*Invitamos a nuestros columnistas a contarnos de las ideas que defendieron y que, ahora, perciben de manera diferente. Esta columna es parte del especial #CambiéDeOpinión.
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*Invitamos a nuestros columnistas a contarnos de las ideas que defendieron y que, ahora, perciben de manera diferente. Esta columna es parte del especial #CambiéDeOpinión.
En su momento no pude sumarme al interesante ejercicio planteado por este periódico sobre en qué hemos cambiado de opinión los columnistas. Aunque tarde, no quisiera dejarlo pasar. “Sólo los tontos y los muertos no cambian de opinión”, es la frase que se atribuye a Baltasar Gracián, y que el presidente Santos reprodujo en otra versión: “Sólo los imbéciles no cambian de opinión cuando cambian las circunstancias”. Totalmente de acuerdo. A la hora del autoexamen, sin embargo, no es tan fácil saber qué cambios de parecer hemos tenido en nuestras ideas. En cambio, resulta clarísimo cuándo cambiamos de opinión sobre una persona. Y más si se trata de un político, porque en el ejercicio de sus funciones se nos van revelando tanto sus virtudes como sus falencias y desatinos.
Yo cambié de opinión sobre el ministro de Salud Guillermo Alfonso Jaramillo. Le había seguido la pista desde hace mucho, y lo percibía como un hombre de ideas progresistas, un liberal a ultranza, con el mérito de haber sido nombrado en 2019 el mejor alcalde de Colombia por una entidad cívica público-privada. Cuando lo nombraron ministro de Salud en remplazo de la recalcitrante y hosca Carolina Corcho, tuve, pues, algunas esperanzas. Sin embargo, las actuaciones del ministro me han hecho cambiar de idea. Su talante es belicoso, como el de algunos miembros del Pacto Histórico y del mismo presidente. Y esa belicosidad se ha ido profundizando sin medir las consecuencias. Como cuando su reclamo “o se está en el gobierno o se está en la oposición”, acompañado de afirmaciones desobligantes, pusieron al ministro Velasco a ofrecerle disculpas al Partido Verde y a aclarar que el responsable de las relaciones con el legislativo no es Jaramillo sino él. Ni qué decir de las barbaridades que ha dicho sobre las vacunas (“todos los colombianos que están vacunados sirvieron para el más grande experimento que se haya hecho en toda la historia de la humanidad”), salvando a Sinovac, quién sabe por qué razones políticas; y de la infundada acusación a las instituciones médicas de haber hecho negocio en pandemia con la expansión de las UCI. Recordemos también que el manejo de la vacunación contra el COVID ha sido inexistente durante su mandato, que las vacunas bivalentes llegaron tarde al ministerio y aún no se distribuyen y que ha habido desabastecimiento de medicamentos.
Un examen detenido de su trayectoria me reafirmó, además, en mi cambio de opinión. Cuando uno ve su hoja de vida, muy nutrida, se pregunta cómo ha hecho para ejercer la medicina, pues ante todo Jaramillo es un político. Hijo de ministro y de parlamentaria, y con un hermano exsenador, el feudo de su familia es el Tolima. Fue concejal, diputado a la Asamblea de su departamento, representante a la Cámara, Senador de la República en 1991, gobernador en dos ocasiones, Secretario Distrital de Salud en 2011 y alcalde de Ibagué, entre otros cargos. En 2006 intentó ser candidato a la presidencia. Todo eso está muy bien: lo que le gusta es el poder. Como médico, infortunadamente, o se equivoca o muestra ignorancia; y como político incurre en tergiversaciones malintencionadas.
PD: La Feria de artesanías ha perdido toda la pujanza que tuvo en otros tiempos. Lástima. ¡Tanto que nos enorgullecía!