Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
El Centro Democrático y el Gobierno al fin están de acuerdo. Cuando se habla de proteger a los menores los políticos no pueden resistirse. Pretenden tutelar a los padres de familia, llevarlos de la mano en la crianza de sus hijos, transmitirles la seguridad -casi siempre falsa- de sus iniciativas y sus ideas. La prohibición será siempre la herramienta, la prohibición o los delitos o los castigos o los vetos. Los padres quieren reglas fuertes y los políticos se las dan, no importa que sean inútiles o perversas.
En primer debate en la Comisión Sexta del Senado se aprobó el proyecto de ley que busca prohibir el acceso a las redes sociales a los menores de 14 años. sin autorización de los padresAustralia acaba de aprobar en plenaria de la Cámara una prohibición total a menores de 16 años. El estado de Florida y la ciudad de Nueva York han radicado proyectos con restricciones similares. Los primeros ministros de Noruega y Reino Unido han dicho que irán en la misma dirección.
Todos los estudios repiten las cifras alarmantes de problemas de salud mental entre adolescentes. El bombardeo de las redes no los deja dormir ni concentrarse, provoca desórdenes alimenticios, ansiedad y depresión. Incluso algunos neurólogos hablan de los cambios en las redes neuronales por el estrés de likes en un momento de formación cerebral. También la Unesco ha advertido sobre la toxicidad de las redes y sus efectos nocivos en el aprendizaje de niños y adolescentes. El consenso sobre controles y prohibiciones es abrumador.
Mientras tanto los adolescentes siguen viviendo en sus teléfonos. En Australia se cuestiona no haber tomado en cuenta las voces de los jóvenes para legislar sobre hábitos y sus ámbitos. No se trata de una prohibición como las que hay respecto al alcohol y al tabaco, como equivocadamente lo dice Mauricio Lizcano, ministro de las TIC. Las redes se han convertido en el universo de socialización de los adolescentes, donde se encuentran, se pelean, se enamoran, se extrañan, se espían. En 2021 un apagón de Instagram dejó claro lo que significa la red para muchos adolescentes. Es su jaula de oro, y su prohibición podría incluso aumentar la ansiedad y el aislamiento. El testimonio de jóvenes españolas en su momento resulta elocuente: “Yo lo pasé mal. Iba a trabajar, estaba esperando al bus y decía, ¿qué hago?”; “Al levantarme de la siesta no cargaba nada. Y ahí empiezas ya como, ¿qué está pasando?, ¿cómo me voy a comunicar? (…) estás como... y si me ha escrito alguien justo para contarme algo, ¿sabes?; “Instagram se ha convertido en un hobby, ¿sabes? Me subo a la ruta por la mañana y lo primero que hago es mirar el móvil. Cuando se cayó estaba en el bus y no sabía qué hacer”.
El acuerdo sobre prohibir me recordó a la supuesta protección a los mayores durante la pandemia: encerrarlos para que no se contagiaran. La prohibición podría llevar a los adolescentes a redes más oscuras, con más riesgos. Igualmente, los controles son difíciles de implementar. Causa risa pensar en la ignorancia digital de muchos papás y mamás luchando contra el ingenio de los adolescentes frente a las pantallas. Los estereotipos, la obligación a la felicidad y la belleza que imponen las redes, lo mismo que el acoso, el bullying, los riesgos de abuso son parte del mundo actual de los jóvenes. Y ellos lo saben más de lo que imaginamos. Hemos puesto todas las restricciones y los miedos sobre la calle, pretendemos el control y la burbuja, y ahora queremos prohibir la red donde se han refugiado. ¿Qué les va a quedar? ¿Vamos a dejarlos sin espacios propios al someterlos a un monitoreo enfermizo? ¿Se nos olvida que la familia es el espacio más común a los abusos? La peor de las redes muchas veces. La legislación de los adultos sobre la vida de los adolescentes siempre implicará un riesgo. ¿Qué tal que nos impusieran sus reglas?