Es normal que los escritores amen sus papeles y sueñen con sus primeras mecanografías, con los rayones iniciales de su imaginación. Nadie renuncia fácilmente a las promesas que han costado sudor. Y también es lógico que detesten a los personajes que no logran caminar según su gusto o se alejan de sus habilidades en la mecanografía. Y que duden del balbuceo de las primeras páginas y de la valía de la tinta todavía fresca. Los manuscritos son, hasta para los autores consagrados, seres traicioneros, animales que no han mostrado del todo su carácter y pueden resultar crueles por defecto, venenosos, deformes al ojo de los lectores. Esa doble condición ha hecho que muchas veces los libros inacabados e insatisfactorios no conozcan el fuego ni las picadoras de papel, que simplemente se condenen por autores incapaces de hacer cumplir la pena. De modo que dan dos órdenes contradictorias: “quemen esa basura, pero entre tanto guárdenla en una caja fuerte”.
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Es normal que los escritores amen sus papeles y sueñen con sus primeras mecanografías, con los rayones iniciales de su imaginación. Nadie renuncia fácilmente a las promesas que han costado sudor. Y también es lógico que detesten a los personajes que no logran caminar según su gusto o se alejan de sus habilidades en la mecanografía. Y que duden del balbuceo de las primeras páginas y de la valía de la tinta todavía fresca. Los manuscritos son, hasta para los autores consagrados, seres traicioneros, animales que no han mostrado del todo su carácter y pueden resultar crueles por defecto, venenosos, deformes al ojo de los lectores. Esa doble condición ha hecho que muchas veces los libros inacabados e insatisfactorios no conozcan el fuego ni las picadoras de papel, que simplemente se condenen por autores incapaces de hacer cumplir la pena. De modo que dan dos órdenes contradictorias: “quemen esa basura, pero entre tanto guárdenla en una caja fuerte”.
Hijos, esposas, amigos o editores se ven obligados a guardar con celo los embriones. Su obligación, como albaceas, es hacer cumplir la voluntad del difunto. Pero casi siempre se inclinan por la voluntad de los lectores, las casas editoriales, los críticos literarios y los académicos en busca de los secretos creativos ¿Tienen derecho los testamentarios a desobedecer a sus testadores, a exponer sus póstumas penurias? La pregunta ha regresado luego de la publicación de la novela que García Márquez no quería que se viera en agosto ni en ningún otro tiempo. Las respuestas de los hijos han resultado cuestionables para muchos: “Cuando leímos las versiones nos dimos cuenta que el libro estaba mucho mejor de lo que recordábamos, entonces empezamos a sospechar que al igual que Gabo perdió la capacidad para escribir, también perdió la capacidad para leer, la capacidad para juzgar sus propios escritos”, dijo Gonzalo García Barcha. Y agregó que, en un acto de generosidad, resolvieron poner el gusto de los lectores por encima de la negativa de su padre a que fuera publicado.
También Nabokov fue traicionado por su esposa y su hijo con la publicación de El original de Laura, apenas un esbozo de novela escrito en 138 fichas y guardado en una caja de zapatos. Dmitri Nabokov se pregunta en el prólogo: “¿Merezco que se me condene o que se me dé las gracias?” Lectores, editores y libreros siempre le darán las gracias. Queremos leer no solo lo que los genios celebran sino también lo que reprochan de sus oficios. Y nada, por magro que sea, podrá debilitar sus grandes obras. Pero sin duda poner a un grande en evidencia, mostrar su cansancio creativo, sus pasos inseguros, su manera de copiarse mal a sí mismo puede ser una afrenta. Nabokov, el escritor, no el rescatista, lo tenía muy claro. Alguna vez le preguntaron si mostraría sus borradores y respondió en una de sus Opiniones contundentes: “Sólo las nulidades ambiciosas y los mediocres cordiales exhiben sus borradores. Es como hacer circular muestras de la propia saliva”. Nunca sabremos qué pensaría Kafka del atrevimiento de su amigo Max Brod que no solo guardó y publicó sino que “pulió” su obra póstuma. Pero el papá de Franz tuvo la culpa por entregar los cuadernos a quien respetaba más el genio que la voluntad de su amigo.
Tal vez el más valiente de todos los autores en trance de publicar lo imperfecto haya sido Truman Capote, quien, según dicen, mandó al olvido definitivo tres capítulos de su fallida novela Plegarias atendidas. Nunca se encontraron los capítulos prometidos, Capote al parecer estaba muy cansado del personaje que encarnaba y sabía que ni familiares ni amigos ni expertos atienden las plegarias de los autores que se pretenden pirómanos.