Del resultado del domingo hay que destacar la derrota de Fico y, con la suya, la de Duque y su gobierno, que lo apoyaron a más no poder; la de los expresidentes Uribe, Pastrana y Gaviria, y la de los partidos Liberal, Conservador, de la U y Cambio Radical. Es decir, hay que resaltar la derrota de las maquinarias y de la clase política tradicional, lo cual es una maravilla.
Pero no hay motivos de celebración para los sectores progresistas. Por más de que Petro ganó, su triunfo en segunda vuelta no se ve fácil: ya las encuestas le dan ventaja a Hernández. El antipetrismo sigue siendo muy alto en el país y Petro no se preocupa por apaciguarlo.
Hoy todo sería más fácil si, después del fracaso electoral del 2018, tanto Petro como el centro hubieran aprendido la lección y concluido lo que es evidente: que se necesitan mutuamente y que la paz y el futuro de Colombia son mucho más importantes que sus egos y rencillas personales.
Sin embargo, no aprendieron la lección. Por eso no abonaron el terreno para que, una vez pasada la primera vuelta, les quedara más fácil buscar acuerdos políticos y programáticos. En cambio, se dedicaron a maltratarse y descalificarse entre sí. Ahora, cuando es vital sumar cada voto para ganar la Presidencia, los resentimientos personales pesan más que las discrepancias políticas. Porque si se comparan los programas de Petro y Fajardo se encuentran puntos en común. Así que, si no se da un acercamiento entre ellos, se deberá más a diferencias personales y de talante que a discrepancias programáticas, lo cual sería lamentable.
¡Qué bueno habría sido que Fajardo y Petro hubieran dialogado antes de la primera vuelta!, como lo pidieron algunos sectores. Eso no significaba el retiro de la contienda, solo empezar a tender puentes. Pero no.
Ahora, Petro tampoco se ayuda: en el discurso que pronunció después de su “triunfo” en primera vuelta, no tuvo una sola frase amable para Fajardo ni para los demás líderes de la Coalición Centro Esperanza, ni les hizo un llamado a la concertación de un proyecto conjunto de país. Pareciera como si insistiera en ganar solo. Eso es un contrasentido, porque el planteamiento del Pacto Histórico es justamente el contrario: llegar a un acuerdo entre distintas vertientes políticas para sacar a Colombia de la violencia y la pobreza. Para materializar ese Pacto Histórico, no solo entre miembros de la izquierda sino también del centro, se requiere que las aproximaciones se hagan con generosidad, amabilidad y genuino deseo de concertación. Por eso vale la pena que Petro y su gente tengan presente el trino del senador liberal Luis Fernando Velasco, ahora militante del Pacto Histórico, en el que les dice “al oído” a sus compañeros del Pacto que “a Sergio Fajardo y buena parte de su equipo no se los invita a un acuerdo político con una piedra en la mano, se les proponen ideas y se les escuchan las que ellos traen para buscar un cambio responsable”.
Ojalá tanto el centro como la izquierda asimilen esta segunda lección y se muevan rápido en la dirección correcta. De lo contrario, como escribió en su columna Gloria Arias, tendremos un presidente machista, “que maneja el disenso a trompadas, confunde a Hitler con Einstein, se ufana de haber hecho su capital cobrándoles intereses a los pobres, menosprecia a las mujeres, se identifica con el fascismo y desconoce la geografía del país que pretende gobernar”.
Del resultado del domingo hay que destacar la derrota de Fico y, con la suya, la de Duque y su gobierno, que lo apoyaron a más no poder; la de los expresidentes Uribe, Pastrana y Gaviria, y la de los partidos Liberal, Conservador, de la U y Cambio Radical. Es decir, hay que resaltar la derrota de las maquinarias y de la clase política tradicional, lo cual es una maravilla.
Pero no hay motivos de celebración para los sectores progresistas. Por más de que Petro ganó, su triunfo en segunda vuelta no se ve fácil: ya las encuestas le dan ventaja a Hernández. El antipetrismo sigue siendo muy alto en el país y Petro no se preocupa por apaciguarlo.
Hoy todo sería más fácil si, después del fracaso electoral del 2018, tanto Petro como el centro hubieran aprendido la lección y concluido lo que es evidente: que se necesitan mutuamente y que la paz y el futuro de Colombia son mucho más importantes que sus egos y rencillas personales.
Sin embargo, no aprendieron la lección. Por eso no abonaron el terreno para que, una vez pasada la primera vuelta, les quedara más fácil buscar acuerdos políticos y programáticos. En cambio, se dedicaron a maltratarse y descalificarse entre sí. Ahora, cuando es vital sumar cada voto para ganar la Presidencia, los resentimientos personales pesan más que las discrepancias políticas. Porque si se comparan los programas de Petro y Fajardo se encuentran puntos en común. Así que, si no se da un acercamiento entre ellos, se deberá más a diferencias personales y de talante que a discrepancias programáticas, lo cual sería lamentable.
¡Qué bueno habría sido que Fajardo y Petro hubieran dialogado antes de la primera vuelta!, como lo pidieron algunos sectores. Eso no significaba el retiro de la contienda, solo empezar a tender puentes. Pero no.
Ahora, Petro tampoco se ayuda: en el discurso que pronunció después de su “triunfo” en primera vuelta, no tuvo una sola frase amable para Fajardo ni para los demás líderes de la Coalición Centro Esperanza, ni les hizo un llamado a la concertación de un proyecto conjunto de país. Pareciera como si insistiera en ganar solo. Eso es un contrasentido, porque el planteamiento del Pacto Histórico es justamente el contrario: llegar a un acuerdo entre distintas vertientes políticas para sacar a Colombia de la violencia y la pobreza. Para materializar ese Pacto Histórico, no solo entre miembros de la izquierda sino también del centro, se requiere que las aproximaciones se hagan con generosidad, amabilidad y genuino deseo de concertación. Por eso vale la pena que Petro y su gente tengan presente el trino del senador liberal Luis Fernando Velasco, ahora militante del Pacto Histórico, en el que les dice “al oído” a sus compañeros del Pacto que “a Sergio Fajardo y buena parte de su equipo no se los invita a un acuerdo político con una piedra en la mano, se les proponen ideas y se les escuchan las que ellos traen para buscar un cambio responsable”.
Ojalá tanto el centro como la izquierda asimilen esta segunda lección y se muevan rápido en la dirección correcta. De lo contrario, como escribió en su columna Gloria Arias, tendremos un presidente machista, “que maneja el disenso a trompadas, confunde a Hitler con Einstein, se ufana de haber hecho su capital cobrándoles intereses a los pobres, menosprecia a las mujeres, se identifica con el fascismo y desconoce la geografía del país que pretende gobernar”.