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Por fin, después de años de tapujos y deformaciones, el tema de la menstruación femenina sale a la luz de diversas maneras. Hay que celebrar, por ejemplo, la circulación de un comercial de toallas higiénicas que se sale de los patrones tradicionales, y que muestra, sin miedo, pero también sin estridencias innecesarias, el rojo de la verdad, que no tiene por qué molestar a la audiencia, en vez del líquido azul que les parecía más delicado. Los movimientos feministas están luchando contra el tabú y, por supuesto, desde la literatura. Yo misma, ya hace muchos años, publiqué en un libro sobre el cuerpo un poema sobre la primera menstruación y sus estremecimientos.
Con intención de visibilizar la menstruación, normalizándola, Mafe Carrascal y Pedro Suárez abanderan un proyecto de ley en el Congreso, que pretende garantizar la licencia menstrual obligatoria de un día por mes calendario para “las personas menstruantes”, sin que afecte “su ingreso salarial, antigüedad, pago de primas”, etc. Los problemas, sin embargo, son varios; el primero lo señaló Mariana Sanz de Santamaría, de Poderosas Colombia: que las empresas usen de manera subrepticia ese derecho como excusa para enganchar menos personal femenino o para discriminar su salario, profundizando la brecha. El segundo, y del que se habla menos, es que puede reforzar el viejo prejuicio masculino sobre la menstruación como un factor incapacitante o como un generador de actitudes agresivas. Un argumento que a veces usan los hombres para descalificar o agredir a la mujer. El patán de Trump dijo, por ejemplo, para ofender a Megyn Kelly, una mujer entrevistadora de Fox que en 2016 lo acorraló con sus preguntas: "Podías ver cómo le salía sangre de sus ojos. Le salía sangre de su... donde sea". Interesante que se dé la discusión, como dijo Carrascal. Pero para licenciar uno o dos días a la mujer que se ve afectada gravemente en los días menstruales no se necesita una ley, sino campañas de concientización en las empresas y dictámenes médicos.
Como no faltan los delirios de los extremistas, ahora se está proponiendo una práctica que nos devuelve al tiempo de los neardentales: el sangrado libre, que “no involucra ningún método externo de recolección”. Mejor dicho, fuera toallas, tampones o copas. Y se consigue con un método de control del conducto vaginal que “es difícil” pero se aprende. Retienes, corres al baño y ya. ¡Facilísimo! ¿Cómo lo justifican? Para salvar el planeta de más desechos y como un acto de “valentía” y de “respeto al útero”, según palabras de Andrea Marmolejo, una “influencer” que es una de las fuentes “científicas” de tan sesudo artículo (El Tiempo, abril 25). Una “educadora menstrual y acompañante de la ciclicidad femenina”, un título que no sabemos de dónde sale, promueve este método para volver a lo natural y conocer mejor nuestro cuerpo. Eso sí, para no ir sangrando libremente por doquier, aconsejan hacer el aprendizaje en casa. Mientras tanto, 45.000 mujeres en Colombia o no pueden acceder a estos elementos higiénicos o se marginan del mundo en sus días menstruales porque tienen la idea de que están “sucias”. Recursos del Estado y educación, creo, son más efectivos –y sencillos– que el sangrado libre.
