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Wilson Borja, reclinado en una cama de un hospital de La Habana, con una pierna en alto, atravesada por chuzos de metal que, en distintas direcciones, sobresalían unos quince centímetros de un lado y otro de la pierna, soltó su risa sonora y me dijo:
—Aquí sigo vivo, comadre.
Corría el año 2001. Yo había viajado a La Habana con la Comisión Facilitadora para el Proceso de Paz con el ELN que, a comienzos de 1999, había creado Jaime Garzón, asesinado en la madrugada del 13 de agosto de ese año, justo cuando varios miembros de la misma Comisión, a la que pertenecía Wilson, íbamos a volar a Medellín para ir a la cárcel de Itagüí a conversar con los presos Francisco Galán y Felipe Torres, del ELN.
Poco después, el entonces procurador Jaime Bernal Cuellar, quien presidía esa comisión, y otros miembros de ella —Mario Gómez, secretario de esta, el excanciller Augusto Ramírez (q. e. p. d.), el sindicalista Hernando Hernández, Wilson y yo— fuimos al sur de Bolívar y acabamos encerrados por paramilitares en una reunión en la que él, de manera airada, planteó que debía hacerse allí una zona de despeje para realizar el proceso con el ELN. A raíz de esa arenga, Carlos Castaño, jefe de las Autodefensas, lo sentenció a muerte. Y el 15 de diciembre de 2000, cuando Wilson salía de su casa en Bogotá, sufrió un atentado al que sobrevivió de milagro. Por él fueron condenados los paramilitares Régulo Rueda y Jorge Rojas, del Bloque Capital, y Jorge Ernesto Rojas, capitán del Ejército.
Repuesto del atentado, en 2002, Wilson Borja, quien había sido presidente de Fenaltrase y miembro del Partido Comunista y de la Unión Patriótica, fue elegido representante a la Cámara por el Frente Social y Político, como fórmula del senador y exmagistrado Carlos Gaviria (q. e. p. d.). A partir de 2005, cuando se fundó el Polo Democrático Alternativo, Wilson ingresó al partido y fue miembro de su dirección hasta su muerte, esta semana, cuando una leucemia atroz derrotó su optimismo y su esperanza.
Sin embargo, no es su trayectoria política, que fue muy importante, la que quiero recordar hoy. Es su generosidad, su calidad humana y su obsesión con la consecución de la paz. No se cuántas veces fui a su casa, donde él nos recibía con los mejores vinos y las mejores viandas preparadas por él mismo —un día era el sancocho, el otro la carne salada, el de más allá era el mote de queso—; un día íbamos los miembros de la Comisión Facilitadora, en la que además participaban Antonio Navarro, el padre Darío Echeverry, Sabas Pretelt, Luis Fernando Alarcón, María Emma Mejía, Alejo Vargas, Jaime Zuluaga, Marco Romero, Noemí Sanín, Horacio Serpa y el padre Gabriel Izquierdo (que en paz descansen); otro, íbamos unos pocos con algún embajador; en alguna oportunidad fue el exministro Juan Camilo Restrepo. O en varias ocasiones nos reuníamos en mi casa alrededor del padre Pacho de Roux o, incluso, íbamos a la finca, en compañía de Nubia, su compañera entrañable, y de un grupo de amigos, siempre a hablar de paz.
Y cuando relanzamos la revista Cambio, Wilson ingresó al grupo de suscriptores fundadores en cuyo chat participó activamente con comentarios en los que dejaba claras sus posiciones políticas, pero siempre utilizando un lenguaje amable y alegre.
Hoy, con un hueco en el corazón, le digo adiós, compadre, y le doy las gracias por su generosidad sin límites. Para Nubia y para sus hijos y nietos, mi abrazo estrecho.
Y tú, querido Wilson, descansa en paz.
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