Mucha letra se ha escrito sobre las hazañas heróicas de Simón Bolívar. Sus más de 150.000 kilómetros recorridos a lomo de caballo hicieron que le dijeran “culo de hierro”. Su valentía y sagacidad como estratega, su curiosidad en todas la materias lo hicieron un militar y político con un merecido sitio de los aventajados en las luchas independentistas. Su espada no fue su única arma. Bolívar fue un hombre a quien hacer historia lo sedujo, pero también tiene un historial como seductor.
Desde muy joven, casi impúber, dio rienda suelta a su concupisencia. Algunos historiadores sostienen que el origen de sus lides amatorias se iniciaron en las pesebreras de la finca de sus padres con los favores que las esclavas negras le prestaban al caraqueño. O la cercanía del mozuelo a un abundante grupo de primas. Lo cierto es que Bolívar fue inquieto en estas materias desde muy joven. Su educador, don Simón Rodríguez, fue esencial en las inquietudes lascivas del futuro libertador. No solo le enseñó sobre Rousseau y Voltaire, tambien le abrió las puertas a los burdeles y extravios en Venezuela y Europa. El viaje al Monte Sacro duró varios meses por los descansos en serrallos de ocasión.
Sin duda Bolívar era un seductor. Desde temprana edad entendió la importancia del cuidado del cuerpo y de las buenas maneras. Era en esencia un “dandy” de su época y eso lo profundizó en sus viajes a Europa. En este continente no solo amplió su conocimiento intelectual y devoción por la Ilustración, gracias a sus amorios con Thérèse Laisney, madre de la gran Flora Tristán (incluso algún despistado biógrafo de Bolívar lo deja como su padre, lo cual no es cierto por tiempo y lugar, mas no por falta de acción del venezolano) y con Fanny du Villars, quien gracias a su posición en París le permite a Bolívar conocer a Humbolt, Bondplan y a Eugenio Beauharnais, hijastro de Napoleón. Ambas estaban casadas, lo que no fue obice para mantener una frenética pasión con el futuro héroe sudamericano.
Pero para no dejar la vida de nuestro libertador solo en las manos de las diosas Venus y Afrodita, es en el viejo continente, en Madrid específicamente, donde también conoce a fondo los entresijos de Cupido: su única esposa, María Teresa del Toro. Se enamora perdidamente de ella. Su matrimonio duró ocho meses, ella muere en San Mateo por causa de una tuberculosis.
Luego de la muerte de su eterno amor, Bolívar se enfoca definitivamente en la lucha por la independencia. No sin olvidar sus devaneos y conquistas. Fueron muchas y de toda índole. Sus apeos de su alazán en poblaciones y ciudades nunca dejaron de contar con la compañía de una bella mujer. Fueron mulatas, negras, rubias, ricas, campesinas, casadas, extranjeras, solteras, de todo tipo. La bendición de sus placeres mundanos lo salvaron de varios atentados. Los brazos de una jamaiquina, Julia Corbier, impidieron que las puñaladas pagadas por unos españoles cumplieran su objetivo. ¡La pasión salva sus almas y sus héroes!
Cuenta la historia que Bolívar dejó varios hijos, todos sin reconocer ni apellido. Varias amantes lo siguieron en su duras batallas. Algunas por largo tiempo, como Josefina “Pepita” Machado y la gran Manuelita Sáenz; otras de forma esporádica y fugaz, como las haitianas Lydia Gouncourt y Jeanne Bowril. Tuvo decepciones en sus escarseos, el más famoso fue el de Bernandina Ibáñez, quien no le dio ni un tinto. Otra Ibáñez, Nicolasa, la eterna amante del general Santander fue, según algunos conocedores, la culpable de la enemistad entre los dos patriotas.
Por algo la “Bella de Angostura”, Delfina Guardiola, le dijo a Simón desde su ventana: “usted es un hombre eminente, más que ninguno, pero el amor le queda grande”. Le tiró la puerta en las narices. Minutos después, un Bolivar herido en su orgullo, ingresó por la puerta de atrás de la vivienda y pasó tres noches demostrando que era héroe de espada y de cama.
* Recomiendo leer el libro Bolívar, mujeriego empedernido, de Eduardo Lozano Torres, base fundamental para lo aquí escrito.
Mucha letra se ha escrito sobre las hazañas heróicas de Simón Bolívar. Sus más de 150.000 kilómetros recorridos a lomo de caballo hicieron que le dijeran “culo de hierro”. Su valentía y sagacidad como estratega, su curiosidad en todas la materias lo hicieron un militar y político con un merecido sitio de los aventajados en las luchas independentistas. Su espada no fue su única arma. Bolívar fue un hombre a quien hacer historia lo sedujo, pero también tiene un historial como seductor.
Desde muy joven, casi impúber, dio rienda suelta a su concupisencia. Algunos historiadores sostienen que el origen de sus lides amatorias se iniciaron en las pesebreras de la finca de sus padres con los favores que las esclavas negras le prestaban al caraqueño. O la cercanía del mozuelo a un abundante grupo de primas. Lo cierto es que Bolívar fue inquieto en estas materias desde muy joven. Su educador, don Simón Rodríguez, fue esencial en las inquietudes lascivas del futuro libertador. No solo le enseñó sobre Rousseau y Voltaire, tambien le abrió las puertas a los burdeles y extravios en Venezuela y Europa. El viaje al Monte Sacro duró varios meses por los descansos en serrallos de ocasión.
Sin duda Bolívar era un seductor. Desde temprana edad entendió la importancia del cuidado del cuerpo y de las buenas maneras. Era en esencia un “dandy” de su época y eso lo profundizó en sus viajes a Europa. En este continente no solo amplió su conocimiento intelectual y devoción por la Ilustración, gracias a sus amorios con Thérèse Laisney, madre de la gran Flora Tristán (incluso algún despistado biógrafo de Bolívar lo deja como su padre, lo cual no es cierto por tiempo y lugar, mas no por falta de acción del venezolano) y con Fanny du Villars, quien gracias a su posición en París le permite a Bolívar conocer a Humbolt, Bondplan y a Eugenio Beauharnais, hijastro de Napoleón. Ambas estaban casadas, lo que no fue obice para mantener una frenética pasión con el futuro héroe sudamericano.
Pero para no dejar la vida de nuestro libertador solo en las manos de las diosas Venus y Afrodita, es en el viejo continente, en Madrid específicamente, donde también conoce a fondo los entresijos de Cupido: su única esposa, María Teresa del Toro. Se enamora perdidamente de ella. Su matrimonio duró ocho meses, ella muere en San Mateo por causa de una tuberculosis.
Luego de la muerte de su eterno amor, Bolívar se enfoca definitivamente en la lucha por la independencia. No sin olvidar sus devaneos y conquistas. Fueron muchas y de toda índole. Sus apeos de su alazán en poblaciones y ciudades nunca dejaron de contar con la compañía de una bella mujer. Fueron mulatas, negras, rubias, ricas, campesinas, casadas, extranjeras, solteras, de todo tipo. La bendición de sus placeres mundanos lo salvaron de varios atentados. Los brazos de una jamaiquina, Julia Corbier, impidieron que las puñaladas pagadas por unos españoles cumplieran su objetivo. ¡La pasión salva sus almas y sus héroes!
Cuenta la historia que Bolívar dejó varios hijos, todos sin reconocer ni apellido. Varias amantes lo siguieron en su duras batallas. Algunas por largo tiempo, como Josefina “Pepita” Machado y la gran Manuelita Sáenz; otras de forma esporádica y fugaz, como las haitianas Lydia Gouncourt y Jeanne Bowril. Tuvo decepciones en sus escarseos, el más famoso fue el de Bernandina Ibáñez, quien no le dio ni un tinto. Otra Ibáñez, Nicolasa, la eterna amante del general Santander fue, según algunos conocedores, la culpable de la enemistad entre los dos patriotas.
Por algo la “Bella de Angostura”, Delfina Guardiola, le dijo a Simón desde su ventana: “usted es un hombre eminente, más que ninguno, pero el amor le queda grande”. Le tiró la puerta en las narices. Minutos después, un Bolivar herido en su orgullo, ingresó por la puerta de atrás de la vivienda y pasó tres noches demostrando que era héroe de espada y de cama.
* Recomiendo leer el libro Bolívar, mujeriego empedernido, de Eduardo Lozano Torres, base fundamental para lo aquí escrito.