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Se nos advierte que con la IA corremos el riesgo de la deshumanización, pero se nos olvida que de ella ya somos presa, entre otros por los abusos de la burocracia y el mal manejo de la tecnología.
La burocracia, que nace con la modernidad como una forma eficiente de manejar la división del trabajo, suele convertirse, como sabemos, en un sistema perverso que nos devora con sus procedimientos engorrosos, rayando muchas veces en lo absurdo. Me imagino que eso cambia según el país, pero en este la promesa de aligerar el papeleo nunca cuajó, en parte porque nuestra cultura supone que todos somos unos pícaros y en parte porque el burócrata integral –aquí y en Cafarnaúm– es un personajillo cuyo poder consiste en torturar a los que dependen de su voluntad. Los casos son infinitos: ahora, por ejemplo, para cualquier pago insignificante se necesita firmar un documento que se llama Redam (Registro de Deudores Alimentarios Morosos). Uno no entiende eso qué tiene que ver con uno, pero ingresa, pone nombre y cédula, y aquí empieza la pesadilla: no reconoce el número. “Por favor inscríbete”. Ni qué decir en la insistencia en que todos, jubilados, desocupados, lo que sea, tenemos que tener ARL. No, señor, eso no aplica en mi caso. De malas, como dicen algunos. Afíliese y cuando le paguemos se desafilia. ¿Se imaginan ustedes cómo será el proceso para desafiliarse? ¿Y qué tal cuando una institución contrata a un experto –por experto– y entre las cosas que le piden es que demuestre con certificados que es un experto? Por estos días conozco un caso en que Colpensiones escribe a un anciano de 98, incapacitado físicamente, con una esposa aún mayor y en las mismas condiciones, pidiéndole que “allegue la manifestación expresa con autenticación de firmas y/o declaración juramentada” de que la relación conyugal se mantiene “so pena de realizar la SUSPENSIÓN del pago del incremento pensional”, etc., todo en un plazo de quince días. Léase como una amenaza lo que va en mayúsculas ¿Habrase visto inhumanidad igual? La notaría, por su parte, exige certificación médica de que la persona citada, por su edad, está en sus cabales. Y así…
Y la tecnología, que debería ser facilitadora –y en ocasiones claro que lo es– muchas veces está programada para enloquecer al usuario. Llamar a hacer un reclamo en Claro o ETB puede ser un buen ejemplo. Después de digitar siete números puede ser que una grabación le diga “su tiempo se ha terminado”, o, lo que es peor, “¿cuál es su problema?”, para que después de tratar de sintetizar una máquina le conteste, con gran familiaridad, “no te entiendo, por favor repite”. También un nuevo invento: si usted va a “parquear” en un centro comercial, este le pide que escanee un código QR. Le llegará un número a su teléfono con el cual podrá pagar en la máquina, y salir. ¿Y, si no tengo teléfono, qué? Llegará muy pronto el día en que, a la hora de hacer un trámite, jamás oigamos una voz humana. Byung Chul Han, que se ocupa de estos temas, lo explica bien. El dedo sólo cuenta, no narra. “El hombre digital digita en el sentido de que cuenta y calcula constantemente. (…) Lo narrativo pierde importancia. Hoy todo se hace numérico para poder transformarlo en el lenguaje del rendimiento y la eficiencia”. La lógica del capital.