— “Mataron a Rodrigo Lara”, me dijo por teléfono mi asistente.
— “¡No!”, grité.
Estallé en llanto. Me comenzó un dolor de espalda que se acrecentó durante meses.
Recordé entonces, como si fuera una película, ese inolvidable fin de semana que pasé con Rodrigo, entonces ministro de Justicia, su esposa Nancy Restrepo y sus tres niños, en la finca que había sido de mis padres, y que esta semana, con motivo de que se cumplieron cuarenta años de su muerte, volví a revivir.