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Las cartas del Boom, que acaba de publicar Penguin Random House, contiene las cartas que se cruzaron entre 1955 y el 2012 los escritores Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa. Es un texto lleno de anécdotas que lo vuelven indispensable para los aficionados a descubrir las costuras de los libros y los detalles íntimos de la vida de sus autores.
“He aquí la noticia”, le escribe Gabo a su amigote Carlos Fuentes el 30 de julio de 1966. “Se acabó Cien años de soledad”. Luego viene lo sorprendente: su obsesión por la precisión de los datos. Dice: “Pulo los últimos [capítulos] con unas dificultades de información más o menos tremendas: hoy necesito saber cuáles eran los métodos medievales de matar cucarachas, cuánto pesaban 7.214 doblones de cuatro, encontrar alguien que me traduzca un diálogo al papiamento y unas veinte exquisiteces más, pero ya estoy al otro lado. En la drástica reducción final, todo quedó reducido a 550 cuartillas, pero mi ilusión es que agarren y tengan que ser leídas de una sola sentada (…) En agosto la mando a Suramericana (...) Tiemblo de miedo y espero a ver qué pasa”.
Sobre la angustia económica escribe: “La novela del dictador ya me atropella y necesito ver qué hago, pues no tengo derecho a someter a Mercedes a la prueba que le hice con Cien años de soledad. Hemos pasado ocho meses muy duros, estamos en la ruina y cargados de deudas que tengo que pagar de aquí a diciembre para empezar el otro libro en enero”.
A propósito de que los comentarios no le habían sido favorables a La casa verde, de Vargas Llosa, García Márquez le menciona a Fuentes su eterna pelea con los críticos: “A mí me gustaría que los cabrones gacetilleros se sentaran a escribir un libro para que sepan cómo es la cosa y no hablen tan a la ligera”.
La inseguridad sobre la calidad de sus textos recién escritos aparece una y otra vez. El 30 de septiembre de 1966 le escribe a Fuentes: “De pronto me asaltó el terror de que en realidad no había dicho nada en 500 cuartillas y me encerré con el neurótico propósito de hacerla otra vez de otro modo. Todo se redujo, por fortuna, a unos cuantos machetazos (…) ya está en Buenos Aires. La mandé sin mostrársela a nadie. Te imaginarás cómo estoy todavía esperando que los lectores de Suramericana me manden a decir que es una mierda”.
Y siguen las dificultades: “Por ahora estoy haciendo trabajos espantosos en publicidad y la situación mejora, pero cada día me convenzo más de que este no es mi camino. ¡Lo que quiero es escribir, carajo!”.
Hasta que le llegan la gloria y la plata. Pero el miedo sigue: “Cien años sigue vendiéndose como salchichas (…) La editorial Suramericana me ha resultado estupenda: me liquidan mis sustanciosos derechos con una religiosidad asombrosa, y esto me está permitiendo hacer a largo plazo los planes europeos que estaban previstos como cortos y estrechos (...) Mercedes, con su vieja sabiduría egipcia, lo ve y no lo cree. Yo simplemente estoy asustado, aunque trate de que no se me note”.
Nota. Qué bien que el emisario presidencial de Estados Unidos para el Clima, John Kerry, y su homólogo chino, Xie Zhenhua, representantes de los países más responsables del calentamiento global, se hayan cocinado a 36 ° C en Pekín. ¿Será que ahora sí creen que la vaina es en serio y van a hacer algo efectivo para aminorar el cambio climático?