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“La paz mundial se conseguiría si se inventaran una pastilla que acabe con la testosterona”, respondió Jody Williams —activista norteamericana a quien la Academia Sueca galardonó con el Premio Nobel de la Paz, en 1997, por su trabajo para prohibir las minas antipersonales— en una entrevista que le hice hace unos años en el Centro Cultural del Gimnasio Moderno. Ella tiene razón, ya que las mujeres apenas representan el 6,3 % de la población carcelaria de Colombia. Y, según la Policía, esas cifras son semejantes en el mundo. De acuerdo con el INPEC, apenas 958 de los 21.099 presos por homicidio que hay en el país (es decir, el 4,72 %) son mujeres. Esas cifras demuestran que, en efecto, las mujeres somos menos susceptibles de caer en la violencia que los hombres.
De modo que la mejor noticia que ha habido en mucho tiempo es que este martes se posesionará Claudia Sheinbaum —una física con doctorado en Ingeniería Energética, feminista de izquierda de 62 años— como presidenta de México; un país violento y tan machista que, incluso, las mujeres, para protegerse, viajan en el metro de la capital en vagones exclusivos para ellas. Además Claudia —a diferencia del actual presidente Andrés Manuel López Obrador (su padre político)— cree en la lucha contra el cambio climático, la despenalización de las drogas y la defensa de los derechos de las minorías sexuales.
Pero la campeona de las buenas noticias sería que el 5 de noviembre fuera elegida presidenta de Estados Unidos, primera potencia del mundo, Kamala Harris (de 59 años), abogada demócrata de ascendencia india, que fue fiscal general de California, senadora que abogó por el control de armas y la legalización de la marihuana; luego fórmula vicepresidencial de Joe Biden, elegida en 2020, y ahora candidata presidencial por el Partido Demócrata quien, según parece, derrotará al temible anciano republicano Donald Trump.
La presencia a la cabeza de esas dos grandes naciones de América, de dos mujeres progresistas, que tendrían que enfrentar juntas el problema de la inmigración de latinoamericanos dispuestos a correr cualquier riesgo para atravesar la frontera mexicano-estadounidense porque están impulsados, o engañados para ser más precisos, por el llamado “sueño americano,” puede ser muy positiva para el mundo. Es que la inmigración masiva a Estados Unidos y Europa de ciudadanos provenientes de los países pobres de África y América Latina necesita un manejo inteligente y generoso. De lo contrario, los países del norte caerán en manos de gobiernos de extrema derecha que pueden propiciar confrontaciones violentas, indeseables para la humanidad.
Por otra parte, está la amenaza cada vez más inminente del cambio climático y de que el mundo llegue al punto de no retorno. Tener en la presidencia de esos dos países a dos mujeres comprometidas con la lucha contra el cambio climático puede marcar la diferencia.
Claro que faltaría que llegaran a las presidencias de China y Rusia otras dos mujeres del temple de Claudia y Kamala, posibilidad que por ahora es totalmente remota. Así nos aproximaríamos a ese paraíso que pinta la poeta y escritora nicaragüense Gioconda Belli, en su novela El país de las mujeres, donde triunfa el Partido de la Izquierda Erótica y derrota a la testosterona.
No obstante, por ahora, Claudia Sheinbaum y Kamala Harris —si llega al poder— tienen un desafío enorme y encarnan la esperanza.