Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Apenas una semana después de que los huracanes Helene y Milton pasaran por Estados Unidos ratificando lo que los especialistas predicen sobre los desastres del cambio climático, y a pocos días de que se inaugure la COP16 en Colombia, donde se examinará por qué nos acercamos a un punto de inflexión global que exige respuestas urgentes, Manuel Guzmán-Hennessy, el reconocido ambientalista colombiano, acaba de lanzar Botella al mar, un libro que llama en su subtítulo a “construir la esperanza”. Y eso es lo mejor de este libro: que, a pesar de la ineludible realidad que muestra la reducción de las especies, la extinción de los corales, la proliferación de incendios y de las inundaciones, la aparición de nuevas enfermedades atribuibles a la destrucción humana de los ecosistemas, Guzmán-Hennessy no usa un tono apocalíptico. Su llamado –toda botella al mar es una apuesta esperanzada– es entusiasta, y lo hace desde una certidumbre: la de que el milagro de la conciencia colectiva que puede salvar al planeta ya ha empezado a gestarse. ¿Dónde? En lo más hondo y oscuro de los niños que intuyeron la magnitud del peligro durante el confinamiento de la pandemia. Por eso dedica su libro a Elena, su nieta, porque si los adultos no hemos sabido “reinventarnos”, ellos lo harán en virtud de esa intuición.
Por supuesto que la aproximación de Botella al mar al tema es científica. El saber del autor es inmenso, y extraordinaria su capacidad de dialogar con innumerables autores especializados en el tema de la crisis climática y la policrisis. El libro tiene datos, cuadros, explicaciones de los fenómenos más acuciantes. Pero lo que lo hace un libro distinto es el enfoque. Guzmán Hennessy nos habla de la necesidad de un nuevo humanismo, de un religare no religioso sino humano, que propenda por la desaceleración de los actuales estilos de vida a los que nos ha llevado una visión excesivamente racionalista y mecanicista. Y para conseguirlo, nos pide que nos apoyemos en la intuición. ¿Por qué? “Porque la razón escueta, pura o práctica, ha demostrado ser insuficiente para conocer la realidad”.
Manuel cree en el ningen no jochi, el concepto japonés de “autoprotección instintiva” que desarrolló Taichi Sakaiya en la filosofía japonesa. Y con él, en el impulso empático de nuestra especie que es, aunque lo hayamos olvidado, “amorosa, generosa, cooperante, compasiva y solidaria” como se demostró muchas veces en la pandemia. Volver a encontrar o a reaprender de esa parte de nuestra naturaleza –eclipsada por el individualismo que propician la vida urbana y el consumismo acumulativo– es tarea de la educación. Necesitamos una revolución educativa, nos dice Guzmán Hennessy, recuperar “la armonía que perdimos”. En esa búsqueda, la de la síntesis entre humanismo y racionalismo, el arte, la poesía, la música son los grandes aliados porque su sabiduría nace de la intuición creativa. Así lo demuestra el autor en las páginas de este libro cada vez que apela, para ejemplificar, a Dalí, Tagore, Whitman, Goya o Rita Indiana.
Manuel Guzmán-Hennessy desafía la ortodoxia con un libro ecléctico, apasionado, atrevido y, todo hay que decirlo, enorme. Pero que eso no los desanime. Como todo buen plato, hay que ir dando cuenta de él despacio, degustándolo, paladeando todos los aromas que nos ofrece.