Por estos días se habla de la posible salida de Laura Sarabia como consecuencia de la llegada de Armando Benedetti como asesor presidencial. En un Gobierno donde siempre es posible lo impensable, su salida puede ser o no ser. El caso es que, dada la coyuntura, últimamente hemos oído a Laura en varias entrevistas. Y cuando uno las lee no puede sino volver a preguntarse qué es lo ha hecho que Sarabia tenga tanto poder, si es una mujer tan joven y este es apenas el tercer cargo que tiene en su vida, y cuáles son las virtudes que hacen que acompañe a Petro a todas partes, incluso al concierto de Paul McCartney. Los colombianos tampoco podemos afirmar, tantos meses después del lío del robo de las maletas llenas de plata —que terminó con el suicidio de un militar— y de los maltratos de la Policía a Marelbys Meza, si Laura Sarabia es en todo esto víctima o victimaria. Todo parece indicar que el caso va a quedar para siempre en el limbo, sobre todo si Armandito sigue cobijado por el poder de Petro. Tampoco sabemos si es una de las dos mujeres de las que la exconsejera presidencial Sandra Liliana Ortiz dice que quieren hacerle daño.
¿Y por qué no podemos descifrarla? Porque, por lo menos de cara a la opinión pública, su discurso es vacío. Es capaz de contestar una, dos y tres largas entrevistas sin decir nada de nada, pegada de tres o cuatro muletillas y de una reiteración infinita sobre su lealtad al presidente. En ese sentido, Laura es la versión colombiana del cortesano palaciego que no lleva jamás la contraria a su señor, aun cuando este la someta a la afrenta de ponerle de vecino al canalla que la insultó de la manera más humillante.
“Todos los movimientos del Gobierno Nacional, las salidas y las entradas, dependen solo de una persona y es del presidente Gustavo Petro”. “Esto será una decisión que hablaré con el presidente en su momento”. Como estas son todas las respuestas de Laura Sarabia, que cuando va más lejos dice que “un gabinete no puede ser un jardín infantil”. Y cuando la indagan —tan misteriosa ella— replica: “No diré más”. Me hace pensar en esos personajes de Hamlet, Polonio y Rosencratz y Guildenstern, con los que Shakespeare representa la incondicionalidad absoluta frente al poder. “¿Ves aquella nube semejante a un camello?”, dice Hamlet. “Por la misa, que parece un camello”, opina Polonio. “Yo creo que parece una comadreja”, replica Hamlet, cambiando de apreciación. “Tiene el dorso de una comadreja”. “O de una ballena…”, argumenta Hamlet. “Exacto, de una ballena”.
El mal no es sólo de Laura Sarabia, por supuesto, porque de incondicionales está llena la política, ahora y siempre. Esto decía en 2022 un militar que asiste a Petro: “Si uno sabe cómo es el señor, uno habla del campo que a él le gusta. Si el señor habla de no más contratos de exploración, uno le habla de eso. Si habla de fracking, lo mismo. A él no le gusta que uno no esté empapado. Y Laura estaba muy compenetrada con esos temas”. Lo triste es prever que, como a tantos, de un día para otro el señor la saque sin miramientos para poner en su puesto a un incondicional más incondicional todavía.
P. D. Qué horror el desgreño de la carrera séptima entre la 72 y la Plaza de Bolívar. Cómo duele la decadencia y la sordidez de la vía más importante de esta ciudad.
Por estos días se habla de la posible salida de Laura Sarabia como consecuencia de la llegada de Armando Benedetti como asesor presidencial. En un Gobierno donde siempre es posible lo impensable, su salida puede ser o no ser. El caso es que, dada la coyuntura, últimamente hemos oído a Laura en varias entrevistas. Y cuando uno las lee no puede sino volver a preguntarse qué es lo ha hecho que Sarabia tenga tanto poder, si es una mujer tan joven y este es apenas el tercer cargo que tiene en su vida, y cuáles son las virtudes que hacen que acompañe a Petro a todas partes, incluso al concierto de Paul McCartney. Los colombianos tampoco podemos afirmar, tantos meses después del lío del robo de las maletas llenas de plata —que terminó con el suicidio de un militar— y de los maltratos de la Policía a Marelbys Meza, si Laura Sarabia es en todo esto víctima o victimaria. Todo parece indicar que el caso va a quedar para siempre en el limbo, sobre todo si Armandito sigue cobijado por el poder de Petro. Tampoco sabemos si es una de las dos mujeres de las que la exconsejera presidencial Sandra Liliana Ortiz dice que quieren hacerle daño.
¿Y por qué no podemos descifrarla? Porque, por lo menos de cara a la opinión pública, su discurso es vacío. Es capaz de contestar una, dos y tres largas entrevistas sin decir nada de nada, pegada de tres o cuatro muletillas y de una reiteración infinita sobre su lealtad al presidente. En ese sentido, Laura es la versión colombiana del cortesano palaciego que no lleva jamás la contraria a su señor, aun cuando este la someta a la afrenta de ponerle de vecino al canalla que la insultó de la manera más humillante.
“Todos los movimientos del Gobierno Nacional, las salidas y las entradas, dependen solo de una persona y es del presidente Gustavo Petro”. “Esto será una decisión que hablaré con el presidente en su momento”. Como estas son todas las respuestas de Laura Sarabia, que cuando va más lejos dice que “un gabinete no puede ser un jardín infantil”. Y cuando la indagan —tan misteriosa ella— replica: “No diré más”. Me hace pensar en esos personajes de Hamlet, Polonio y Rosencratz y Guildenstern, con los que Shakespeare representa la incondicionalidad absoluta frente al poder. “¿Ves aquella nube semejante a un camello?”, dice Hamlet. “Por la misa, que parece un camello”, opina Polonio. “Yo creo que parece una comadreja”, replica Hamlet, cambiando de apreciación. “Tiene el dorso de una comadreja”. “O de una ballena…”, argumenta Hamlet. “Exacto, de una ballena”.
El mal no es sólo de Laura Sarabia, por supuesto, porque de incondicionales está llena la política, ahora y siempre. Esto decía en 2022 un militar que asiste a Petro: “Si uno sabe cómo es el señor, uno habla del campo que a él le gusta. Si el señor habla de no más contratos de exploración, uno le habla de eso. Si habla de fracking, lo mismo. A él no le gusta que uno no esté empapado. Y Laura estaba muy compenetrada con esos temas”. Lo triste es prever que, como a tantos, de un día para otro el señor la saque sin miramientos para poner en su puesto a un incondicional más incondicional todavía.
P. D. Qué horror el desgreño de la carrera séptima entre la 72 y la Plaza de Bolívar. Cómo duele la decadencia y la sordidez de la vía más importante de esta ciudad.