Muchas cosas se han dicho ya sobre el caso del caricaturista Matador, pero creo que hay que seguir reflexionando no solo sobre la violencia intrafamiliar, sino sobre la cancelación y sus graves implicaciones. El mismo Matador, en Los Danieles, aceptó los hechos con honestidad y valentía, y manifestó su arrepentimiento. Pero también develó los abusos de su acusador, en cuyo Twitter una actriz suplantó la voz de su esposa. Y Cecilia Orozco, en magnífica columna, denunció todo lo que hay en el supuesto acto justiciero del abogado De la Espriella: revictimización de la esposa; expresiones soeces y denigrantes, impropias de un profesional del derecho; una retaliación por las burlas que le ha hecho el caricaturista y hasta la promoción de una marca suya.
Considero que la violencia conyugal en la que incurrió Matador es totalmente condenable; que su esposa hizo bien cuando llamó a la policía; que la vida privada de las personas públicas debe salir a la luz cuando se trata de delitos de odio o violencia machista, racista, homofóbica; que el alcohol no es una excusa que atenúe el abuso, y que las denuncias en redes, a menudo, son necesarias. Otra cosa, sin embargo, es la cancelación —la simbólica, que destruye moralmente, y la real, que amenaza la vida laboral—, sobre todo cuando está impulsada, como en este caso, por la venganza y el oportunismo.
La cancelación, adelantándose a la justicia, intenta destruir a otro sin lugar a apelaciones. Y a menudo opera resucitando hechos sucedidos mucho tiempo atrás, sin considerar los atenuantes, como se hizo con Günter Grass porque a los 15 años el gobierno de Hitler lo llamó a filas, o con Trudeau por haberse pintado la cara de negro en una fiesta de disfraces cuando era un jovencito. Errores, sí, pero que pueden explicarse en ciertos contextos y que no debemos juzgar desde el esencialismo, pues el que parecía “malo” ayer no tiene por qué serlo hoy. Muchos de los cancelados, además, al no tener una segunda oportunidad, caen en depresión, se arruinan, terminan suicidándose.
Matador se curó del alcoholismo, fue perdonado por su mujer, sigue casado con ella, son padres de un niño de nueve años y no ha incurrido hasta ahora en otro episodio violento. Esperamos que la cancelación profesional no toque a este caricaturista, capaz de incomodar con su crítica a los poderosos, como corresponde a su oficio. Lo que hizo El Tiempo muestra una doble moral, porque si bien lidera la importante campaña “No es hora de callar”, ha podido hacer algo mucho más interesante y aleccionador, como entrevistar a su colaborador de 20 años, confrontándolo, pero también proporcionándole el derecho a la explicación. Tuvo una magnífica oportunidad de propiciar una reflexión colectiva sobre el machismo y el alcoholismo, y no lo hizo porque, desde mucho antes, al periódico le estaban resultando incómodas sus perspectivas políticas.
Perdón es una palabra que Colombia viene repitiendo porque la necesitamos. En un país que está tratando de entender, que ha perdonado y está en trance de perdonar tantas crueldades atroces en aras de la paz, que ha oído tantos falsos perdones de victimarios infames, tendríamos que censurar con más firmeza intentos de cancelación que disfrazan oscuras intenciones.
Muchas cosas se han dicho ya sobre el caso del caricaturista Matador, pero creo que hay que seguir reflexionando no solo sobre la violencia intrafamiliar, sino sobre la cancelación y sus graves implicaciones. El mismo Matador, en Los Danieles, aceptó los hechos con honestidad y valentía, y manifestó su arrepentimiento. Pero también develó los abusos de su acusador, en cuyo Twitter una actriz suplantó la voz de su esposa. Y Cecilia Orozco, en magnífica columna, denunció todo lo que hay en el supuesto acto justiciero del abogado De la Espriella: revictimización de la esposa; expresiones soeces y denigrantes, impropias de un profesional del derecho; una retaliación por las burlas que le ha hecho el caricaturista y hasta la promoción de una marca suya.
Considero que la violencia conyugal en la que incurrió Matador es totalmente condenable; que su esposa hizo bien cuando llamó a la policía; que la vida privada de las personas públicas debe salir a la luz cuando se trata de delitos de odio o violencia machista, racista, homofóbica; que el alcohol no es una excusa que atenúe el abuso, y que las denuncias en redes, a menudo, son necesarias. Otra cosa, sin embargo, es la cancelación —la simbólica, que destruye moralmente, y la real, que amenaza la vida laboral—, sobre todo cuando está impulsada, como en este caso, por la venganza y el oportunismo.
La cancelación, adelantándose a la justicia, intenta destruir a otro sin lugar a apelaciones. Y a menudo opera resucitando hechos sucedidos mucho tiempo atrás, sin considerar los atenuantes, como se hizo con Günter Grass porque a los 15 años el gobierno de Hitler lo llamó a filas, o con Trudeau por haberse pintado la cara de negro en una fiesta de disfraces cuando era un jovencito. Errores, sí, pero que pueden explicarse en ciertos contextos y que no debemos juzgar desde el esencialismo, pues el que parecía “malo” ayer no tiene por qué serlo hoy. Muchos de los cancelados, además, al no tener una segunda oportunidad, caen en depresión, se arruinan, terminan suicidándose.
Matador se curó del alcoholismo, fue perdonado por su mujer, sigue casado con ella, son padres de un niño de nueve años y no ha incurrido hasta ahora en otro episodio violento. Esperamos que la cancelación profesional no toque a este caricaturista, capaz de incomodar con su crítica a los poderosos, como corresponde a su oficio. Lo que hizo El Tiempo muestra una doble moral, porque si bien lidera la importante campaña “No es hora de callar”, ha podido hacer algo mucho más interesante y aleccionador, como entrevistar a su colaborador de 20 años, confrontándolo, pero también proporcionándole el derecho a la explicación. Tuvo una magnífica oportunidad de propiciar una reflexión colectiva sobre el machismo y el alcoholismo, y no lo hizo porque, desde mucho antes, al periódico le estaban resultando incómodas sus perspectivas políticas.
Perdón es una palabra que Colombia viene repitiendo porque la necesitamos. En un país que está tratando de entender, que ha perdonado y está en trance de perdonar tantas crueldades atroces en aras de la paz, que ha oído tantos falsos perdones de victimarios infames, tendríamos que censurar con más firmeza intentos de cancelación que disfrazan oscuras intenciones.