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La tecnología, que está hecha para mejorarnos la vida, puede convertírnosla en un infierno. A veces la culpa es nuestra. Pero, en general, es porque los que nos obligan a usarla lo hacen de una forma tan tiránica y desalmada, que nos dejan sin opción ninguna, reducidos a la impotencia absoluta. Los ejemplos son infinitos.
La dificultad más clásica es a la hora de solicitar una cita. Por ejemplo, la de renovación de pasaportes. Después de llenar un formulario con todas las de la ley, algo que ya alimenta las esperanzas, el programa le pide que escoja día y hora. Y ahí es cuando usted se topa con la dura realidad. En el mes en que se encuentra no hay ningún espacio. Pero en el siguiente tampoco. Y más adelante, tampoco. Lo sentimos mucho. Si quería viajar, se fregó. Después usted se entera, sin embargo, que Fulano le pagó a un contacto adentro –cuyo nombre se lo dio alguien que ya lo usó– para que le abriera un cupo, y de esa manera logró lo que jamás habría logrado de manera honesta y legal. Porque cuando al ciudadano se le cierran los caminos se abre la compuerta de la corrupción.
Miren ustedes este gentilísimo aviso que envía “el sistema”, esa entelequia que nos abruma, el mismo día de una cita en la Clínica Santa Fe. (No el día antes, eso sería condescender demasiado): “el doctor TAL le recuerda que debe realizar el pago antes de la consulta (…) una vez realizado transferencia o pago por PSE no se realizan devoluciones (…) Es de anotar si su pago no está registrado en la cuenta no podrá ser atendido”. (sic) El sistema no sabe de comas, y mucho menos de gramática o concordancias verbales. Y luego, en negrilla, como advertencia amenazante, y con el mismo correctísimo uso del lenguaje: “Estimado usuario, teniendo en cuenta que este es un Servicio Médico los tiempos de atención pueden variar de acuerdo a la necesidad de cada paciente, por tanto, acudimos a su paciencia al momento de estar en la sala de espera Por capacidad de aforo en la sala de espera le indicamos que el paciente debe acudir sin acompañantes, este será únicamente para adulto mayor, en condición de discapacidad o niños”. (sic). Todo, como ven, muy considerado y flexible.
No se diga cuando la comunicación es por WhatsApp, y el que contesta es un robot, con las mismas inapelables fórmulas. El diálogo puede ser como uno que sostuve hace poco: Robot: “Número de radicación”. P: No me dieron. R: Por favor, número de radicación. P: Necesito saber por qué no me han llegado las autorizaciones. R: Escribe el número de opción: 1. Programar cita. 2. Cancelar/Consultar/Pagar”. Después de 15 minutos más así, hasta la exasperación, el sistema da paso a “un agente”. ¿Y saben qué? Este, que se identificó como Luz R. ¡contestaba lo mismo que el robot, apelando a las mismas respuestas automáticas! Sólo se convirtió en persona y me dio las autorizaciones, cuando le expliqué, en palabras humanas, que en la encuesta procedería a evaluarla de acuerdo con su ineficiencia.
Ni qué hablar del trato a los viejos. Cuando mi amiga Teresa, de 90 años, le dijo con simpatía al hombre del banco a donde la habían obligado a ir porque no pudo con la tecnología qué iban a hacer con viejos como ella, el tipo contestó, con la misma delicadeza de un robot: ¡Pues que aprendan!