Estados Unidos lleva casi tres décadas de elecciones igualadas, decididas por escasos votos en algunos estados e, incluso, por una votación 5-4 en la Corte Suprema de Justicia. La demografía electoral se conserva con fluctuaciones, pero sin grandes cambios, cuando se miran los factores claves en la elección: los votos afros, blancos y latinos; hombres y mujeres; habitantes rurales, urbanos y de suburbios; universitarios y bachilleres; habitantes del sur y del norte; ciudadanos nacidos en la generación silenciosa, los baby boomers, la generación X, los millenials o la generación Z; miembros de las iglesias y descreídos. Tal vez el más grande cambio político en Estados Unidos sea el protagonismo de Donald Trump en los últimos diez años y su toma del Partido Republicano.
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Estados Unidos lleva casi tres décadas de elecciones igualadas, decididas por escasos votos en algunos estados e, incluso, por una votación 5-4 en la Corte Suprema de Justicia. La demografía electoral se conserva con fluctuaciones, pero sin grandes cambios, cuando se miran los factores claves en la elección: los votos afros, blancos y latinos; hombres y mujeres; habitantes rurales, urbanos y de suburbios; universitarios y bachilleres; habitantes del sur y del norte; ciudadanos nacidos en la generación silenciosa, los baby boomers, la generación X, los millenials o la generación Z; miembros de las iglesias y descreídos. Tal vez el más grande cambio político en Estados Unidos sea el protagonismo de Donald Trump en los últimos diez años y su toma del Partido Republicano.
La televisión explica el primer empujón. Su papel de mandamás en The Apprentice lo puso en el espacio y la actitud estelar. A pesar de su larga historia de quiebras, se veía decidido y eficaz, duro y competente. La megalomanía lo hizo mirar a la política, ser adorado por una minoría y temido por la mayoría del establecimiento, ya marcaba créditos suficientes. Había comenzado hablando contra las invasiones en Irak y Afganistán, entre furioso y pacifista, contra los bancos y Wall Street, entre estafador e indignado. Y ahora hablaba a los ninguneados por las élites, a la audiencia más adicta de Fox News y a la prensa completa que adoraba, entre la repulsión y el deslumbramiento, la capacidad de racismo, ignorancia y agresividad del posible candidato.
Para muchos, Richard Nixon es el maestro de sus discursos del resentimiento. Un hombre que no habla de políticos, se precia de no saber sus nombres, lo citó en varias oportunidades durante la campaña de 2020. “La mayoría silenciosa”, una expresión de Nixon que buscaba reivindicar a quienes no tenían voz en los medios y eran mirados por encima del hombro por las élites intelectuales, fue citada varias veces por Trump. Los ciudadanos corrientes que querían orden, viejas costumbres y la bandera de su país en lo alto. Ninguno de los otros 15 candidatos republicanos en las primarias de 2016 se atrevía a gritar de una manera tan furiosa y grosera contra los demócratas, los inmigrantes, la izquierda, las universidades o algunos aliados internacionales históricos de Estados Unidos. Trump logró que una cuarta parte de los republicanos sintiera que alguien hablaba por ellos. Era de verdad una “mayoría silenciosa”, al menos en una carrera de 16, la que había subido al ring para levantar la mano del Trump. A mediados de 2015, ya tenía el 35 % de los votos republicanos y no dejaría la punta en las encuestas hasta ser elegido candidato. Trump jugaba de la manera más pragmática posible, era proteccionista cuando tocaba, anunciaba impuestos contra los más ricos si había oportunidad, no importa que allí estuvieran casi la mitad de sus donantes, y se declaraba defensor de los derechos de minorías LGBTI. La ideología era solo un estorbo, era un republicano sin la camisa de fuerza de las ideas veneradas por su partido. Las bases más radicales terminaron imponiéndose entre los republicanos. La indignación, el resentimiento, las teorías conspirativas, el discurso contra las élites y el nacionalismo más burdo habían convertido a una especie de desadaptado en un estratega y un visionario. El aprendiz era ahora un maestro.
Y ahí está de nuevo, luego de perder por más de siete millones de votos contra Biden en 2020. Los medios lo han mirado de otra forma, muchos de sus subordinados en su mandato lo repudian, algunos de sus estrategas de campaña lo traicionaron, pero el odio creciente a sus rivales, la democracia rabiosa, la sangre en el ojo, lo mantiene en la pelea.