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“Esto no se va a quedar así”, dice en El País de España Anny Luces, una enfermera que vive de ser niñera porque se cansó de recibir el bajo sueldo que le pagaban en el hospital donde trabajaba en Venezuela. Y eso mismo parecen estar pensando las dos terceras partes de los venezolanos que, todo parece indicar, votaron en contra de Nicolás Maduro y a favor de Edmundo González, candidato apoyado por María Corina Machado, la líder opositora cuya candidatura presidencial fue inhabilitada con cualquier disculpa por el gobierno de Maduro.
Y es que hasta el momento de escribir esta columna, tres días después de celebradas las elecciones en Venezuela, el Consejo Nacional Electoral de ese país no ha sido capaz de mostrar las actas de votación ni de escrutar los resultados voto por voto, como se lo pide la mayoría de los gobiernos, comenzando por el de Estados Unidos hasta los de centro izquierda del continente -Chile, Brasil, México y Colombia-. Mientras tanto, la oposición, en protesta, se volcó a las calles y colocó en una página web a la que tiene acceso cualquier venezolano poniendo el número de su cédula, cerca del 80 % de las actas y, en ellas, Edmundo González muestra una votación de más de siete millones, mientras que Maduro apenas saca un poco más de tres, es decir, que lo supera por más del doble de los votos. No obstante, sin mostrar ningún soporte, en la noche de las elecciones el Consejo Nacional Electoral dijo que Maduro había ganado con el 51 % de la votación.
¡Un fraude de esa magnitud es imposible de ocultar! Tal vez si la ventaja hubiera sido de medio millón de votos, algo habría podido hacer Maduro para manipular los resultados, pero cuatro millones de votos no los esconde nadie.
De modo que a él no le queda más alternativa que seguir el consejo que le dio el Presidente Gustavo Petro en su trino tan demorado como sensato: “Invito al gobierno venezolano a permitir que las elecciones terminen en paz permitiendo un escrutinio transparente con conteo de votos, actas y con la veeduría de todas las fuerzas políticas de su país y veeduría internacional profesional (…) Proponemos respetuosamente llegar a un acuerdo entre el gobierno y la oposición que permita el respeto máximo a la fuerza que haya perdido las elecciones. Dicho acuerdo puede ser entregado como una Declaración Unilateral de Estado al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas”.
Esa es la única salida. Porque, de otra manera, para sobrevivir en el poder, Maduro tendría que pasar por encima de casi toda la comunidad internacional, masacrar a la población y someter a su país y a sus habitantes a un aislamiento cada vez mayor y a que soporten nuevamente unas muy duras sanciones económicas que les harían la vida más difícil a la inmensa mayoría de los venezolanos que están mamados de Maduro, de su gobierno, de sus camisas rojas, y de esa postración económica que ha llevado a cerca de siete millones de venezolanos, a quienes en su mayoría les impidieron votar, a buscar un mejor futuro fuera de su país.
Sin embargo, a Maduro también puede pasarle que se le dividan las fuerzas armadas, que el sector que no recibe las dádivas se le voltee en contra, y que una multitud de millones de venezolanos, dispuesta a todo menos a seguir aguantándoselo en el Palacio de Miraflores, llegue hasta allá y lo saque como sea.
Como dice Anny Luces, la enfermera-niñera citada por El País, “¿cómo no se da cuenta de que la gente no lo quiere?”.