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Rodolfo Hernández convirtió la campaña presidencial en una comedia de televisión. Era una caricatura de sí mismo, “él es muy natural, muy criollo”, decía un concejal de su movimiento en tiempos de correrías presidenciales, y el candidato iba por las redes y las calles haciendo reír y creciendo en las encuestas. No dejaba tiempo para la imaginación, era nítido en su insolencia, era imposible que detrás de esa espontaneidad hubiera maquinación alguna. Ese “viejito malcriado” derrochaba insultos y simpatía por donde pasaba. Entregaba su aura popular a pesar de tener los campos de golf como escenario para sus relaciones políticas y económicas. “Como todos los ricos, son prepotentes, son gritones, son groseros, a veces pasan por encima de la Ley, pero Rodolfo entendió y se conmovió con lo que vio”, son las palabras de su hermano Gabriel luego del triunfo en las elecciones a la alcaldía de Bucaramanga en 2015. El empresario acababa de descubrir una atención que lo halagaba, un aplauso que lo sacaba de la camioneta blindada.
RH hizo ver frágil a la política colombiana, inestables a las maquinarias, equivocados a los analistas, perdidos a los ideólogos. El agravio fue una de sus marcas; las descalificación, su estilo; la agresividad, su manera de convencer; los memes, su publicidad. Los Simpson lo hubieran adoptado en su casa. En sus manos todo parecía tan simple: un mantra repetido contra la corrupción, un desprecio de la lucha ideológica, que le parecía un juego infantil, una estrategia de redes, sobre todo WhatsApp, que hizo sentir que era cercano a sus electores. No viajaba mucho, pero enviaba mensajes a cientos de grupos de voluntarios en los municipios. El candidato pertenecía al mismo grupo de WhatsApp de sus seguidores. Una red social, con el hálito de comunidad. Los Becassino tomaron ese diamante inevitablemente en bruto.
Y eso que nadie quería con Rodolfo. Cinco días antes del cierre de la inscripción de la fórmula vicepresidencial, no había encontrado quién se le midiera a su correría tan parecida a uno de los “capítulos” de El Paseo. Marelen fue su última opción y supo lo difícil que fue ese viaje. La izquierda y la derecha lo subestimaban por igual y los políticos tradicionales querían venganza contra ese lenguaraz. Lógico, hasta que mostró alguna opción. Solo los medios buscaban su desfachatez, Rodolfo era una máquina viral, una especie de Mockus sin filtro ni filosofía, más cerca del refranero que de la reflexión, aunque su hermano dice haberlo metido a la política explicándole durante un año el imperativo categórico kantiano.
Pero Hernández fue víctima de su propio éxito. En marzo de 2018, exhibió en X una encuesta donde supuestamente estaba por encima de Duque, Petro y Fajardo. Ni él creía en esa ficción. Pero cuatro años después la mentira era realidad y Rodolfo no resistió la posibilidad. Tal vez estaba muy solo para afrontar ese triunfo y decidió irse a una piscina en Miami. Petro y Rodolfo quedaron asustados luego de la primera ronda, pero uno quería ganar y el otro no.
Cuando se lanzó en Bucaramanga decía que no tenía nada que perder porque ya era rico y viejo, no iría a la cárcel y no temía que lo inhabilitaran, su carrera política lo tenía sin cuidado. Pero se demostró que siempre hay mucho que perder y el final de RH, que pudo ser asombroso, terminó siendo trágico. Pasó de un fenómeno político sin precedentes a una anécdota electoral con una buena dosis de patetismo. El candidato empujado a la política por una supuesta lucha anticorrupción, luego de ser sancionado por la Procuraduría, terminó condenado por un soborno firmado en papel sellado. Un hombre que dejó lecciones involuntarias a nuestra política.