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El año pasado, a Medellín lo visitaron trescientos mil turistas extranjeros más que a Río de Janeiro. La Playa con la Oriental quedó por encima de Ipanema y Copacabana. La Comuna 13 se convirtió en un parque temático y centro comercial, relacionado con su historia de violencia, con la marca no registrada de Pablo Escobar, el reguetón y el color popular de las lomas. Siempre es atractivo conocer de cerca el arte de sobrevivir. A vuelo de pájaro, las favelas de Río y las comunas de Medellín son iguales, la misma aglomeración colorida de ladrillos y terrazas, los mismos laberintos y escaleras, las tiendas en las ventanas, el mototaxismo que serpentea, los grandes armazones de los cables, las canchas de fútbol y los escudos de los equipos en las paredes.
El Complexo do Alemao es la favela más grande de Río, con cerca de trescientos mil habitantes en sus 15 barrios. Si se le suma Complexo da Penha, favela limítrofe con su misma geografía, tenemos una zona popular con algo menos de quinientos mil habitantes alrededor de sus seis morros. Por dentro, las favelas y las comunas muestran diferencias en el control ilegal y sus negocios. También el Estado ha respondido de forma distinta frente a la presencia social y económica que ejercen las bandas.
El 15 de enero pasado, una nueva operación militar en El Alemao dejó seis muertos, entre ellos un policía, un jardinero tomando tinto, un señor de 67 años. Entre los ocho heridos se contaron dos señoras sospechosas, una estaba en el sofá de la casa y la otra iba para la tienda, las dos fueron liberadas luego de la atención en el hospital. Desde hace 12 años, la estrategia estatal llevó las estaciones de policía hasta los barrios. Algunas sobreviven, aisladas, y otras son solo la memoria de un fracaso.
A pesar de las operaciones reiteradas, el dominio ilegal es visible. Hombres con fusiles están al lado de una calle principal con su mercado de drogas en una mesa a la vista, la vida sigue sin prisa en el almacén de útiles escolares que está a su lado. La gasolina en botellas de dos litros se vende en las aceras, la compran quienes no quieren mostrar la cara o la moto fuera del barrio. Soberanía energética. En la calle principal que sube al Morro do Alemao se suman barricadas, grandes barras de hierro a manera de talanqueras que se cierran cuando comienzan los operativos, llantas prendidas en el son el toque Mad Max sobre esos torniquetes. El mismo nombre del operativo de enero donde hubo una captura, una tonelada de droga incautada y un deshuesadero de carros clausurado. Muy poco para el alto precio de muertos, heridos y rencor contra el Estado. En El Complexo no hay tanto ruido como en las comunas de Medellín, no suenan los parlantes ni los gritos de cuadra a cuadra. No logro descifrar ese silencio. Todo parece un poco apagado. Desde un punto, subiendo al morro, los celulares deben estar en el bolsillo. Nadie quiere fotos.
El año pasado, la tasa de homicidios de Río de Janeiro dobló a la de Medellín y 699 personas murieron en “intervenciones policiales”. Un 24 % de las muertes violentas en la ciudad. Medellín tuvo 319 homicidios en 2024 y cinco personas murieron en operaciones de la Fuerza Pública. El gran operativo de 2010 en El Complexo do Alemao se inspiró en las operaciones Orión y Mariscal en Medellín. Las cosas han ido por caminos distintos. Un control ilegal similar deja cifras de violencia bien disímiles. Es difícil sacar una conclusión. A pesar de esas similitudes urbanas, de ese color y espacio tan parecidos, de la manera tan similar como se treparon esos barrios en la montaña, las historias y las rutinas son distintas. Pero superponer las dos ciudades sobre el papel, con el simple tanteo de unas caminadas y unas conversaciones en esas trochas de El Complexo, dejan algunas intuiciones.
