conformación plural como nunca en la historia de nuestros cuerpos colegiados y sus discusiones lejanas a las garroteras fueron la prueba del clima benéfico del momento.
Hoy en día el ambiente es algo distinto. Tenemos un Estado más fuerte, unos indicadores de violencia bastante menores a los de entonces, unas indiscutibles mejorías sociales y unas amenazas armadas que no encarnan el inmenso poder de los carteles mafiosos de la época. Y sin embargo vivimos un clima de crispación política, de frustraciones ciudadanas, de sectarismos y miedos que han convertido el ejercicio electoral en un juego agresivo y riesgoso. El desarme de las Farc dejó grandes divisiones en la sociedad que alguna vez rechazó sus acciones de forma casi unánime. Las diferencias sobre los métodos posibles para acabar un conflicto anacrónico e inútil fueron suficientes para desatar un peligroso combate político. Por hoy se le presta igual atención a las rechiflas y los saboteos de plaza pública que a la voz de los candidatos.
En medio de esa campaña sorprende que dos candidatos presidenciales que fueron protagonistas de la Constitución del 91 propongan una constituyente para reformarla. Gustavo Petro dice que el primer día de gobierno convocará un plebiscito para preguntarle al pueblo si quiere convocar a una asamblea constituyente. Sabe de nuestro fetichismo legal y del entusiasmo que genera un cambio de reglas entre quienes están aburridos en el juego. Petro sufre lo que se podría llamar el síndrome del legislador. Y dice además que su constituyente sería limitada. Solo quiere cambiar la educación, la salud, la justicia, el sistema pensional, la política y el sistema productivo. Hasta el clima quiere cambiar para salvar el mundo del calentamiento global, pero al menos promete dejar intacto el Ideam. Las garantías constitucionales funcionaron contra las arbitrariedades que intentaron sacarlo de la Alcaldía de Bogotá, pero hoy insiste en los cambios. Es llamativo que un antiguo militante del M-19 desprecie de algún modo el pacto social del 91, y más llamativo que en medio de sus llamados a crear una nueva constitución invoque sobre todo el fracaso del Frente Nacional. Petro se salta un periodo de la historia en el que participó activamente. Su idea entonces es meternos en una elección inmediata si gana, un nuevo pulso de Sí o No, luego en una nueva elección de constituyentes y al final en una larga deliberación sobre las nuevas reglas de juego. Será un gobierno electoral y legislativo de cuatro años, en caso de que no se decida algo sobre los periodos presidenciales.
Humberto de la Calle también sorprende con un llamado a una constituyente. Quiere repetir su ejercicio 27 años después. Corregir lo que quedó incompleto o mal redactado. Sus ambiciones son menores, dice que solo quiere reformar la justicia. Coincide con Petro en que el Congreso es incapaz de reformas efectivas, para ellos fallan los hombres elegidos en el Congreso pero los más votados en la constituyente serán visionarios y virtuosos.
De otro lado también Piedad Córdoba e Iván Duque proponen acudir a una asamblea constituyente. Entre nosotros la posibilidad de un cambio en las letras más pomposas puede alinear a los contradictores acérrimos. Les aseguro que si se impone la idea no lograremos un justo medio y una mejor letra.