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Predicar la paz como un acto de fe es una larga tradición política, eficaz para erigir un credo personal, alinear algunas fuerzas sociales, encontrar tres buenas frases. La paz como disyuntiva a la guerra y la muerte es indiscutible, una verdad de petrogrullo. Pero, en casi todas partes, la paz implica mayores riesgos y costos que el simple discurso y requiere siempre un poco de renuncia, algo de derrota, una parte de dureza y duelo.
El presidente parece seguro de que su voluntad será suficiente para encontrar fin a esas violencias disímiles y dispersas que tiene Colombia como herencia de guerras y negociaciones. Petro cree que se trata de un ejercicio dialéctico con ‘Iván Mordisco’, ‘Pablo Beltrán’, los duros de las bandas en las ciudades, ‘Chiquito Malo’ y otros. El eslogan de ese desorden que han dado en llamar la Paz Total podría ser algo así como, “tengo la inteligencia para persuadir y tengo la razón”.
A finales de la semana pasada, ante la arremetida de violencia en el Cauca, el presidente pidió la “movilización popular” contra el miedo y la muerte que imponen las organizaciones armadas. Pero la movilización más efectiva la hacen los criminales cuando, a punta de amenazas, empujan a la gente para protegerse, simular apoyos, tomar mercados, imponer respeto. ¿Paros armados contra cecerolazos? Suena bien, pero no se oye donde la estrategia podría tener algún efecto. Los actores armados en Colombia son inmunes al apoyo ciudadano a la paz.
El ejercicio pacifista en las regiones de mayor violencia tiene antecedentes trágicos en el país: el secuestro y posterior asesinato de Guillermo Gaviria, gobernador de Antioquia, y Gilberto Echeverri, su asesor de paz. El 21 de abril de 2002 marchaban por la paz hacia el municipio de Caicedo y terminaron asesinados a manos de ‘El Paisa’ un poco más de un año después. La fe en las ideas y los propósitos nobles puede ser la oportunidad de las mezquindades, la ambición y la crueldad de algunos. También Ingrid Betancourt sufrió el revés de ese voluntarismo. El presidente no puede confiar la seguridad del país al éxito de su activismo por la paz y a la bondad de sus empeños. Su historia como firmante de paz, su éxito político y algunas afinidades ideológicas nunca serán suficientes para persuadir a quienes han ganado plata y poder ejerciendo la violencia.
La generosidad a cambio de una foto también ha salido mal en el país. Lo sabe Pastrana luego de la plantada en el Caguán. Petro lo olvidó y viajó a La Habana en junio de este año para saludar a ‘Antonio García’. Un cese al fuego fallido fue el trasfondo del viaje y más de seis meses después intentamos definir de qué se trató el estrechón de manos. Petro ha asegurado que en mayo de 2025 “cesará definitivamente la guerra de décadas entre el ELN y el Estado”. Es posible que sepa algo que desconocemos.
Las negociaciones en silencio con los miembros de las bandas en Buenaventura, Medellín y otras ciudades también tienen historia en el país. Muchas veces han terminado en complicidades entre agentes del Estado y asesinos o en desmovilizaciones ficticias o en simples ejercicios de apaciguamiento que no dependen de la fuerza ni la razón de funcionarios ni fuerza pública.
Activismo pacifista, confianza desmedida en la contraparte, acuerdos silenciosos y sin marco jurídico son las tres bases de la Paz Total. Unos principios perfectos para la desinformación, el oportunismo de los hombres de la guerra, el disimulo de los pillos. Y todo eso está acompañado de un desprecio a la paz firmada con las FARC, que al gobierno le parece incompleta, farragosa, imposible de ejecutar y ajena. En el gobierno Petro lo posible es una afrenta al cambio, a las grandes ambiciones del presidente, y lo peor es que sus utopías tienen solo el sudor de los discursos y el caos de las acciones.