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Rabo de ají

Policía del silencio

Pascual Gaviria
17 de enero de 2024 - 02:05 a. m.
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Medir los decibeles es un asunto sencillo, un trámite técnico, digamos, tanto como medir la temperatura ambiente. También parecen simples las regulaciones sobre el ruido que en Colombia existen hace más de cuarenta años. Estudios médicos y psicológicos han puesto límites para evitar daños a la salud física o mental. Leyes, decretos y resoluciones han tomado esos valores para organizar horarios, territorios y ruidos aceptables. Y hay sanciones que las autoridades deben aplicar cuando el sonido se convierte en bulla, según las normas. Es el tranquilo mundo de los instrumentos precisos y las regulaciones escritas, el silencio de los dispositivos y el papel.

Pero la realidad se despierta y las ondas comienzan a complicarse. Se acaba la unanimidad de las mediciones y el oído, ese órgano experto en subjetividades, encuentra que lo que para unos es escándalo, para otros es murmullo. Y muchos no tienen oído externo sino extremo y para otros el oído medio justifica los fines de la fiesta. Las ciudades suenan distinto, el volumen es también un asunto cultural y geográfico, porque un picó en Tunja podría causar un pequeño temblor. También es un asunto generacional, los más jóvenes tienen tendencias al aturdimiento, los decibeles también sirven para borrar un poco de conciencia, para tapar las recomendaciones y los gustos correctos de los adultos, aunque conozco viejos punkeros que andan con un parlante debajo del brazo. Y también es una cuestión de costumbres sociales, diferente en los barrios donde se vive más de puertas para afuera, donde es obligatorio compartir las gracias y las desgracias de los vecinos, donde las paredes son más delgadas, las casas más pequeñas y la vida más arrumada.

Luego están los gustos y la tolerancia variada que tenemos frente a los diferentes ruidos. Unos detestan al vecino que lava el carro oyendo vallenatos y otros al que tiene un perro algo nervioso y ofuscado. Para algunos industriosos, las chimeneas son un rumor productivo; para los madrugadores, las ocho de la noche es el momento de apagar el mundo y, para los noctámbulos, las cosas apenas comienzan. Para los creyentes, el sermón merece un parlante y el carnaval requiere la sordina. En cuestión ruidos, el mundo es una unidad residencial llamada la Torre de Babel.

Se dirá que las leyes están para imponer unos mínimos de convivencia aceptables para todos y que la policía debe hacer cumplir ese acuerdo tan sencillo como ficticio, pero nada acabará con las tensiones y los desacuerdos sobre la sensibilidad auditiva. No hablamos de principios fundamentales, de derechos humanos, de mínimas garantías ciudadanas, sino de sensibilidades individuales, de aficiones y maneras de disfrutar el tiempo libre, de costumbres laborales, de neurosis y ansiedades. No quiero ser apologeta del ruido, vivo cerca de una zona de rumba en Medellín y soporto el sonsonete de la electrónica desde mi ventana, pero los recientes gritos que claman por el silencio universal me suenan un poco vanos, dictados desde la torre de marfil de la reflexión y la sensibilidad, algo engreídos, una especie de llamado mundial a la meditación y el pensamiento. Además, tienen el tono de señalamiento al mundo de los brutos que no logran vivir sin envenenar el cerebro con la algarabía, a la grosería mundana de los ruidosos, una lucha entre la vulgaridad y el refinamiento. Tengo mis recelos frente a esa policía del silencio.

Hablamos mucho de las burbujas digitales, familiares y sociales donde hemos terminado viviendo, de la dificultad para entender y convivir con gente ajena a nuestros gustos y nuestras convicciones, tal vez el reciente arrebato por el control de los decibeles tenga que ver con esa burbuja y con nuestras dificultades de vivir cerca del ruido de los otros.

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María(44753)18 de enero de 2024 - 04:54 p. m.
Vivimos en comunidad, hay que tener unos mínimos para la convivencia, no se trata de imponer el silencio solo que se respeten los derechos de los demás, no se trata de vivir en una burbuja, hay muchos comportamientos agresivos con los demás, no importar para nada la solicitud respetuosa de quien pide un poco menos volumen es violento
William(u5rt4)18 de enero de 2024 - 02:13 a. m.
El ruido de motos y de vehículos en las zonas residenciales de Medellín, está inaguantable después de las 10 pm. La mayoría de estos irrespetuosos son "inversionistas de alto riesgo"
FRANCISCO(61977)18 de enero de 2024 - 12:55 a. m.
Vivimos en la época del ruido. Y para alejarnos del mundanal ru..ido vinimos a buscar la tranquilidad del campo. Pero, oh sorpresa, el ruido nos alcanzó y se instaló en las vecindades con una planta trituradora. Y no hay poder humano que la pare. De aquí saldremos para el sanatorio o a la paz de los sepulcros. Que viva la paz del campo!
H. Cortes(93398)18 de enero de 2024 - 12:31 a. m.
Pues creo que si se hace una apología al ruido. Es buscar el punto medio lo que garantiza la sana convivencia, el cumplimiento del contrato social. Los extremos no son sanos (ni el ruido excesivo ni el silencio del sepulceo)
MARIA(30795)18 de enero de 2024 - 12:01 a. m.
No comparto su visión, respetado Pascual. Los derechos pueden ejercerse válidamente mientras no afecten los derechos ajenos. No creo que los ruidosos puedan exigirles a los demás que se vuelvan tolerantes al ruido. ¡Ni más faltaba! Cuando uno genera ruido –todos lo hemos hecho algunas veces–, debe asegurarse de no molestar a nadie, de no robarle su paz.
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