
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Claro que es totalmente legítimo que el presidente Petro exija que las condiciones de repatriación de los deportados sean dignas, pero no hacerlo insensatamente, poniendo en riesgo la economía del país y haciendo daño a los cientos de colombianos que perdieron sus citas para la visa y tuvieron gastos imprevistos y zozobra. Y todo para terminar reculando y bajando la cabeza, en un acto que no sólo lo humilló a él sino al país entero.
Resulta escandaloso, ingenuo y también ridículo que un jefe de Estado, saltándose a su canciller y su embajador, escriba a otro jefe de Estado, a las tres de la mañana, una epístola delirante en tono personal, en vez de una nota formal de protesta de su Gobierno. Nada lo excusa. Ni siquiera que su contrincante sea un personaje arrogante y despótico, que es injusto y desprecia al mundo entero. ¿Lo hizo el presidente con cabeza caliente, o fue una “crisis autocreada”, como dijo algún analista, una provocación deliberada con miras a las elecciones del 2026?
En la carta, escrita para la gradería y no para Trump, que ni siquiera la va a leer, Petro se muestra como un representante del romanticismo político, tan propio del populismo de los caudillos latinoamericanos que, con un estilo hiperbólico, han apelado siempre a la emocionalidad y al patrioterismo de sus gentes. Según Manuel Arias Maldonado, que analiza muy bien la relación entre política y emociones en el siglo XXI, para los populistas románticos el antagonismo es una estrategia que busca radicalizar al pueblo, pues “es necesario un enemigo, cuya forma es variable pero habitualmente oligárquica: las élites, los ricos, la clase política”. De hecho, Petro recurre a esos antagonismos así falte a la verdad, como cuando pidió perdón en Haití diciendo que los que mataron a su presidente fueron “colombianos oscuros en su corazón, blancos en su piel”, sugiriendo que fue un crimen racial. Como si aquí no fuéramos todos mestizos. Vaya populismo.
Pero vamos a la carta, donde, en yo sostenido y tuteando, Petro habla, sobre todo, de él mismo. Comienza con la puerilidad de explicar sus diferencias con “no me gusta”: “Trump, a mí no me gusta mucho viajar a los EE. UU., es un poco aburridor”; “No me gusta su petróleo, Trump”. Se caracteriza como un héroe que anticipa su asesinato a manos del tirano y también su gloria eterna: “Túmbeme presidente y le responderán las Américas y la humanidad”; “Me matarás, pero sobreviviré en mi pueblo…”; “Pero yo muero en mi ley, resistí la tortura y lo resisto a usted”. Y acude a hipérboles desmesuradas: “Colombia es el corazón del mundo y usted no lo entendió”; y a tópicos manidos: “Somos pueblos de los vientos, las montañas, del mar Caribe y de la libertad”; y hasta a su árbol genealógico: “Confieso que Sacco y Vanzetti, que tienen mi sangre…”.
Podríamos seguir, pero baste decir que Trump, que no solo es pendenciero sino muy poderoso, contestó solo con las más radicales amenazas, todas las cuales surtieron el efecto deseado: la rendición. Razón tiene Salomón Kalmanovitz cuando escribió que “contrasta la aproximación poética de Petro con la brutal realpolitik del presidente norteamericano: romanticismo latino contra pragmatismo anglosajón”. Aunque más estrictamente ha debido decir “seudopoética”.