Lo mejor es enemigo de lo bueno. Ese sabio dicho popular parece no conocerlo el presidente Petro. Para darse cuenta de ello, no es sino observar lo que está haciendo con el metro de Bogotá.
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Lo mejor es enemigo de lo bueno. Ese sabio dicho popular parece no conocerlo el presidente Petro. Para darse cuenta de ello, no es sino observar lo que está haciendo con el metro de Bogotá.
La mayoría de los expertos y la alcaldesa Claudia López coinciden con Petro en que sería mejor para la capital tener un metro subterráneo, que el metro elevado perjudica el urbanismo, etc. Pero ocurre que el antecesor de Claudia López, Enrique Peñalosa, desechó los muy juiciosos estudios para el metro subterráneo que había mandado a hacer su antecesor (Petro), se empeñó en hacer un metro elevado, consiguió la plata, cumplió con los requisitos de viabilidad técnica, hizo una licitación en la que participaron tres proponentes y uno se la ganó en franca lid.
Con buen criterio, la nueva alcaldesa, al encontrarse con ese hecho cumplido, en lugar de desandar lo andado, decidió respetar el contrato, como tenía que hacerlo, y continuó con el proyecto del metro elevado. Hoy ya está en construcción, ya está financiado, ya se sabe que costará $22,3 billones, ya —según le dijo la alcaldesa a la periodista María Isabel Rueda— se han comprado casi todos los 1.427 predios que se requieren para hacer las estaciones, ya se ha ejecutado en un 18 % y ya está programado que la primera línea se termine en el 2028.
Pero ahora todo parece indicar que los maduritos tenemos bastante embolatado nuestro anhelo de estrenar el metro, porque el presidente Petro, haciendo gala de su terquedad, está empeñado en que sea subterráneo, lo cual implica, como mínimo, que el capricho nos cueste muchos billones adicionales y que la construcción de la primera línea se demore por lo menos seis años más.
Ante el empeño del presidente de cambiar el proyecto, que ya se comenzó a hacer, la alcaldesa se paró en la raya y dijo que la primera línea del metro elevado se hace y punto. Entonces, como respuesta, el ministro de Transporte, seguramente obedeciendo órdenes del presidente, amenazó diciendo que, si la primera línea del metro no se construye de manera subterránea, el Gobierno no destinará recursos para otros proyectos como la segunda línea del metro, la calle 13 o los cables aéreos.
Ese es un vil chantaje, así el presidente lo niegue. “Que Bogotá tenga un metro poderoso en favor de las mujeres, de toda la población trabajadora y estudiantil no es un chantaje”, afirmó. “Ofrecí financiar completamente con recursos de la nación la subterranización de la parte más activa de la primera línea, eso no es un chantaje”, agregó. Sin embargo, el presidente no dijo ni mu sobre la amenaza que hizo su ministro de dejar sin financiación las obras mencionadas, en caso de que la primera línea del metro no se haga subterránea como él quiere.
Ese manejo que el presidente le está dando al tema del metro es extremadamente perjudicial, no solo porque va a acabar retrasando el proyecto a tal punto que a lo mejor lo empantana, como se empantanaron todos los intentos que Bogotá viene haciendo para construir un metro ¡desde hace 81 años! También es perjudicial, y mucho, porque con ese manejo Petro lanza el mensaje de que aquí no importa no honrar los contratos. Así aumenta el miedo de los empresarios a invertir en Colombia, por la inestabilidad jurídica habitual en el país.
¡Ojo, presidente!, no se equivoque: la confianza es la que hace que las economías crezcan. ¡No la dilapide!