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El sábado 27 de octubre, The New York Times dedicó una página entera a alertar sobre los peligros que representa Donald Trump. En letras enormes, este es el texto: “Donald Trump dice que va a perseguir a sus enemigos, a ordenar deportaciones masivas, a usar soldados contra los ciudadanos, a abandonar a los aliados, a hacer politiquería con los desastres naturales. Créanle”. Se trata de un ejemplo claro de lo que media humanidad está sintiendo en este momento: terror de lo que puede suceder si Trump es elegido presidente de los Estados Unidos.
Muchos sabemos lo que encarna Trump: homofobia, xenofobia, racismo, machismo, y una amenaza fascista contra la democracia. Por tanto, no es ahí donde voy a concentrarme, sino en algo de lo que poco se habla: de los efectos en la salud mental de los ciudadanos cuando estamos ante coyunturas políticas que significan cambios drásticos en nuestra vida. Según una encuesta llevada a cabo en julio pasado por la Asociación Americana de Psicología, un 77 % de los demócratas y un 62 % de los republicanos confesaron sentir un estrés alto frente a estas elecciones. Algo que se manifiesta para muchos en nerviosismo, depresión, pérdida de sueño, irritabilidad y fatiga. Y no es para menos. Unos y otros –pero unos más que otros– tenemos nuestras razones, miedos y aprehensiones.
No hay duda de que elecciones como las que van a realizarse en Estados Unidos –o las últimas en Venezuela o Argentina– afectan el bienestar emocional de las gentes. Las discusiones con familiares y amigos pueden volverse agresivas, e incluso acarrear rupturas. Y también se teme a la violencia. En el caso de Estados Unidos, esta vez, de una forma muy concreta, pues todo indica que hay un empate técnico entre Trump y Kamala Harris, y con los antecedentes del asalto al Capitolio en 2021 por una horda de radicales violentos dispuestos a todo, nadie descarta que esta vez haya desmanes o hechos de sangre. Pero, sobre todo, a la ciudadanía la angustia vislumbrar un futuro con pérdida de libertades, nuevas posibles guerras, desmonte de políticas progresistas, desastres económicos y persecución a minorías. Nada aterra más que un loco sin escrúpulos, ignorante y brutal, en el poder.
Todas las campañas se alimentan del miedo, pero la de Trump los ha exacerbado todos. Tiemblan los inmigrantes ilegales cuando los acusa de ser “criminales viciosos y sedientos de sangre”, o cuando anuncia que “el primer día lanzaré el mayor programa de deportación de la historia”; tiemblan las mujeres que se han sentido afrentadas desde siempre por las vulgaridades de este fantoche y que ven amenazado su derecho al aborto; tiemblan los extranjeros radicados en el país cuando oyen que Stephen Miller, asesor político de Trump, dice que “Estados Unidos es para los estadounidenses y solo para los estadounidenses”, algo similar a lo que pregonaba el Ku Klux Klan. Y los insultos perennes de Trump, que han sobrepasado todos los límites –llamando a Kamala “vicepresidente de mierda”, “holgazana” y “persona con coeficiente intelectual bajo”– mortifican, indignan e irritan a sus opositores, creando un clima de malestar emocional. Los sicólogos y sociólogos aconsejan no saturarse de información y buscar recursos para desfogar tensiones. Difícil, sino imposible.
