Faltan cuatro meses para que concluya el mandato de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad (CEV), pero es tal el impacto positivo que su labor está teniendo en la conciencia de esta sociedad, tan proclive a aupar el odio, que se debería prorrogar su vigencia por un buen tiempo. O al menos por el año que la Comisión perdió a causa de la pandemia, pues durante ese tiempo a sus miembros les fue imposible ir a las zonas más apartadas a recoger testimonios que les servirían de base para elaborar su informe final.
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Faltan cuatro meses para que concluya el mandato de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad (CEV), pero es tal el impacto positivo que su labor está teniendo en la conciencia de esta sociedad, tan proclive a aupar el odio, que se debería prorrogar su vigencia por un buen tiempo. O al menos por el año que la Comisión perdió a causa de la pandemia, pues durante ese tiempo a sus miembros les fue imposible ir a las zonas más apartadas a recoger testimonios que les servirían de base para elaborar su informe final.
Ese informe, cuyo propósito es esclarecer los patrones y las causas que han generado el conflicto armado en los últimos 60 años, debe entregarlo a las ramas del poder público y al conjunto de la sociedad en noviembre de este año, cuando concluye su mandato. El decreto que creó la CEV establece que esas conclusiones se deben publicar y socializar durante el mes siguiente a la terminación de su período. Sin embargo, se perderá gran parte del beneficio que podría producir la labor de la CEV si entrega su informe sin disponer del tiempo necesario para hacer una labor de pedagogía profunda a lo largo y ancho del país; si no puede explicarle a Colombia dónde están y cuáles son las raíces del horror que hemos vivido, que tiende a eternizarse; si no cuenta con la logística requerida para hacer que los colombianos entendamos cuáles son los patrones culturales que debemos cambiar con el fin de que cese el desangre y no se repita cada tanto la pesadilla.
Porque el bien que ya ha hecho esta entidad es enorme, así políticos y periodistas fanáticos se empeñen en demeritarlo: ¿quién puede negar el impacto positivo que han generado los muchos encuentros propiciados por la CEV en las víctimas, los victimarios y quienes han escuchado esas intervenciones, en los cuales los victimarios han reconocido sus crímenes y les han pedido perdón a sus víctimas? ¿Quién puede negar el bien que le hizo al país esa entrevista tan profunda que el año pasado le hizo el padre Francisco de Roux, presidente de la CEV, a Íngrid Betancourt? Ella, al reflexionar sobre la degradación que sufrió su dignidad durante los seis largos años que duró secuestrada por las Farc, produjo el milagro de que los antiguos miembros del Secretariado de esa guerrilla enviaran una carta en la que afirmaron: “Estamos aquí para, desde lo más profundo de nuestro corazón, pedirles perdón público a todas nuestras víctimas de secuestro y a sus familias (…). El secuestro solo dejó una profunda herida en el alma de los afectados e hirió de muerte nuestra legitimidad y credibilidad (…). Tuvimos que arrastrar ese lastre que hasta hoy pesa en la conciencia y en el corazón de (…) cada uno de nosotros”. ¿Y quién puede negar el bien que significa para Colombia que la conclusión del encuentro entre secuestrados y secuestradores propiciado la semana pasada por la CEV haya sido que “quienes actuaron como señores de la guerra y quienes los padecieron nos levantamos al unísono para decirle al país que la guerra es un fracaso, que solo ha servido para que nada cambie y para seguir postergando el futuro de nuestra juventud”, como lo señaló Íngrid Betancourt?
Es hora de que le pidamos al Gobierno que prorrogue la vigencia de la CEV, pero no que modifique su misión ni su composición. Solo que le dé un impulso para que siga adelante con esa tarea de verdad y reconciliación que Colombia nunca terminará de agradecerle.
www.patricialarasalive.com, @patricialarasa