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Rabo de ají

Corrupción en flagrancia

Pascual Gaviria
09 de noviembre de 2022 - 05:30 a. m.

La semana pasada llegó a mi correo electrónico una citación, de la fiscal 112 local de Medellín, a una audiencia de conciliación en el marco de una denuncia penal por los delitos de injuria y calumnia. El denunciante es el alcalde, Daniel Quintero Calle, quien cree que merezco una pena de prisión entre 16 y 72 meses, por un trino que publiqué en julio pasado y que dice, palabras más palabras menos, que el alcalde de Medellín es el farsante más grande que ha pasado por la ciudad y, además de eso, corrupto.

Una página es muy poco para ilustrar su farsa como funcionario y político, y reseñar la deshonestidad de muchas de sus actuaciones. Pero espero sirva como un primer alegato frente a su denuncia.

Para saber que Quintero Calle es un farsante basta mirar la chapa del movimiento por el que fue elegido: Independientes. Quintero se ha vendido como un político soberano frente a los partidos tradicionales, muy a pesar de haber sido adolescente conservador, entusiasta impulsor de su hermano en el Partido Verde, joven liberal cuando le cargaba la maleta a David Luna, burócrata del gobierno del Partido de la U y supuesta promesa nacional del Pacto Histórico. Pensemos bien y digamos que la política es dinámica y que Quintero Calle logró hacerse independiente al volver a Medellín luego de ser ahijado del bipartidismo y otras especies.

Pero resulta que aquí ha gobernado de la mano de clanes que representan la política más vieja y percudida. Desde su primer gabinete estuvo la gente de los conservadores Carlos Andrés Trujillo y Óscar Iván Palacio, y llegaron los puestos de Gabriel Jaime Rico y las cuotas de Héctor Londoño Restrepo, exalcalde liberal de Envigado. Pero esa era apenas la pruebita. Quintero ha hecho más de 90 cambios en su gabinete en solo tres años y ahí han llegado “recomendados” de Iván Darío Agudelo y los guiños para algunos necesitados del Centro Democrático, como Hernán Gómez Giraldo. Esto deja claro que Quintero Calle es una farsa como independiente y alternativo, un tapao, que llaman.

Respecto al señalamiento de corrupto hay decenas de comportamientos y decisiones que confirman a Quintero Calle como un funcionario ajeno a la búsqueda del provecho público. Así define la RAE, en una de sus acepciones, la palabra corrupción: “En las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores”.

Dejo entonces un pequeño listado de “travesuras” que encajan muy bien en esa definición: los contratos dudosos de los familiares de funcionarios de su administración, la entrega de dinero a medios de papel para que laven su imagen, los $20.000 millones pagados para montar una clínica donde a pesar de las promesas nunca funcionó una sola UCI, la manera cínica de violar la prohibición de participar en política, la forma como escondió información relevante a la junta de EPM que renunció en pleno, el abuso de autoridad con el que encerró con militares el barrio El Sinaí durante la pandemia, la entrega de contratos para la jardinería de la ciudad a políticos afines, el chanchullo que querían montar con la chatarrización, el uso incierto de los datos ciudadanos obtenidos en pandemia, el nombramiento de un gerente de EPM con falsedades en su hoja de vida, el intento de que el municipio comprara un lote de $48.000 millones para hacerle un favor a Luis Pérez, el descalabro en el Hospital General donde comen los contratistas y no los pacientes…

La corrupción, cuando es flagrante, cuando se exhibe con cinismo y soberbia, se nota a simple vista y para señalarla no es necesaria una condena penal. De modo que para mí Quintero Calle conserva sus otros dos apellidos, farsante y corrupto.

 

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