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“Benedetti no aspira a ministerios ni a embajadas. Él lo que quiere es ser Jesusita”, les oí decir a fuentes de la campaña de Gustavo Petro.
Jesusita era la mano derecha de Petro, su fiel escudera. No había cita con él que pudiera lograrse sin su ayuda; todo tenía que pasar por sus manos. Pero Jesusita salió de Palacio como pepa de guama poco después de que Laura Sarabia, quien trabajaba con Armando Benedetti, llegara a la Casa de Nariño como jefa de despacho del presidente. Jesusita se fue a trabajar con el entonces presidente del Senado, Roy Barreras, y, más tarde, se jubiló.
Pues bien, ahora resulta que, después de tanta agua que ha corrido bajo el molino, y luego de que Benedetti trató a los gritos a Sarabia —hoy directora del Departamento Administrativo de la Presidencia (DAPRE)— y, en una conversación, utilizó palabras soeces que no transcribo y le dijo: “Yo no me voy a dejar mamar gallo, Laura (…) Nos hundimos todos. Nos acabamos todos. Nos vamos presos”; después de que a Benedetti lo nombraron embajador en Venezuela y se iba, seguramente, de rumba durante días; una vez que él logró que le crearan la embajada en la FAO, que le costó al país cerca de 1.200 millones sin contar su sueldo de casi 49 millones mensuales; luego de que protagonizó en España un escándalo de maltrato contra su exesposa, Armando Benedetti logró su sueño: ser Jesusita. Es decir, no tener responsabilidades, pero sí estar en una oficina al lado de la del presidente, hablarle al oído y manejar los hilos secretos e inconfesables del poder.
En la oficina del otro lado estará Laura Sarabia, pero, seguramente, será por poco tiempo, porque ella también saldrá de Palacio como pepa de guama, tal como salió Jesusita. Y quedará Benedetti, solito, como dueño de la agenda y de los pensamientos del presidente.
Sin embargo, lo probable no es solo que vuele en átomos la poderosa Laura Sarabia, sino también que explote por dentro la guardia pretoriana del presidente: aquella conformada por su gente más cercana, esa que tiene principios y no entiende ni acepta que Benedetti regrese al corazón del poder. De ese grupo hacen parte Gustavo Bolívar, director del DPS; los ministros de Defensa, Educación, Cultura, Minas y Trabajo; el director de Planeación; la vicepresidenta de la República; el senador Iván Cepeda y la senadora consentida de Petro, María José Pizarro.
Pero, en ese grupo, con seguridad, falta el ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, que viene del santismo y ha hecho una buena labor porque ha logrado que el Congreso le camine al gobierno. Ha impulsado la implementación del Acuerdo de Paz con las FARC, ha sacado adelante la elección del procurador general Gregorio Eljach y del magistrado de la Corte Constitucional Gustavo Malo, y está a punto de conseguir que se apruebe la reforma al Sistema General de Participaciones.
Es que la molestia de Cristo debe ser enorme, porque su principal función como ministro del Interior es manejar las relaciones con el Congreso. Pero, según se ha dicho, el papel que le asignará el presidente a Benedetti será, precisamente, relacionarse con el Parlamento.
Entonces, ¿qué hará el ministro Cristo? ¿Someterse a los caprichos de la nueva Jesusita?
No parece muy probable.
Nota: Ayer, hoy y siempre defenderé al padre Francisco De Roux y creeré en su verdad. Él es un ser excepcional. Este país no tiene cómo agradecerle el bien que le ha hecho. Ya quisiera yo, y ya quisieran tantos, tener su condición humana.