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El 31 de octubre de 1517 Martín Lutero clavó en las puertas del Castillo de Wittenberg en Sajonia, Alemania, las noventa y cinco tesis o el “Cuestionamiento al Poder y La Eficacia De Las Indulgencias”. Con este documento, este teólogo prendió la llama del cisma en la iglesia católica porque el debate se centraba en el individuo y su propio proceder frente a la religión. El perdón y el arrepentimiento pasó a ser individual. Fue el inicio de una reforma liberal en Europa. Si en la edad media el hombre era la medida de la sociedad, con Lutero era el individuo el centro del universo. Se liberaban no solo las creencias sino el pensamiento político de los hombres. El liberalismo hacía su presentación en la esfera pública. Bien lo definió Wolfang Goethe: “con la reforma inicia el reino del espíritu libre”.
En el terreno de la ideas ese 31 de octubre desencadenó una tendencia ideológica caracterizada por respetar los derechos del otro en su pensamiento y valores. Fue en últimas el origen de las instituciones seculares. Coincidencialmente uno de los últimos liberales colombianos falleció un día como ese, pero de este año. Horacio Serpa Uribe no fue un hombre que buscó en la política el escape para atesorar recursos o empuñar el poder para abusar. Desde sus austeros inicios como juez hasta procurador, de concejal de un pueblo perdido en Bolívar a copresidente de la Asamblea Nacional Constituyente o desde alcalde de Barrancabermeja hasta múltiples veces ministro en funciones delegatarias, sus maneras fueron siempre enmarcadas en altas dosis de tolerancia y reconciliación. Tenía tal respeto por el otro que cultivó el uso del lenguaje de forma precisa para no caer en falsas interpretaciones y siempre atinar en el mensaje.
El carácter nunca lo confundió con imposturas. Hasta sus peores rivales sabían que al frente tenían a un caballero en la lucha de contradicciones e intereses, como siempre definió la actividad pública. Siempre pensaba en la trascendencia de sus posturas ideológicas y en las implicaciones que sus debates podrían llegar a tener en las próximas generaciones.
Esa proyección de pensar en el prójimo la tuvo en sus tres aspiraciones presidenciales. Lo que para unos era una terquedad electoral, para Serpa siempre fue una insistencia en su afán permanente por llegar con ideas de izquierda institucional al Palacio de Nariño. Siempre tuvo la contención frente a los devaneos con posiciones por encima de la ley.
Fue tal su espíritu liberal que nunca se quejó de sus derrotas. Jamás lamentó que varios de sus contradictores lo pusieran como “sparring” para golpearlo sin atenuantes. Nunca pidió cuartel, incluso cuando semanas antes de morir las FARC, los responsables del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado (su compañero en el triunvirato que con Antonio Navarro Wolff condujeron la constituyente de 1991) reconocieron ese y otro crímenes. Jamás pasó por su cabeza enriquecerse con denuncias o demandas por las ofensas de una familia que buscaba saciar sus respetables dolores, pero mal enfocados, contra el señor de todos los momentos, de todas las batallas, el imprescindible Horacio Serpa. Volviendo a Lutero, Serpa siempre estuvo del lado de los grandes problemas así tuviera que cuestionar al poder sin pretender ninguna indulgencia.
Nunca fue presidente, pero siempre estuvo en medio de las grandes decisiones y acontecimientos de los últimos 50 años de vida republicana de este país donde le tocó vivir. Cuando sus contendores lo necesitaron nunca dudó en apoyar lo que correspondía con su irrenunciable ideario, así le costara una nueva capitulación. Siempre que ganaran Colombia y el liberalismo, lo demás podía esperar.
Eso sí, logró ver la esquiva paz que tanto anheló, solo por eso su vida en la política se vio recompensada.
@pedroviverost