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El presidente Gustavo Petro es un especialista en revisitar la historia. El pasado es una de sus obsesiones y sus discursos intentan, mediante una versión a mano alzada, romper lo que considera mitos creados por un poder económico acaparador y casi siempre mafioso. Petro se considera una especie de justiciero histórico, pero casi siempre resulta siendo inexacto e injusto, más inventivo que certero. Una frase de su reciente intervención en Urabá describe su estilo de oratoria novelada: “… pero más o menos fue así la historia”.
Con esas palabras cerró su reflexión sobre los grandes capitales de El Poblado en Urabá y el nacimiento del paramilitarismo. Su lección de historia contemporánea sirve de ejemplo para señalar su mirada llena de falacias, omisiones y sesgos. Dijo Petro en medio de su felicidad discursiva: “La gente con sus necesidades se organizó, exigió, quiso tener una vida mejor y ese choque terminó en un conflicto armado. Hubo una presencia insurgente del Ejército Popular de Liberación (EPL) poderosa. Eso afectó al empresariado bananero, que reaccionó paramilitarizándose, no todos, siempre habrá excepciones, pero más o menos fue así la historia”.
No sería difícil para el presidente recordar la masacre de La Chinita, en Apartadó, que acaba de cumplir treinta años. Un barrio de invasión, creado efectivamente por integrantes del Esperanza, Paz y Libertad, movimiento surgido luego de la desmovilización del EPL. En 1992, los trabajadores bananeros comenzaron la invasión de 107 hectáreas y el barrio se convirtió en un fortín político del Urabá. Cuatro de los seis concejales que lograron los “esperanzados” en ese momento fueron elegidos con votos de La Chinita. Y sus primeros verdugos no fueron los paramilitares sino las FARC, en uno de sus actos verdaderamente revolucionarios.
Veían a los “esperanzados” como traidores que además les habían robado el espacio político en todo el eje bananero. En enero de 1994, durante una verbena popular, hombres de las FARC mataron a 35 personas en La Chinita. Luego de la masacre siguieron los asesinatos: trabajadores bananeros del barrio eran bajados de los buses y acribillados en plena carretera. Fueron asesinados más de ochocientos militantes y simpatizantes de Esperanza, Paz y libertad. Las FARC negociaban con el naciente paramilitarismo de los hermanos Castaño, que también mató a obreros bananeros a finales de los años 80 y masacraban a sus antiguos camaradas. Alias Manteco, comandante del quinto frente de las FARC, con presencia en Urabá, dijo hace poco que ellos se reunían con Fidel Castaño en la hacienda Las Tangas. Más narcos que bananeros acaparaban la tierra en la región: los Ochoa, Gacha, Pelusa Ocampo, Mata Ballesteros…
En Urabá se mezclaron todas las armas, el amasijo de las guerras hizo que la historia sea bien paradójica. Los fundadores del clan Úsuga, lo que hoy llamamos Clan del Golfo o AGC, tuvo sus semillas en las FARC. Cuando Juan de Dios y Dairo Antonio Úsuga cogieron las armas, eran cercanos al frente quinto de las FARC en Turbo y luego se mudaron al EPL. No le caminaron a la desmovilización, volvieron a las FARC para buscar apoyo y formaron el llamado frente Bernardo Franco. Eran un apéndice de las FARC con relativa independencia, pero se portaron mal y fueron expulsados. Ahí llegó su rendición a los Castaño, a las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá. En 1996, Castaño, actuando como “gestor de paz”, hizo la pantomima de desmovilizarlos y se presentaron como 45 desmovilizados de la disidencia del EPL. Se trataba de un simple cambio de brazalete. Se convirtieron en un “comando élite” de las ACCU y más tarde en los creadores del Clan del Golfo. Más o menos fue así la historia…