Hace poco, la periodistas Valentina Parada publicó en El Espectador un artículo sobre las “ambiciosas promesas” que hizo el presidente Petro en su recorrido por Nariño, Cauca y Chocó. Entre ellas, entregar una parte de la concesión portuaria de Tumaco a la cooperativa de pescadores, construir una universidad en Barbacoas al servicio de 600.000 jóvenes, abrir vías para exportar sus productos, controlar la violencia con más militares, en fin, proyectos que superarían los $200.000 millones de pesos. Ah, y, primero que todo, aunque lo dijera de último, garantizar servicios de agua, luz e internet que no tienen, como se quejó enfáticamente la gobernadora.
Alegra oír las promesas del presidente, que nos dan una idea del país que quiere y que todos querríamos. La pregunta es si, al ser tantas, logrará cumplirlas. Es más, ¿cree él en verdad que lo logrará? Porque enfrenta problemas enormes: el tiempo, pues dos años y medio no son nada, si se tiene en cuenta la magnitud de las carencias; la difícil articulación de fuerzas locales, departamentales y nacionales, que las hagan posibles; y las violencias de toda índole y la corrupción rampante, que sobre todo en el Chocó es escandalosa. Dice el dicho: “El más lento en prometer es el más seguro en cumplir”.
En cuanto al tiempo: como ya Petro se dio cuenta de que no tiene el que necesita, se está organizando: de ahí la idea de armar un solo partido de izquierda que le garantice ganar las elecciones del 2026; y de ahí, también, que parezca en campaña electoral. En ese sentido, prometer tanto es un arma de doble filo, porque el incumplimiento puede causar una frustración profunda en los que creen en el cambio y, también, como dijo Mariana Mazzucato en reciente entrevista, porque corre el riesgo de quedarse en el populismo y que la derecha se aproveche de la frustración para posicionarse.
También habla Mazzucato de que la ambición de Petro “debe venir acompañada de la habilidad para entregar resultados. Porque de otra manera es sólo blablablá”. Y añade: “No sirve que el presidente se la pase hablando consigo mismo, que haga grandes discursos o monólogos, si los integrantes del Gobierno no saben trabajar juntos. Si eso no sucede, nada funciona”. Y ahí se le viene a uno a la cabeza el despelote generalizado: el ministro de Hacienda hablando de que el de Salud desvaría; los regaños públicos de Petro a sus ministros y hasta a los municipios por no saber manejar los incendios (!!!); los cuestionamientos a los funcionarios que va nombrando: el de Aldo Cadena, de la Nueva EPS, por ejemplo, y el de la nueva directora de bomberos; el cambio de los manuales de funciones, para nombrar gente sin las especializaciones requeridas; su desprecio por los empresarios, expresado en todas sus arengas, y mucho más.
Tal vez le convendría al presidente oír con atención lo que dice Mazzucato, a quien alguna vez dijo admirar: “…tenemos tantos problemas por resolver que debemos abandonar la ideología en favor de lo que funcione. El debate no es si más Estado o más sector privado, sino el de saber trabajar juntos. (…) Si esto se resume a un nosotros contra ellos, el Estado contra el mercado, izquierda contra derecha, ricos contra pobres, eso no sirve”. Nunca es tarde, presidente, para apostarle al pragmatismo.
Hace poco, la periodistas Valentina Parada publicó en El Espectador un artículo sobre las “ambiciosas promesas” que hizo el presidente Petro en su recorrido por Nariño, Cauca y Chocó. Entre ellas, entregar una parte de la concesión portuaria de Tumaco a la cooperativa de pescadores, construir una universidad en Barbacoas al servicio de 600.000 jóvenes, abrir vías para exportar sus productos, controlar la violencia con más militares, en fin, proyectos que superarían los $200.000 millones de pesos. Ah, y, primero que todo, aunque lo dijera de último, garantizar servicios de agua, luz e internet que no tienen, como se quejó enfáticamente la gobernadora.
Alegra oír las promesas del presidente, que nos dan una idea del país que quiere y que todos querríamos. La pregunta es si, al ser tantas, logrará cumplirlas. Es más, ¿cree él en verdad que lo logrará? Porque enfrenta problemas enormes: el tiempo, pues dos años y medio no son nada, si se tiene en cuenta la magnitud de las carencias; la difícil articulación de fuerzas locales, departamentales y nacionales, que las hagan posibles; y las violencias de toda índole y la corrupción rampante, que sobre todo en el Chocó es escandalosa. Dice el dicho: “El más lento en prometer es el más seguro en cumplir”.
En cuanto al tiempo: como ya Petro se dio cuenta de que no tiene el que necesita, se está organizando: de ahí la idea de armar un solo partido de izquierda que le garantice ganar las elecciones del 2026; y de ahí, también, que parezca en campaña electoral. En ese sentido, prometer tanto es un arma de doble filo, porque el incumplimiento puede causar una frustración profunda en los que creen en el cambio y, también, como dijo Mariana Mazzucato en reciente entrevista, porque corre el riesgo de quedarse en el populismo y que la derecha se aproveche de la frustración para posicionarse.
También habla Mazzucato de que la ambición de Petro “debe venir acompañada de la habilidad para entregar resultados. Porque de otra manera es sólo blablablá”. Y añade: “No sirve que el presidente se la pase hablando consigo mismo, que haga grandes discursos o monólogos, si los integrantes del Gobierno no saben trabajar juntos. Si eso no sucede, nada funciona”. Y ahí se le viene a uno a la cabeza el despelote generalizado: el ministro de Hacienda hablando de que el de Salud desvaría; los regaños públicos de Petro a sus ministros y hasta a los municipios por no saber manejar los incendios (!!!); los cuestionamientos a los funcionarios que va nombrando: el de Aldo Cadena, de la Nueva EPS, por ejemplo, y el de la nueva directora de bomberos; el cambio de los manuales de funciones, para nombrar gente sin las especializaciones requeridas; su desprecio por los empresarios, expresado en todas sus arengas, y mucho más.
Tal vez le convendría al presidente oír con atención lo que dice Mazzucato, a quien alguna vez dijo admirar: “…tenemos tantos problemas por resolver que debemos abandonar la ideología en favor de lo que funcione. El debate no es si más Estado o más sector privado, sino el de saber trabajar juntos. (…) Si esto se resume a un nosotros contra ellos, el Estado contra el mercado, izquierda contra derecha, ricos contra pobres, eso no sirve”. Nunca es tarde, presidente, para apostarle al pragmatismo.