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Importantísimo que tanto el presidente Petro como el ministro de Educación, Alejandro Gaviria, hayan hecho ya declaraciones sobre la necesidad de que la Cátedra de Historia se vuelva a dar en los colegios de Colombia; una iniciativa que, para ser justos, ya venía andando de la mano de la Comisión Asesora para la Enseñanza de la Historia, bajo iniciativa del ministerio, aunque de manera lenta. La gran pregunta, cómo enseñar la historia, no es fácil de absolver. Porque no se trata de dar un batiburrillo de información imposible de digerir, donde se privilegia la memoria sobre la indagación crítica y se divide el mundo en buenos y malos, sino de poner a los estudiantes a pensar, a investigar y a debatir sobre tantos años de complejidades políticas y sociales y de violencia sostenida.
Ya dirán los expertos cómo se logra enseñar esa Historia. Lo que no puede suceder es que, como pasó durante décadas, en la escuela se sigan silenciando verdades insoslayables, recayendo en el negacionismo en que, para salvar a tantos estamentos, se ha incurrido recurrentemente en el país. Los textos de historia que minimizaron la dimensión de la matanza de las bananeras; la negación por parte de muchos sectores de que el extermino de la UP por la derecha fue sistemático; el silencio cómplice de una parte de las Fuerzas Armadas, que durante muchos años ignoraron los llamados “falsos positivos”; un director del Centro Nacional de Memoria Histórica que, como un expresidente, niega que aquí hubo conflicto armado; unas verdades incompletas sobre sus crímenes en boca de la exdirigencia guerrillera son apenas unos ejemplos de cómo se han querido ocultar, manipular o tergiversar hechos definitivos para comprender nuestra historia.
Hace apenas unas semanas sucedió algo que va en esa misma dirección: la de silenciar la memoria. Tres profesoras de la U. de Antioquia denunciaron cómo los directivos de la administración borraron el mural del cirirí, hecho por un grupo de estudiantes en asocio con dos colectivos, Movice-RAM. De cuatro metros por dos y haciendo alusión al pájaro que una anciana, Fabiola Lalinde, usó como símbolo para mostrar que perseveraría hasta el cansancio en la búsqueda de su hijo, desaparecido por el Ejército, el mural contenía la lista de 43 víctimas bajo el letrero: “En memoria de lxs compxs caídxs”. En su memorial, las profesoras no solo protestan sino que reflexionan sobre el peso político y la intención de diálogo de “esos esfuerzos colectivos por crear señales públicas del recuerdo sobre acontecimientos significativos”. Los grafitis, las pancartas, los performances a menudo son historia viva y eliminarlos o prohibirlos es incurrir en censura, pero sobre todo ignorar su importancia en “los procesos de reconstrucción de memoria”.
¡Qué logros tendríamos en las mentes de los alumnos si pudieran ver y analizar las fotografías de Abad Colorado, leer testimonios de diversos actores del conflicto del informe de la Comisión de la Verdad o estudiar el capítulo étnico del mismo informe, que demuestra, como afirma la comisionada Patricia Tobón, que “como el país ha construido sus relaciones con base en el trato colonial y racista, esto no le ha permitido reconocerse en sus diferencias étnicas, culturales y territoriales”!