El sino de este país pareciera ser el del eterno retorno: la repetición desesperanzadora de lo mismo, con ligeras variaciones. Quien mejor lo supo mostrar fue García Márquez en Cien años de soledad, que puso a decir a Úrsula Iguarán, la única presencia constante a través de varias generaciones: “Ya esto me lo sé de memoria. Es como si el tiempo diera vueltas en redondo”. Todo nos habla de la incapacidad de siglos de las élites de torcer el rumbo de los hechos: las guerras civiles, que se han sucedido unas a otras; las masacres, que no han cesado nunca; los magnicidios; las tragedias en todos los inviernos, como si no estuviera en manos de los gobiernos minimizar las catástrofes naturales. ¿Cuántas veces se han robado el PAE? ¿Cuántos elefantes blancos se descubren cada día? ¿Cuántos líderes sociales caen mes a mes? ¿Cuántas veces hemos leído de jóvenes que son asesinados por llevar un celular o una bicicleta? ¿Y cuántas hemos oído decir a campesinos y a indígenas que les han incumplido promesas? ¿Cuántas veces se han robado el Chocó o la Guajira? En fin, la enumeración sería infinita.
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El sino de este país pareciera ser el del eterno retorno: la repetición desesperanzadora de lo mismo, con ligeras variaciones. Quien mejor lo supo mostrar fue García Márquez en Cien años de soledad, que puso a decir a Úrsula Iguarán, la única presencia constante a través de varias generaciones: “Ya esto me lo sé de memoria. Es como si el tiempo diera vueltas en redondo”. Todo nos habla de la incapacidad de siglos de las élites de torcer el rumbo de los hechos: las guerras civiles, que se han sucedido unas a otras; las masacres, que no han cesado nunca; los magnicidios; las tragedias en todos los inviernos, como si no estuviera en manos de los gobiernos minimizar las catástrofes naturales. ¿Cuántas veces se han robado el PAE? ¿Cuántos elefantes blancos se descubren cada día? ¿Cuántos líderes sociales caen mes a mes? ¿Cuántas veces hemos leído de jóvenes que son asesinados por llevar un celular o una bicicleta? ¿Y cuántas hemos oído decir a campesinos y a indígenas que les han incumplido promesas? ¿Cuántas veces se han robado el Chocó o la Guajira? En fin, la enumeración sería infinita.
Porque aquí todo tiende a ser cíclico, eterno, uno entiende que los colombianos hayan optado —después de una pandemia empobrecedora, del pésimo gobierno de un presidente alelado y del estallido social de los indignados— por los candidatos cuya consigna es el cambio. Con lo que no contábamos era con que una gran cantidad de colombianos creyeran en los cantos de sirena de un aparecido que, como es capaz de vender hasta un hueco, esta vez quiere vender humo. Tan patán es este capataz que grita a sus empleados, tan decidido está a “limpiarse el culo” con las leyes y por tanto a brincarse toda institucionalidad y toda ética, que a su lado Petro, tan arrogante y pendenciero, tan hábil para desdecirse, para amenazar soterradamente, para prometer cosas imposibles, queda como un moderado. Más ahora que prometió humildad, que se encomendó a Dios para que los religiosos no vean en él a un “comunista ateo” y que se está vistiendo con trajes severos y elegantes para que el establecimiento deje aparte sus terrores. Los que piensan que “no hay con quién” salvarán su conciencia votando en blanco, a sabiendas de que no tiene efectos jurídicos y sólo como un modo de poner en evidencia que no creen en ninguno de los dos. Los que piensan que “esto es lo que hay” votarán por Petro sin creer en él, como tantos personajes inteligentes —esos sí moderados— que han comprendido que, siendo incierto lo que se nos viene con Petro, más incierto aún sería un gobierno de Hernández, un mercader tan ignorante como atrevido.
Si gana Petro, esperamos que aquellos que se le han unido haciendo de su postura un acto de fe sirvan de muro de contención a sus posibles delirios. Que figuras tan respetables como las de Humberto de la Calle, Antanas Mockus, Alejandro Gaviria, Mábel Lara, Antonio Sanguino, Angélica Lozano y muchas otras que le han dado su respaldo a última hora puedan hacer contrapeso a los más fanáticos de su gallada. Si gana Petro, no habrá más remedio que darle el beneficio de la duda y hacer fuerza para que su gobierno sea mejor que su alcaldía. Pero si gana Hernández, creo que nos llevará el diablo.