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Cada tanto aparecen en las fotografías: grupos enormes de africanos cubiertos con las mantas rojas que a la vez los señalan y los protegen del frío.
Son sobrevivientes que han logrado llegar a la tierra prometida después de cruzar desiertos y de haber sorteado duras jornadas hacinados en embarcaciones, y que muy probablemente serán devueltos a sus países. Los otros, los muertos, son sólo cifras, noticias de un día: “La OIM dijo ayer que teme que unos 700 inmigrantes de África y Oriente Próximo podrían haber muerto ahogados en los últimos días en el Mar Mediterráneo, lo cual lleva la cifra de fallecidos a casi 3.000 en lo que va del año”.
¿De qué huyen los jóvenes de Ghana, de Nigeria, de Senegal? De guerras, de la imposibilidad de conseguir trabajo, de las enfermedades. Pero sobre todo, del hambre. Martín Caparrós, en su libro más reciente, vuelve a hacernos ver una realidad que debería darle vergüenza al mundo entero. Más allá las cifras atroces, como la de que “cada cinco segundos un chico de menos de diez años se muere de hambre”, (mientras en el mundo el 10% posee el 86% de los recursos), Caparrós le pone rostros al hambre. Y así vemos a Iusuf, un hombre que llora en la sala de un hospital pero “trata, tenaz, de mantenerse digno”. Tiene a su hijo de tres años, “su penúltimo, internado por desnutrición; (…) sus tres hermanos mayores se murieron más o menos a su edad”. O a Hussena, una madre, que a la pregunta de qué le pediría a un mago contesta: “Comida. Comida todos los días. Eso le pediría”.
Las causas del nivel de pobreza e insalubridad de África son complejas, pero entre ellas se cuenta la corrupción de sus gobiernos, que los lleva a hacer alianzas perversas con los grandes inversionistas extranjeros. Una realidad que no es de ahora: los años de colonización de países como el Reino Unido, Francia, Italia, fueron de saqueo y voracidad. Y de masacres y genocidios, como el que arrasó con los pueblos Herero y Namaqua a manos de los alemanes. Las grandes potencias son hoy, como siempre, implacables: según un informe público de la Cruz Roja Internacional (CRI), “la implementación de los planes estructurales del FMI y BM en estos países, a cambio de créditos que aumentan su deuda externa, ha tenido como resultado la imposibilidad del pago de la misma en la última década”, creando dificultades para obtener nuevamente financiación y obligándolos a destinar todos sus ingresos al pago de los intereses.
Y resulta que en África, el continente donde apareció la raza humana, aparecen también el VIH y el ébola, enfermedades que Europa puede controlar, pero que allá, por las condiciones de pobreza, significan una muerte muy probable. Ahora que el mundo tiembla de temor al contagio y los laboratorios se afanan, por fin, en hallar una vacuna, estamos tentados a pensar que África pareciera cobrarnos con miedo nuestra indiferencia. Esa que vuelve a aparecer ahora que la Marina Italiana anunció que, por costos, el programa de patrullaje y salvamento de migrantes en aguas internacionales no se realizará más desde el 1 de noviembre.