Uno lee y no puede creer. Esto dice, en entrevista con Cecilia Orozco, el abogado Sergio Arboleda, que representa a las familias de las víctimas de los 130 “falsos positivos” cometidos por miembros de la Cuarta Brigada, cuando el general Mario Montoya era su comandante: “Montoya presionó, vía radial, a sus tropas para la obtención de resultados operacionales, promovió la entrega de beneficios o felicitaciones por esos supuestos resultados, alentó la competencia entre unidades por el número de muertos, dio órdenes de priorizar las muertes sobre las capturas, impuso sanciones a quienes no presentaban bajas, ordenó realizar actos para ocultar las ejecuciones, mantuvo relaciones con grupos paramilitares y tuvo control permanente sobre ese batallón, lo cual no es usual para un comandante de Brigada que tiene bajo su mando a muchas unidades”. Los testimonios dan cuenta, además, de que el general pedía “chorros”, “ríos”, “barriles de sangre”. Pero, además, como afirmó Catalina Diaz, Magistrada de la JEP, hubo un sistema, “un patrón macrocriminal que ocurrió con el mismo propósito, mismo modo de operación, misma forma de encubrimiento y mismo perfil de víctimas”.
Ya pareciera que los colombianos empezamos a desentrañar quién dio la orden. Pero hay una reflexión que no nos hacemos: ¿de qué tamaño es la degradación humana, la descomposición moral, que este y otros generales promovieron en los hombres bajo su mando? Porque, apelando a la obediencia, los convirtieron en asesinos. Cuando uno oye los relatos de los comparecientes a la JEP se estremece de ver cómo estos pelotones acataron las órdenes superiores sin pestañear, y cómo se aliaron entre sí para ocultar sus crímenes. Habría que recordar que la doctrina de la Corte Constitucional considera indispensable que dentro de las fuerzas militares reine un criterio de jerarquía y disciplina, “pero ha rechazado como inconstitucional la concepción absoluta y ciega de la obediencia castrense”. Pero, díganme: ¿quién se atreve a desobedecer a un jefe militar que pide “litros de sangre”? Probablemente el que se niegue a ser victimario se convertirá en víctima.
Aunque también hay que decir que los subalternos se toman a veces sus derechos, probablemente para congraciarse con sus jefes, algunos de ellos verdaderos matones. Es lo que parece haber sucedido en Chochó, Sucre, el 25 de julio de 2022, cuando tres jóvenes de 18, 20 y 26 años –que después se comprobó que eran inocentes– fueron apresados como sospechosos del asesinato de un policía. Cuando el coronel Benjamín Núñez los recibió ya estaban, según sus palabras, “irreconocibles”, porque habían sido brutalmente golpeados, como se supo después en la necropsia. Y entonces el coronel Nuñez no lo dudó. “Si hubo un policía muerto y salen unos heridos de la nada, yo dije estos manes son (…) entonces yo lo hago sin pensar, lo que hago es accionar el gatillo y dispararle al muchacho. En ningún momento yo concluí, es simplemente que asumimos porque el único que podía matar policías era el ‘Clan del Golfo’. Es que eso fue de una, le disparé, le hice tan tan. Yo le dije acuéstese y yo le disparé”. señaló.
Desalmado quiere decir sin alma, que es lo que se pierde cuando se naturaliza el asesinato.
PD: ¿No hay quién barra las calles bogotanas?
Uno lee y no puede creer. Esto dice, en entrevista con Cecilia Orozco, el abogado Sergio Arboleda, que representa a las familias de las víctimas de los 130 “falsos positivos” cometidos por miembros de la Cuarta Brigada, cuando el general Mario Montoya era su comandante: “Montoya presionó, vía radial, a sus tropas para la obtención de resultados operacionales, promovió la entrega de beneficios o felicitaciones por esos supuestos resultados, alentó la competencia entre unidades por el número de muertos, dio órdenes de priorizar las muertes sobre las capturas, impuso sanciones a quienes no presentaban bajas, ordenó realizar actos para ocultar las ejecuciones, mantuvo relaciones con grupos paramilitares y tuvo control permanente sobre ese batallón, lo cual no es usual para un comandante de Brigada que tiene bajo su mando a muchas unidades”. Los testimonios dan cuenta, además, de que el general pedía “chorros”, “ríos”, “barriles de sangre”. Pero, además, como afirmó Catalina Diaz, Magistrada de la JEP, hubo un sistema, “un patrón macrocriminal que ocurrió con el mismo propósito, mismo modo de operación, misma forma de encubrimiento y mismo perfil de víctimas”.
Ya pareciera que los colombianos empezamos a desentrañar quién dio la orden. Pero hay una reflexión que no nos hacemos: ¿de qué tamaño es la degradación humana, la descomposición moral, que este y otros generales promovieron en los hombres bajo su mando? Porque, apelando a la obediencia, los convirtieron en asesinos. Cuando uno oye los relatos de los comparecientes a la JEP se estremece de ver cómo estos pelotones acataron las órdenes superiores sin pestañear, y cómo se aliaron entre sí para ocultar sus crímenes. Habría que recordar que la doctrina de la Corte Constitucional considera indispensable que dentro de las fuerzas militares reine un criterio de jerarquía y disciplina, “pero ha rechazado como inconstitucional la concepción absoluta y ciega de la obediencia castrense”. Pero, díganme: ¿quién se atreve a desobedecer a un jefe militar que pide “litros de sangre”? Probablemente el que se niegue a ser victimario se convertirá en víctima.
Aunque también hay que decir que los subalternos se toman a veces sus derechos, probablemente para congraciarse con sus jefes, algunos de ellos verdaderos matones. Es lo que parece haber sucedido en Chochó, Sucre, el 25 de julio de 2022, cuando tres jóvenes de 18, 20 y 26 años –que después se comprobó que eran inocentes– fueron apresados como sospechosos del asesinato de un policía. Cuando el coronel Benjamín Núñez los recibió ya estaban, según sus palabras, “irreconocibles”, porque habían sido brutalmente golpeados, como se supo después en la necropsia. Y entonces el coronel Nuñez no lo dudó. “Si hubo un policía muerto y salen unos heridos de la nada, yo dije estos manes son (…) entonces yo lo hago sin pensar, lo que hago es accionar el gatillo y dispararle al muchacho. En ningún momento yo concluí, es simplemente que asumimos porque el único que podía matar policías era el ‘Clan del Golfo’. Es que eso fue de una, le disparé, le hice tan tan. Yo le dije acuéstese y yo le disparé”. señaló.
Desalmado quiere decir sin alma, que es lo que se pierde cuando se naturaliza el asesinato.
PD: ¿No hay quién barra las calles bogotanas?