“¡Le dio un infarto a Aseneth!”, gritó, al otro lado de la línea, María Mercedes Carranza. Tiró el teléfono.
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“¡Le dio un infarto a Aseneth!”, gritó, al otro lado de la línea, María Mercedes Carranza. Tiró el teléfono.
Era el 23 de enero de 2003. Poco después, Aseneth Velásquez, su gran amiga, crítica de arte y fundadora de la Galería Garcés Velásquez, murió.
Ese fue un golpe que María Mercedes no supo soportar, seguramente porque su corazón ya estaba minado por otros dolores profundos: el asesinato de su gran amigo Luis Carlos Galán —en cuya memoria escribió ese impresionante poema que lleva como título la fecha de su muerte, 18 de agosto de 1989, y comienza: “Ese hombre va a morir / hoy es el último día de sus años”— y el secuestro y la desaparición, a manos de las FARC, el 21 de septiembre de 2001, de su hermano Ramiro Carranza. Su familia, que no era adinerada, pagó un jugoso rescate y María Mercedes le mandó mensajes a través del programa radial de Herbin Hoyos, cada mañana, hasta que ella, ese nefasto 11 de julio de 2003, decidió terminar su vida.
Ahora, cuando la Tertulia Literaria de Gloria Luz Gutiérrez le rinde homenaje con motivo de su cumpleaños (nació el 24 de mayo de 1945) y de la conmemoración de los 20 años de su muerte, recuerdo a María Mercedes sentada frente a un barril lleno de flores secas cubiertas por un vidrio que servía de mesa de centro en la sala del pequeño apartamento que compartía con su marido, el poeta y periodista Fernando Garavito, estudiando los textos de Kant, Nietzsche y Heidegger para preparar los difíciles exámenes orales que debíamos presentar ante Danilo Cruz Vélez, decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de los Andes. La veo en los consejos de redacción que celebrábamos en la biblioteca de la casa del expresidente Carlos Lleras Restrepo, director de la revista Nueva Frontera, conversando con él sobre política y poesía. La evoco entrando presurosa a la oficina de Luis Carlos Galán, codirector de la revista, o sentada frente a su escritorio en la Casa de Poesía Silva. La recuerdo en la sala de su apartamento del barrio La Macarena, frente a una terraza repleta de materas con flores que ella se esmeraba en cuidar, hablando con su amigo el poeta Darío Jaramillo Agudelo, mientras Melibea, su niña, correteaba por ahí. La veo en mi casa con su padre, el poeta Eduardo Carranza, en noches de parranda en las que él —vaso de whiskey en mano—, el doctor Lleras, su hijo Fernando y el escritor Pedro Gómez Valderrama recitaban de memoria a los grandes poetas y Pedro, además, con su vozarrón de barítono profundo, cantaba esos tangos que no se olvidan: “Si yo tuviera el corazón…”. La observo en el comedor de su apartamento sirviéndome unas alcachofas y un exquisito cordero al horno que acababa de preparar. La evoco en su casa, en otra noche de bohemia, con una pañoleta amarrada en la cabeza y un canasto colgándole del brazo del cual sacaba flores que, coquetamente, ofrecía mientras cantaba cuplés: “Clavelito, clavelito, clavelito de mi corazón”. La escucho a las seis de la mañana comentándome por teléfono la noticia del día. La recuerdo entrando a mi casa con un regalo para mi hija que acababa de nacer: era un librito de poemas de Rafael Pombo, empastado en cuero café con una frase en la portada grabada en dorado que decía: “Para María”. Evoco a María Mercedes Carranza y su talento me deslumbra. Su solidaridad permanece en mi corazón, porque la solidaridad era su impronta y la amistad era su religión.